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Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.

Por Lu

Chocolate lynchiano en Bombón

Bombón

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Hola, buenos días por la mañana temprano, ¿qué tal? ¿Todavía en modo borrachera o ya en modo resaca? Este texto pretende acoplarse perfectamente a ese momento entre la euforia de la borrachera y cuando estás, ya en la cama, esperando a que todo deje de girar a tu alrededor. Por supuesto, también pretende dar un poco de dolor de cabeza, porque leer con resaca es fatal para la cabeza, con los ojitos empequeñecidos por la tensión cerebral y las neuronas bailando esa extraña danza alcohólica.

Pues nada, empezamos con lo bonito y propio para estas fechas tan entrañables —sí—: ¡que el año sea propicio, que llueva café o chocolate según necesidades, que vuelva la normalidad —sí, la normalidad es lo que se busca— y cada uno que cumpla sus deseos a su gusto mientras sus deseos no sean perjudiciales para otros!

Hoy he elegido un sitio de chocolate porque el chocolate es lo mejor, te sirve para apagar resacas, amores, tristezas, nostalgias, estrés, ansiedades… ¡el chocolate es el bombero de las emociones y el medicamento para el mal funcionamiento de la química corporal! Qué triste, «el bombero de las emociones», suena a canción de Leticia Sabater.

El bombero de las emociones / viene e va / All'improvviso senza accorgerti, la vivrai, ti sorprenderà / Ne abbiamo avute di occasioni / Perdendole, non rimpiangerle, non rimpiangerle mai. Oh me parece que me he confundido con el autor.

Bueno, aquí va algo del hilo musical del local, en el que prevalecía la música de finales de los 70 y principios de los 80, al menos en el momento en que lo visitamos, aunque no sé si lo visitamos o no, pues estaba cerrado.

Aquí lo confirman y aquí lo corroboran: ESTÁ CERRADO. Está cerrado, en sus redes sociales se despiden en octubre de 2020, liquidando existencias, algo que se le da muy bien al coronavirus. Incluso Tripadvisor se ha quedado congelado en 2020, solo Google tiene comentarios actuales con respecto a Bombón, Google consigue atraer a gentes para que opinen y revivan el espíritu de Bombón, de un Bombón que en internet está bastante muerto y en realidad parece estar vivo.

Obsérvese el rótulo interior encendido y reflejado en el espejo que se encuentra debajo, exactamente en el mismo sentido, desafiando todas las leyes de la física o tal vez no, la física me supera, como la mayoría de las cosas.

Si esto no es una peli de un señor americano de pelo blanco que venga Dios y lo vea.

Bombón abría en 2018 de la mano de Carlos del Amo y Lúa Ríos, gentes que vivían en Nueva York y tienen un grupo llamado Gold Lake y, según los artículos que se hacían eco de su apertura, pretendían ofrecer algo que aún no había en Malasaña, un lugar centrado en el chocolate, aunque también con café y algo de cerveza. Es una pena que siga sin existir un establecimiento donde el chocolate sea el hilo conductor, un chocolate de calidad en forma de chocolate caliente vienés ligeramente ácido, chocolate a la taza frío de Casa Cacao, denso y cremoso batido de chocolate, frescos y delicadísimos bombones belgas ¡de Brujas!, tarta Sacher, mejor tarta de chocolate del mundo, palmeras de chocolate de Moulin Chocolat, mousse de chocolate… Si tuviera tiempo y dinero ya habría montado algo así y ya me habría comido y bebido todas las existencias; por suerte solo tengo hambre y sed, dinero y tiempo no.

Bueno, pues lo dicho, cierra en octubre de 2020, a causa de un señor que se llama coronavirus, pero en diciembre de 2021 está abierto y ofrece chocolate pero no está centrado en el chocolate, hay más propuestas cafeteras, y las personas que atienden parecen una pareja, pero no son la pareja que decían ser los propietarios, lo digo por las fotos, me he documentado, sé mirar internet.

