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Instalación

Las flores de piedra están desapareciendo de Madrid y no te habías dado cuenta

Bolardos de piedra pertenecientes a la obra 'El tallo en sesgo'

Diego Casado

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El oficio de la cantería está a la baja en las grandes ciudades. Aunque las piedras siguen poblando el diseño de los nuevos espacios entre edificios, sus formas cada vez son más simples, sin apenas trazos de adorno. Meros elementos funcionales, delimitadores de espacios, que resisten los embites del trasiego urbano y, si claudican, puedan ser sustituidos por otros de forma barata y rápida.

Esta tendencia se ha ido asentando durante los últimos años, interrumpiendo la tradición ciudadana de aprovechar los hitos de piedra para recrear algo de la naturaleza que se ha ido perdiendo en favor del asfalto. En Madrid existen numerosos ejemplos de lo que se hacía antes y su evolución se puede contemplar estos días en el patio sur de Condeduque, en una sencilla -aparentemente- instalación de siete bolardos que describe visualmente el paso de las formas florales a la geometría pura y dura. Se llama El tallo en sesgo.

“Antes todo el ornamento era vegetal, con flores y frutas”, relata Patricia Esquivias (Caracas, 1979), la artista responsable de este montaje que comienza con unas bellas esculturas de granito y acaba con dos tallos, uno de base esférica y otro cuadrada, este último cortado en oblicuo, como el sesgo que haces a una planta para que perviva durante más tiempo en el agua del jarrón.

Esquivias cree que la ciudad ha perdido con la llegada de los paisajes planos que tanto abundan, por ejemplo, en las plazas duras. “Descansar la vista en lo plano y lo minimalista es un horror, a mí lo que más me llama la atención son las superficies donde reconoces el trabajo de alguien”, explica mientras se lamenta que esas piezas interesantes “están desapareciendo en favor de azulejos sin alma, planchas lisas en las que no hay nada”. “Prefiero vivir en un entorno en el que las cosas te hablen”, asegura.

Para ella, potenciar estos diseños se traduce en “eliminar el trabajo de una persona que podría estar aportando algo”, como ocurre con los grandes bloques de mármol que se cortan con máquinas. “Para un cantero este tipo de nuevos diseños no supone ningún reto, se aburre”, dice con gesto triste mientras observa los últimos bolardos de su serie. “Y además se pierde el saber hacer”.

Los bolardos de El tallo en sesgo vienen del Taller de Cantería de la Casa de Campo, un espacio municipal donde se trabaja con la piedra, antes de forma más artesanal y ahora mucho más mecánica y sin apenas expresión. Siempre hay excepciones, como las marcas talladas en el granito del suelo de Madrid que salieron de allí. Patricia lo visitó durante la preparación de su obra: “Estando allí te das cuenta del cambio del diseño que se ha producido, al ver las piezas que salen de allí como los bancos con pendiente para que te caigas si te tumbas encima de ellos”, recuerda.

Su instalación, enmarcada en un patio proyectado por un arquitecto churrigueresco -Pedro de Ribera- ensalza aún más el cambio. Esquivias cita a Ribera para poner como ejemplo de decoración ornamental la del Puente de Toledo, que conserva todavía unos espectaculares jarrones con flores, muchos de ellos restaurados o reconstruidos totalmente.

Crecida en un extrarradio de chalés rodeados por setos “en los que nunca se veía nada”, el trabajo de Esquivias gira en torno a la ciudad y sus superficies. A veces se fija en las rejas, otras en los revocos, huecos en los que el albañil tuvo la oportunidad de trabajar para hacer algo distinto. “Voy catalogando elementos y cuando los junto, en una acción muy sencilla, ves la narrativa”, detalla. Lo mismo le sirven los azulejos de las estaciones de Metro como los portales o los edificios con cerámicas.

“Todo mi trabajo es el trabajo de otros. Yo hago un proceso de rescate y de reordenar lo que está para mostrarlo y enseñar mi amor por la gente que lo hizo” -cuenta-. “Yo no haría nada en la vida si toda esa gente no hubiera hecho esto antes”, explica mientras sigue trabajando en tender un puente entre las artes aplicadas y las bellas artes. “Esa gente que hacía un trabajo más singular ya no tiene lugar en lo que es la ciudad”, dice al explicar la denuncia de su obra sobre los bolardos de piedra. Una reivindicación de los que crearon los lugares en los que viviemos “que estamos perdiendo sin hacer nada”, lamenta.

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