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Un paseo por el cementerio de Fuencarral, memoria dialogada en piedra de la Guerra Civil

Monumento  los voluntarios soviéticos caídos

Luis de la Cruz

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Hay un cementerio en Madrid entre cuyos muros se representan los años treinta. Como sucede con otros camposantos, el espacio que antaño estaba a las afueras del núcleo urbano ha quedado inmerso en los ensanches del mismo. El cementerio del antiguo pueblo de Fuencarral está en uno de sus barrios nuevos, Montecarmelo, una barriada con las características calles infinitas de un PAU –exagerando podríamos decir que también a lo ancho–, rectas, jalonadas de comunidades con espacios interiores.

Atrás quedaron los tiempos, antes de la existencia de Montecarmelo, en que los vecinos de Madrid con seres queridos enterrados allí reclamaban que un autobús les acercara sin tener que cruzar a pie la carretera de Colmenar. Hoy, el lugar está comunicado y unas pocas de las casi 25.000 personas que viven en este barrio, tienen vistas a un cementerio que alberga sorpresas para los amantes de la historia.

El cementerio es en sí mismo, todo él, un lugar de memoria para el recuerdo de las Brigadas Internacionales: fue el elegido por el general Lúkacs de la XII Brigada Internacional para que descansaran los cuerpos de más de cuatrocientos brigadistas caídos en la guerra de España, motivo por el cual la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales y otras entidades memorialistas llevan a cabo periódicamente actos en el cementerio de Fuencarral.

Antes del final de la contienda, sus tumbas estaban dispuestas en línea, de forma sencillísima, junto a la tapia de ladrillo del cementerio. Sin embargo, en el país surgido en 1939 no tenían cabida los perdedores. Tampoco los muertos.  Los cadáveres fueron desenterrados y arrojados a una fosa común en las inmediaciones del lugar. Se sabe los nombres de los brigadistas, queda su recuerdo, pero faltan los cuerpos. Se cree que no andan muy lejos e, incluso, se temió que las obras que afectaron a las tapias del cementerio en 2017 se llevaran por delante la fosa común. La tradición oral habla del monte de El Pardo, pero la ubicación del cementerio casi lo es y, aún hoy, el camposanto está rodeado de un terreno escarpado, desnudo, en cuyas cercanías pasean por las mañanas dueños de perros y runners .

La placa que se puede leer actualmente se reconstruyó en los años ochenta y recoge la misma frase que la original, “por la libertad del pueblo español, el bienestar y el progreso de la humanidad”, en francés. Existen, además, otras placas alusivas a las distintas nacionalidades de los brigadistas (británicos, estadounidenses, canadienses, irlandeses, italianos, polacos, cubanos, chipriotas, yugoslavos y judíos), en algunos casos sufragadas desde sus países de origen.

Imágenes del cementerio antes de que fueran desalojados los cuerpos de los brigadistas pueden verse en Heart of Spain (Herbert Kline y Geza Karpathi, 1937), una producción propagandística norteamericano-canadiense en apoyo a la República. Tras mostrar crudísimas imágenes de bombardeos, nos topamos con una serie de planos de las tumbas (la placa dedicada a los brigadistas puede verse en torno al minuto 9 y 40 segundos del vídeo que aparece en este mismo artículo).

Desde 1989 existe junto a la parte vieja del cementerio un impresionante grupo escultórico dedicado a los voluntarios soviéticos en la guerra del 36. El monumento está formado por un arco del triunfo truncado erigido sobre un mapa de España. De la tierra, emergen los cuerpos pétreos de los soldados soviéticos. No, seguramente se hunden en ella. A su lado, una figura femenina que alegoriza a la madre Rusia. Aparecen, además, los nombres de 182 soviéticos caídos en combate, solo una parte de los homenajeados.

El complejo fue promovido por el embajador de la URSS Sergei Romanovski poco antes de la desintegración de la URSS y es obra del arquitecto M. Voskresenski y el escultor V. Rukavishnikor. Como curiosidad, hay que decir que en el Parque de la Victoria de Moscú existe un monumento hermano de este, dedicado a los españoles que cayeron en la Segunda Guerra Mundial luchando contra el nazismo.

Enfrentada a este monumento, como un escenario diseñado por un arquitecto de la confrontación extrema, destaca el blanco de la piedra de una gran tumba de un falangista, con dos ángeles arrodillados frente al yugo y las flechas.

Aún hay que sumar un monumento erigido en 1995 alusivo a los años más rotos del siglo XX europeo. Conmemora a los combatientes españoles en la Segunda Guerra Mundial y fue inaugurado por el ministro de defensa Julián García Vargas. Muy cerca del anterior, aparece mucho más minimalista ante los ojos del visitante: es una especia de gran lápida gris sobre una base de granito donde se puede leer “”en memoria de los españoles que combatieron por la libertad de Europa, 1939-1945“, y su autor es Enrique Rocabert.

La piel de los distintos monumentos ha sufrido el tacto agresivo de los esprays en distintas ocasiones. En 2017 aparecieron pintadas antisemitas y nazis, lo que llevó incluso a que protestara la embajada de Rusia en España.

En el año 2021 el grupo de extrema derecha Vox intentó llevar al pleno de la Junta de Fuencarral-El Pardo la retirada del monumento a los voluntarios soviéticos y, también, de la placa en recuerdo de los brigadistas internacionales. El distrito comparte Concejal Presidente con Chamberí (Javier Ramírez), donde poco antes la confluencia de las derechas acabó en la dantesca escena de la ruptura a martillazos de la placa de Largo Caballero. En esta ocasión, el desmarque de Ciudadanos y el intento del Partido Popular de templar la propuesta –a través de la fórmula estudiar– acabó con la retirada de la proposición. Sin embargo, un paseo por los foros más a la derecha de internet sigue devolviendo la imagen de los monumentos como diana de odios.

En una visita al cementerio de Fuencarral cualquier día, por la mañana, uno puede caminar casi solo entre un laberinto de muretes con nichos y tumbas con flores (cada vez más) de plástico. Si es paciente, puede dar con el lugar donde reposan las cenizas del alcalde Agustín Rodríguez Sahagún, imaginar historias alrededor de las pequeñas fotos en los nichos y hasta sorprenderse con un escudo del Atlético de Madrid en otro. El cielo, inacabable, desborda el campo visual y te recuerda que estás en las afueras de la ciudad. Posiblemente en un lugar más céntrico no podría haberse dado el diálogo en piedra sobre la memoria de los años treinta que, silente, se produce en el cementerio de Fuencarral, barrio de Montecarmelo.

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