Bombón, cerrado en 2018, tiene una decoración particular con altarcillo a una portada de un disco de 20 hits de Hot Chocolate, bastante daliniana, con sus plantas gemelas de generación espontánea y una lámpara con lágrimas, la pobre.

En la pared de enfrente, presenta un cuadro que parece de la costa norte de California o así... las sillas de terciopelo y las mesas de mármol dan un toque elegante que contrasta con una vitrina para helados que, a simple vista, parece de 3ª mano; esto es algo muy común en los EE.UU. —porque estamos en EE.UU., el espacio y el tiempo aquí no son determinantes—, el lujo es lujo hasta cierto punto. Si tienes que meter una cosa práctica que estropea toda la estética lujuriosa, la pones y puedes pensar que no coincide en el espacio-tiempo con el resto, tan simple.

A la derecha del cuadro californiano —a lo mejor es Cuenca con el río Júcar un poco agitado— y a la izquierda de la portada de disco hot, hay dos puertas, aunque yo hubiera puesto dos cortinas de terciopelo rojo, en una acabas en el W.C. y la otra te lleva a un lugar de donde salen dulces, ¡tú eliges con los ojos vendados, that’s life! También puede salirte un enano bailando raro de detrás de la cortina y eso ya te deja marcado para toda la vida y todo lo que sucede después puede ser un esperpento; en cualquier caso, la vida tiene bastante de esperpento.

Con una carta con gran variedad de cafés, batidos, 4 tipos de chocolates líquidos y té y una oferta de dulces típicamente americana, que incluye tarta de zanahoria, tarta de queso y gofre, no logro saber si es un lugar dedicado al chocolate o no. A pesar de su prometedor nombre — Bombón— la oferta chocolatera no es especialmente amplia, debe ser un nombre tapadera para un establecimiento donde el chocolate es un mero cebo para captar a malasañesos adictos y abducirles. Y mientras estás tomando tu chocolate, tan pancho, una voz en off te susurra «tras las cortinas de terciopelo rojo encontrarás un mundo de ensueño» y, chas, no entiendes nada y acabas abducido por unos seres de lo peorcito que te alimentan a base de empanadas congeladas o croquetas de hormigón armado acompañadas de yayos con resacón garantizado. Y sigues en Malasaña pero de tu estómago y tu cerebro salen pequeños aliencitos que piden vino biológico —que está de moda— porque, aunque criados en lo peor, han ido adquiriendo un gusto especial, también solicitan cervezas artesanas; son aliens de Maravillas de nueva generación. Y estos nuevos aliencitos invadirán el barrio y crearán originales tendencias con las que subyugarán a locales y foráneos y, de este modo, dominarán el mundo. Estos seres convertirán Malasaña en su cuartel general desde donde manipularán todo el globo terráqueo inoculando el virus del chocolate con churros —una tendencia moderna a la par que tradicional para que a todos guste y nadie se sienta discriminado— en un primer espécimen viajero, tipo el tío Matt de los Fraguels, para que este lo contagie a todo el mundo y la población se someta a los preceptos de los chulapos malasañesos. Y de este modo, todos los churros con chocolate del universo saldrán de Malasaña, que se convertirá en una enorme churrería. Malasaña se podrá vislumbrar desde la estación espacial por el humo del aceite hirviendo mezclado con un agradable y reconfortante aroma a chocolate caliente. Toda la producción de cacao de Iberoamérica y África irá a parar a Coslada y, de ahí, una vez tostados los granos en el punto justo y molidos de una forma especial para que el chocolate consiga siempre la tersura adecuada, pasarán a Malasaña que se convertirá en el gran churródromo y chocolatódromo que todo el mundo, una vez en la vida, tendrá que visitar. ¡El churrocolatismo ya llegó! ¿O será chocochurrismo? Chispún.

Sea como sea, parece ser que la palabra «bombón» viene de la reiteración del adjetivo francés bon, reiteración que sirve para enfatizar la bondad de algo. Aquí diríamos «por favor, me puede poner una caja de buenosbuenos», lo cual le quitaría todo el encanto a esas pequeñas y fantásticas porciones de chocolate que cuando están bien conservadas y realizadas son el cielo y, cuando no, son el infierno.

