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Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.

Por Lu

Cantina singular: ¡yujú, la sobrasada!

SOBRASADA

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En esta temporada tan singular, está bien ir a una Cantina singular, así vamos a conjunto con los tiempos. Ah, los tiempos, ya no hay tiempo, ¡qué barbaridad!, o el tiempo es extraño, a veces lento, a veces muy apurado, Sr. McEnroe. El otro día, por el protocolo relativo a la COVID-19, la salida del teatro se retrasó de las 21:00 a las 21:10 y teníamos reserva entre las 21:10 y las 21:20 en la Cantina singular. Nadie habrá visto nunca seres tan veloces salir de plaza de Santa Ana hacia calle del Príncipe para luego coger la calle Sevilla, cruzar, como un rayo de doble haz, Alcalá, situarnos en la Virgen de los Peligros, cuidadín, atravesar Gran Vía, enfilar Fuencarral, soltar improperios, en napolitano, a algún transeúnte que obstaculizaba nuestro paso, girar a la izquierda en la calle del Divino Pastor y subir por Ruiz como una exhalación; creo que batimos algún récord mundial, pero no había jueces que pudieran certificarlo, una pena. En cualquier caso, la carrera y el esquivar obstáculos (véase seres) nos vino bien, llegamos al establecimiento hambrientos y sedientos, así que, como premio de consolación, somos bienaventurados, algo es algo.

De hilo musical, un poco de R&B que sonaba en el local y que está bien guapito.

De este lugar ya se habló en este periódico, cuando le cedió su puesto el antiguo Mesón andino, aquí podéis leer la noticia.

Si nos retrotraemos a los años mozos de la abuela de la propietaria del establecimiento, Patricia, allí encontraríamos una trapería, con sus trapos para vender al peso. La abuela de Patricia vive enfrente de este lugar y fue la que le avisó de que se jubilaban sus antiguos dueños, así que todo queda en casa, y en este círculo virtuoso malasañeros crean negocios en Malasaña, enfrentándose, desde el comienzo de su andadura, a la pandemia con toda la energía posible.

Bueno, vamos con la decoración del lugar, tiene su aire retro con sus escritos en espejos y luego una selección de sitios para sentarse variada con taburetes de asiento plastificado y florecitas y banquitos tapizados con piel roja en capitoné, muy lynchianos, como la tira de luz inferior de la barra. Es una decoración con carácter a la que se añaden exposiciones temporales de diversos artistas.

Continuamos con lo de siempre, véase comer y beber. Para beber, M. elige vermú rojo de grifo Miró (2,50 €), de Reus, con la dulzura adecuada, algo de caramelo, algo de naranja, el regaliz en su punto y su intensidad matizada con hielos; para mi gusto excelente.

Yo me decanto por una copa de Viña Pomal crianza (2,20 €), no sé de qué año, vino de D.O. Rioja con todas las características propias de un buen vino tradicional de la zona, entrada suave, textura aterciopelada, frutos rojos maduros y algo de vainilla al final. Riquísimo, especialmente porque está bien conservado. Este suele ser un problema grave en la mayoría de los establecimientos. La mala conservación de los vinos en el lugar o durante el transporte desvirtúa las cualidades del vino en origen. Es una pena pero, en general, los vinos que se toman por ahí, tanto por copas como en botella completa, suelen no estar en su máximo esplendor y, aunque uno sepa exactamente lo que busca en ese vino, la mayoría de las veces no lo encuentra. Aquí sí lo he encontrado y me ha producido una gran satisfacción.

No es cuestión de ser tiquismiquis, es simplemente que espero determinadas cosas de la comida y la bebida y, a veces, no cumplen con las expectativas. Me pasa mucho con el vino, determinados chocolates y el jamón, nunca sabes cómo te van a salir. Eligiendo exactamente el mismo tipo de vino, de chocolate o de jamón de la misma marca es rara la vez que salen iguales o, por lo menos, parecidos. Entiendo que ambas son materias que evolucionan con el tiempo pero la mayoría de las veces la diferencia viene marcada por una degradación, por mala gestión, y no por una evolución natural que podría impulsar sus sabores/aromas de base.

