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Madrid imaginado
El Pirulí de medio kilómetro que Santiago Calatrava ofreció a Madrid (y su empeño con las torres megalómanas)

Torre de Montjuïc

Luis de la Cruz

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Hubo un tiempo en el que el Pirulí era el centro de cualquier representación esquemática del skyline de Madrid. Torrespaña, la torre de comunicaciones a pie de la M-30 que fue hija del Mundial 82. Pero, acabando los años noventa, se barajó dejar pequeños sus 220 metros de altura y acometer la obra que diera a Madrid la madre de todas las torres de comunicación: una de 500 metros salida del genio de Santiago Calatrava. Era 1998 y el arquitecto valenciano se llegó a reunir con técnicos del Ayuntamiento para valorar la nueva torre, que contaría con discoteca además de centro de control.

La idea de la torre no nació de la nada, proviene de Valencia y la de 380 metros que tendría que haber crecido en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Pero se cayó del proyecto en 1995 con el cambio de gobierno del PP al PSOE (en el que el arquitecto salió ganando económicamente, como siempre). Allí se habló tanto del asunto que, todavía en 2016, la torre no nata fue objeto de una falla.

Pero, antes aún, fue la barcelonesa Torre de Calatrava en Barcelona (o de Montjuïc o de Telefónica). Si la difusión del Naranjito fue el impulso del Pirulí, la cobertura de las andanzas de Cobi lo fue de esta torre de aspecto futurista encargada por la empresa de telefonía. Y, a la vez, la exuberancia española del 92, con su torre y el puente del Alamillo para la Expo de Sevilla, terminaron de lanzar la carrera del valenciano.

La proverbial envidia madrileña desarrollada hacia Barcelona después de las olimpiadas y su explosión urbana están también detrás de la sombra del Pirulí versión NBA que pudo ser y no fue. Con motivo de la capitalidad cultural europea (nuestro 92 venido a menos) se había construido una nueva versión a modo de mirador en Moncloa que no convenció a casi nadie.

Nuestra castiza torre de hormigón ochentera se antojaba algo provinciana para los nuevos tiempos. Calatrava llegaría entonces con una propuesta al gusto capitalino, que se caracteriza por el ande o no ande, burro grande –pensemos en la última propuesta de noria gigante de Villacís–: una nueva torre de, ni más ni menos que medio kilómetro. La ubicación elegida sería el eje Castellana-norte, el ámbito de ensanche empresarial de la ciudad de Madrid (la idea de la luego encallada Operación Chamartín había empezado a tomar forma en torno a 1993).

El ejemplo a seguir de Calatrava era la torre de comunicaciones de Toronto, la más alta del mundo (553,3 metros) hasta que en 2007 fue sobrepasada por los 828 metros de la Burj Khalifa, en Dubai. ¿Quién no querría tener en su ciudad la torre más alta del mundo?

En sus buenos tiempos, Calatrava se fotografiaba a menudo con Jaume Matas, Francisco Camps o Rita Barberá (o ellos con él). Por supuesto, las aguas revueltas de la corrupción lo llevaron a estar imputado en el caso Palma Arena o en del Centro de Convenciones de Castellón. También ha tenido que pagar multas por los desperfectos del Palacio de Congresos de Oviedo o por los sobrecostes del Puente de la Constitución sobre el Gran Canal de Venecia.  

Por culpa de sus compañías –y de sus propios excesos– vio empeñada una carrera trufada de éxitos profesionales y premios, como el Príncipe de Asturias de las Artes, el Nacional de Arquitectura (e Ingeniería Civil), o el Europeo de Arquitectura. La vitola del nuevo Gaudí de las grandes estructuras se vio cada vez más opacada por el Calatrava te la clava, que, por cierto, fue una web a la que llevó sin éxito ante los tribunales.

En Madrid, contamos con otro ejemplo de las altas miras de Calatrava: el obelisco de Plaza de Castilla. El objeto fálico de 92 metros de alto –menos de lo que pretendía el arquitecto– fue un regalo envenenado de la Caja de Madrid de Blesa a la ciudad. En opinión de muchos, ha quedado como símbolo de la corrupción de la entidad antes de desaparecer y convertirse en Bankia.

 Inaugurado en 2009, su fuste está formado por 462 costillas y 462 lamas de bronce de 7,70 metros. La columna dorada tiene un mecanismo que debería mover las piezas para ofrecer al viandante la ilusión óptica de su ascenso hacia el cielo, pero tuvo que ser apagado nada más inaugurarse, por lo que son pocos los afortunados que la han visto en movimiento. Además, el Ayuntamiento acabó pagando cinco de los catorce millones de euros que costó.

Dejando atrás la tierra quemada, Calatrava llevó a Dubai su idea de construir la torre más alta jamás subida por un humano. La Creek Tower empezó prometiendo siendo 928, pero la construcción quedó paralizada y, por el camino, han ido añadiéndose metros a la previsión inicial, por encima del kilómetro. Aunque no ha avanzado mucho más allá de los cimientos, sus promotores han anunciado recientemente que la torre será rediseñada por una empresa internacional anónima.

¿Es Calatrava un producto de los tiempos o productor de los mismos? No lo sabemos con seguridad, pero el polémico nombre de este arquitecto-escultor ha puesto formas a casi todos los contextos de la espectacularizaciòn capitalista de las últimas décadas.

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