Bueno bueno, vamos a lo que nos atañe, el chocolate que dicen utilizar es belga con 70 % de cacao y ecológico y si uno lo desea puede ponerle nata (vegana) por encima.

M. elige un choco-latte (3,80 €), es decir, un chocolate más ligero con gran aporte de leche. Tiene una agradable espuma, aunque para mi gusto resulta algo flojo, le falta intensidad chocolatera, es demasiado lácteo, pero es perfecto para alguien no excesivamente chocolatero.

Yo me decanto por un chocolate tradicional (3,80 €). Es muy agradable, poco o nada dulce, nada amargo, ligeramente ácido y de textura densa y cremosa. Presenta la temperatura idónea, caliente pero no hirviente, las papilas gustativas no han tenido que gritar eso de «fire walk with me», así que todo bien. Resulta un chocolate fuerte, no tan delicado como los chocolates belgas más conocidos, un chocolate con personalidad propia. Lo presentan en una taza similar a la del cappuccino, nada de jícaras ni mancerinas —en el despiece hablo de esos elementos que debería incluir toda vajilla que se precie—, qué decepción, me hubiera hecho ilusión una bandejita barroquita con su jícara de chocolate. Bueno, el chocolate estaba estupendo, diferente de otros chocolates belgas a la taza, más tosco pero igualmente complejo, con sus notas de canela y sus maderas y algo de avellana tostada. Como se puede ver, ponen un vasito de agua para acompañar, lo cual se agradece profundamente, ¡no hay nada que combine mejor que el chocolate y el agua! Bueno, el chocolate hecho tarta con una imperial stout también va estupendis.

Elegimos, por otra parte, un gofre con chocolate y plátano (8 €). Pido extra de chocolate pero mi solicitud cae en saco roto. El propietario amablemente me recomienda mojar el gofre en el chocolate, como si fuera un churro, lo cual haré. Cuando lo veo venir observo que es un gofre americano, es decir, los que son de masa blanda, y me viene a la memoria un motel cerca de Yellowstone, donde tenían un cuenco de masa para gofres para hacerte el tuyo propio y «lo que sucedió te sorprenderá»… Pusimos una buena cantidad de masa en la gofrera y aquello fue algo similar al volcán de la Palma. Por suerte, las salas de desayuno de muchos moteles son para 3 o 4 personas máximo, aunque el motel tenga 30 habitaciones, así que poca gente observó la colada de gofre que se creó, ¡fue spettacolare! En EE.UU. pasan cosas curiosas, tienen máquinas tendentes a desparramarse. En ese mismo motel, fui a coger hielos a una máquina de hielos y empezaron a salir disparados creando un glaciar delante de la misma que me dejó fascinada y bastante avergonzada. David Lynch seguro que habría filmado el glaciar convertido en algo simbólico, yo volví corriendo para la habitación con unos pocos hielos, el deshielo prometía un tsunami en habitaciones de la primera planta. Las máquinas en EE.UU. están hechas para crear fenómenos naturales diseminados, a saber si los tornados del mes pasado no se debían a algún secador de pelo mal regulado. Vaya, ahora empiezo con las batallitas y las teorías absurdas.

Vuelvo, el gofre presentaba azúcar glas, plátano en rodajas e hilillos de chocolate. M. se comió su parte del gofre y el plátano, pues a mí la fruta no me interesa —niños, comed fruta—, y yo fui mojando el gofre, de masa delicada y algo insípida, en el chocolate que le daba vidilla. ¡Bien!

El establecimiento estaba abierto o cerrado y abierto-cerrado y este es un texto gastronómico y no gastronómico; nada es fácil y menos leer un texto de 2000 y pico palabras con resaca.

Recomiendo este sitio si está abierto aunque esté cerrado, si quieres un entorno americano y lynchiano, necesitas chocolate por cualquier motivo personal o quieres un lugar donde protegerte del frío.

Bombón se encuentra en la Plaza de Carlos Cambronero 1.

Un poco de música para finalizar y empezar el año soñando.

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