De primero elegimos el lomito cantino (4,50 €), un homenaje, mejorado, a sus predecesores. Cinta de lomo de cerdo adobada con tomate, rúcula, mayonesa rosada, ¿con pimientos?, y pan tipo mollete. Muy sabrosón.

Después pedimos patatas bravas, pero no les quedan, así que Pedro, el chico que nos atiende, que es muy amable y explicativo, nos ofrece tacos de sobrasada mallorquina con brie fundido y picadillo de aceituna negra (11,90 €). Le digo que yo no soy muy fan de la sobrasada y comenta que es de su familia, de Mallorca, y que es gloria bendita. Bueeeeno, pues habrá que probarla, aunque mi idea de la sobrasada es un embutido formado por una crema grasienta de gusto suavón que no aporta nada a la gastronomía mundial, que conste en acta. Sobre unas tortillas de maíz y trigo se sitúa un buen aporte de sobrasada, algunas hojitas de mezclum, queso semiderretido y unas aceitunas negras picadas. Y aunque el brie no parecía brie y las tortillas eran sencillitas, no caseras, la sobrasada, ¡ay, la sobrasada!, ¡¡¡estaba espectacularis totalis!!! La sobrasada hacía el plato ella solita, es más, yo la pondría simplemente sobre un pan cristal tostado o un torto de maíz recién hecho y, por darle un toque de color, se pueden añadir las aceitunas negras picadas del plato original, pero para mi gusto mejor de cuquillo. La sobrasada tenía una textura delicada, nada grasienta, pero su sabor era intenso, con un suave toque picante, el gusto ahumado del pimentón de La Vera y varias especias. ¡Qué maravilla! Claramente tenía más magro que tocino y se notaba, era una sobrasada noble, no lo que uno encuentra por ahí, sabía a monte mediterráneo, a orégano, a romero, ¡una delicia de contrastes de sabores y texturas!

Antisobrasaders, ¡venid a este lugar! Siempre está bien cambiar de opinión si la realidad nos impele ello.

Después, una hamburguesa de ternera, 200 g, con pan aldeano y salsa dulce de mostaza (12,90 €). Con tomate y mezcla de hojas verdes, la carne era jugosa aunque ligeramente compacta, el pan contrastaba agradablemente con su punto crujiente y la mostaza aportaba un delicado gusto casi barbacoesco. ¡Rica! La acompañaron con unas patatas gajo, no sé si por deferencia por la falta de patatas bravas, delicadamente crocantes y de interior blandito.

Otra copa de Viña Pomal, que estoy creciendo. Es el turno de los calamarcitos fritos con alioli de ajo negro (12,50 €). Los chipirones estaban un poco perdidos en el rebozado, cuya fritura resultaba tan crujiente que los seres que se encontraban en su interior habían perdido su textura y su sabor para convertirse en un todo crujiente, muy agradablemente crujiente, pero muy poco marino. El alioli de ajo negro combinaba bien aportando su textura untuosa y un delicado sabor a tinta de calamar, aunque fuera de ajo negro, qué curioso, debe ser autosugestión.

Se me olvidaba, la vajilla del lugar está muy chula, algunos platos estilo inglés y otros más rústicos hacen que resulte diferente.

Y, para finalizar, una porción de cheesecake de arándanos (5,50 €). Sencillo y agradable, con capa interna de especie de gelatina de arándanos, capa inferior de galleta molida con mantequilla y superior de queso fresco con nata con un toquecito de mermelada ligera. Cumple su función de final dulce.

Nos comenta Pedro que es barista y prepara cafés espectaculares, nosotros no somos de tomar café nocturno, pero queda pendiente para otra vez.

Este establecimiento está estupendo para ir con amigos, compartir platos sencillos, sabrosos y con buenas materias primas, degustar bebidas de calidad y ¡disfrutar de la sobrasada! Son muy amables y la cocina deja buen sabor.

Aquí el Instagram de la Cantina Singular. Actualmente, ofrecen desayunos, aperitivos, comidas y cenas (estas últimas solo algunos días).

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Por Lu

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