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Recordando al Lady Pepa, el primer café-teatro de Madrid

Entrada del Lady Pepa, en la calle San Lorenzo

Antonio Pérez

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Antes de que el Lady Pepa fuera hiper conocido como el after al que ir a comer un plato de espaguetis a la boloñesa a las 6 de la mañana en el centro de Madrid, cuando te lo has bebido todo y te resistes a ir casa, este lugar de la calle San Lorenzo -cerrado en la actualidad temporalmente por las restricciones de la Covid-19- a finales de los años 60 del pasado siglo fue el primer café-teatro moderno que hubo en la capital y, muy posiblemente, de manera estable, en el país. 

Como muestra de ese pedigrí aún conserva el nombre de ‘café-teatro’ en el toldo de su entrada y hasta en la denominación de la sociedad que lo administra. Además, es el motivo por el que aparece en artículos y en libros sobre historia del teatro.

El café-teatro se convirtió en un género en sí mismo y, a la vez, ha sido el término por el que se ha conocido a locales de reducidas dimensiones donde asistir a pequeñas representaciones de obras escritas especialmente para este formato, que exige pocos actores, aún menos escenografía y temas livianos. En estos sitios, teatro, copas y charlas con los amigos se daban la mano. 

Todo eso ocurría en el Lady Pepa, una cueva con un minúsculo escenario al fondo que fue el primer local en adoptar una moda llegada de Francia, que penetró en España por Barcelona y que se instaló en la capital en este espacio antes que en cualquier otro. Propiedad de Julita Díaz, funcionaba como local de copas desde 1962, pero fueron Concha Llorca y Rafael Mendizábal quienes supieron transformarlo, a partir de los primeros meses de 1969, en café-teatro y bajo su dirección artística encontró una fórmula que funcionó hasta, aproximadamente, la mitad de la década de los 70. 

Cuenta la hija de Llorca, María Concepción Muñoz Llorca, que fue el propio Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo hasta octubre de 1969, quien legalizó el Lady Pepa en Madrid.

José Ramón Pardo, uno de los actores habituales de las obras que se representaron en el Lady Pepa recuerda que en el local no cabían más de 30 o 40 personas, que los textos eran cómicos y algunos incluían números musicales y que las funciones no duraban más de 40 o 50 minutos.

 “Todas las noches hacíamos dos pases, a las 12 en punto y a la 1:30 horas”, dice un Pardo que entró en la singular familia de este local -tenía compañía estable y propia- a través de una sustitución en El Conde Von Parkus -pieza de Santos Peña que estuvo en cartel a partir de 1972 y fue la más exitosa de este espacio, con más de 400 representaciones- y que luego pisó sus tablas en otras muchas ocasiones.

Según Juan Pedro Sánchez, en su trabajo de investigación La escena madrileña entre 1970 y 1974, Lady Pepa tuvo un “prometedor estreno con obras cortas de José Ruibal” en 1969 y asegura que, además del primero, fue “el café-teatro que mayor vocación teatral tiene de todos por su idea de presentar gran cantidad de títulos y por la formación de una compañía titular que representaba las obras en otros cafés-teatro de otras ciudades”. 

Por su parte, Pardo destaca también el hecho de que durante sus años como café-teatro Lady Pepa se ciñó sólo a programar ese tipo de espectáculos, que era para lo único que abría, siempre en horario nocturno, “haciendo quizá alguna pequeña excepción para asuntos muy puntuales, como cuando, por ejemplo, Gloria Fuertes reunía a un grupo de incondicionales en sesión de tarde para una lectura de poemas”.

Entre los espacios madrileños que comenzaron a programar muy pronto café-teatro, siguiendo la estela Laidy Pepa, los más destacados fueron Ismael (plaza de Santa Ana. 9) o Stéfanis (Bravo Murillo, 38), aunque podemos encontrar otros muchos nombres durante la primera mitad de la década de los 70. La mayoría, salas de fiesta reconvertidas y sin dedicación exclusiva a este género: El Biombo Chino, La Fontana, Ales, King-Boite...

“Cuando Lady Pepa comenzó con las representaciones teatrales, en locales parecidos de la época lo que se podía ver eran actuaciones de cómicos y de cantantes. Fue una propuesta novedosa que gustó mucho tanto a la gente de Madrid como a los muchos visitantes que pasaban por la capital y que, al consultar las carteleras del ocio nocturno se preguntaban extrañados sobre lo que era eso del café-teatro y, por supuesto, no querían perderse lo último que ofrecía la capital”.

En cualquier caso, el fulgor de la moda fue breve y las novedades políticas y las aperturas de diverso tipo que experimentaba el país dieron paso pronto a otro tipo de propuestas, con la época del destape asomando la patita aquí y allá y cambios en las licencias de lugares habilitados para acoger espectáculos.

Aunque la fecha del adiós como café-teatro del Lady Pepa queda difusa, José Ramón Pardo calcula que estaría ofreciendo este tipo de espectáculos hasta 1975, aproximadamente. “En 1973 hice allí El caso de la asesina inocente, de Kalikatres. Después representé Boeing, boeing Elena y cuando me fui aún siguió funcionando como café-teatro unos años más. Concha Llorca cedió el testigo a Manuel Santos Peña y a su mujer, la actriz Maite Puig, y ahí se acabó la cosa”.

En su propio adiós al Lady Pepa, al que se refiere Pardo, mucho tuvo que ver el hecho de que él mismo se lanzara a exportar el formato del café-teatro por toda España. Con compañía de no más de cuatro personas, recuerda haberse recorrido el país en coche para cumplir con las funciones que él mismo cerraba por teléfono con empresarios de salas de fiestas y discotecas de provincias.

“Me cogía la guía telefónica y buscaba discotecas para ofrecerles café-teatro. Conseguía locales y allí que nos íbamos. Viajábamos en coche, con un magnetofón donde teníamos grabados los efectos especiales y la música de presentación y listo. Los mismos 'pinchas' de los locales nos ayudaban, pero cuando la representación era más complicada contábamos con un técnico que nos hacía también las veces de conductor: nunca podíamos ser más de cinco personas en total por el desplazamiento”.

Lo que en Madrid se quemó más bien pronto, en otros lugares aún estaba por llegar. Como ejemplo de esto, los nueve años y medio que José Ramón Pardo estuvo representando la misma obra de café-teatro por todo el país: El Kung-fu...so pudo verse hasta entrados los años 80 en diferentes capitales de provincia. Con el tiempo, los propios actores fueron cambiando tanto la obra que su autor, Enrique Bariego, al verla un día se preguntó si lo que acababa de ver lo había escrito él mismo.

“En el café-teatro era habitual que los intérpretes modificaran el texto. Es parte de su característica. Además, se interactúa mucho con el público. En El Kung-fu...so, con el tiempo, llegamos a incluir el desnudo integral de una de las dos chicas que nos acompañaban”, recuerda este actor, eterno secundario, que sigue activo -estrena en breve película -Viejos- y serie de televisión en la que hará de cura- y que rememora con añoranza aquella época de mucha vida nocturna y de camaradería total entre los actores.

“Siempre he podido vivir de la interpretación. Éramos pocos y nos conocíamos todos. Al acabar nuestras funciones, el gremio en grupo se encontraba en el Café Gijón y después íbamos a cualquier discoteca, para terminar comiendo pescado, sopas de ajo o churros de madrugada, en sitios donde no debías llegar antes de esas horas. Los actores, todos con el preceptivo carnet profesional que te exigían para poder trabajar, no volvíamos a trabajar hasta las 19 horas del día siguiente, así que había mucha vida nocturna”.

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