Sobre impuestos, mierdas de perro y robots
Hace cosa de un mes, en un informe del Instituto de Economía de Barcelona (IEB), expertos fiscales proponían muy seriamente la necesidad de gravar a los robots con impuestos. El argumento es que, si la tecnología impacta negativamente en el mercado de trabajo y, por eso, genera altos costes sociales, debe ayudar a pagarlos. Más o menos por las mismas fechas, el Ayuntamiento de Zamora anunciaba que los perros de la ciudad —bueno, sus dueños— empezarían a pagar nueve euros como tasa para participar de los gastos que ocasiona su existencia. Digo parte porque lo de limpiar las deposiciones que no se embolsan es mucho más caro de lo que se recaudará con el impuesto.
En Madrid, el número de perros no deja de aumentar. El año pasado había casi 280.000 canes registrados, unos 15.000 más que hace cuatro. En el distrito Centro, por ir acercándonos al barrio, hay dos veces más perros que niños. En Malasaña, como somos los primeros en enterarnos de las cosas, hay tres tiendas de alimentación para animales de compañía; o igual son más, yo es que soy de ir a bares. Aunque no hay causas certificadas de ese crecimiento perruno, uno puede imaginar algunas: las soledades urbanas, los cambios en las estructuras familiares, la caída de la natalidad, el animalismo en alza, los contenidos virales con mascotas… Por lo que sea, el hecho es que están llegando más y más habitantes chuchos a la ciudad. Por eso, lo de Zamora parece bastante lógico. ¿Pasará algo parecido aquí? Y yo que sé, el alcalde es ese señor de gafas.
Lo que no está contabilizado en Madrid es el número de robots. Tampoco parece fácil, porque lo que nos está quitando el trabajo no son tanto los cachivaches con aspecto de C-3PO como los sistemas de tratamiento de datos. Pero seguro que está creciendo también a toda velocidad. De hecho, si uno lee y cree a Yuval Noah Harari, las máquinas serán tantas y tan inteligentes y poderosas que acabarán sometiendo a los humanos como nosotros hemos esclavizado a otros humanos y a los animales, también a los que tenemos en casa para darnos el cariño que nos falta.
Si esto acaba siendo así, el futuro puede ser ese momento en el que las personas paguemos nuestros impuestos y los de nuestros perros con lo que nos dé la renta básica mientras servimos a las máquinas que, si son tan listas como dicen, igual se libran de las tasas que ahora les queremos poner. Y entonces nos acordaremos otra vez de esa canción de los navarros Tijuana in Blue, la de “mierdas de perro inundan la ciudad, unas tú las pisas y otras te quieren pisar”.
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