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El último reparto del rider sustituto Néstor Alexander, un abogado venezolano que buscaba asentarse en España

Los sanitarios atienden a Nestor tras el accidente.

Alberto Ortiz

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Solo el traqueteo de un camión de basura rompía el silencio de la calle Embajadores el pasado domingo, después de que el toque de queda vaciara la ciudad. Por eso el estruendo de una colisión despertó la inquietud de tres enfermeros, que salieron de inmediato de sus casas. En el suelo encontraron una motocicleta, una mochila de repartidor y el cuerpo de Néstor Alexander Pérez, un abogado venezolano de 48 años que trabajaba desde hacía unos meses para Deliveroo. Se dirigía a entregar el último pedido del día.

Cerca de las 23.00 horas, Néstor circulaba con su moto en el cruce de las calles Tomás Borrás y Embajadores, en pleno distrito madrileño de Arganzuela. Había recibido un pedido en la aplicación para la que trabajaba como “sustituto”. Por la hora, seguramente serían los últimos tres euros del día, lo que perciben los trabajadores por cada entrega. Debido a causas que aún se investigan, el repartidor chocó contra un camión de basura que maniobraba en esa misma esquina. “Choque frontolateral”, recoge el atestado.

Un sanitario jubilado y otros dos enfermeros trataron de reanimarlo hasta que llegaron los equipos del Samur, de acuerdo con el parte de Emergencias Madrid. 

Ricardo Cárdenas, compañero de piso de Néstor, había tratado de localizarlo sin éxito durante esa tarde. Él también es repartidor de Deliveroo (aunque hace las entregas en coche) y poco antes de la medianoche recibió a través de un grupo de Whatsapp de riders venezolanos las imágenes de un motorista accidentado. “Vi las fotos y vi que el chico se parecía bastante a Néstor. Llamé varias veces a su teléfono y ya la última vez me lo coge una funcionaria de la Policía Municipal y me dice que está muy grave”, relata a este diario.

Cárdenas se desplazó hasta el lugar del accidente, pero, cuando llegó, Néstor ya había fallecido. “Pude hablar con la funcionaria que me había atendido y me dio la mala noticia”, recuerda. Los asistentes del Samur–Protección Civil habían intentado reanimar sin éxito al repartidor durante 30 minutos, que tenía varios traumatismos, entre ellos uno “craneoencefálico severo y otro torácico”, según Emergencias Madrid. 

Después de verificar el fallecimiento, los agentes trataron de localizar a los familiares de Néstor. “La verdad que fue confuso. No sé cómo contactaron con Ronald, su hermano que está aquí en Venezuela. Él me llama a mí y me dice que Néstor ha tenido un accidente, pero que no sabía detalles. Y ahí empieza el vía crucis. Tuve que comunicarme con Marcos, su hermano que está en Madrid, y decirle que había pasado algo”, cuenta Lily, una prima del fallecido, desde Caracas. 

“Cuando logran localizar el teléfono de Marcos, yo lo llamo y le digo que venga, que algo grave le ha pasado a su hermano. Es una situación delicada. Cuando él viene la gente del Samur y la policía lograron hablar con él para darle la noticia de una forma que no fuese tan dura”, cuenta Cárdenas.

Marcos Pérez llegó al lugar del accidente unos minutos más tarde. Por las llamadas y la cantidad de luces y vehículos que vio se puso en lo peor. “Uno no es tonto. Yo cuando llegué ya sabía. Me atendieron los psicólogos y yo veía el cuerpo de mi hermano tapado a 20 metros”, explica a este diario. “Me atendieron muy bien. Fueron muy hospitalarios, tanto los psicólogos como la funcionaria”, cuenta. Sin embargo, varios días después, aún no ha recibido un atestado de los hechos ni conoce exactamente qué pasó con su hermano. Después de varias llamadas ha podido averiguar que el accidente está en un expediente en los juzgados instrucción de Plaza de Castilla.

Néstor Alexander se mudó hace tres años a Madrid. Era abogado penalista y ejercía como fiscal en un juzgado de Caracas. Según su hermano, allí ganaba bien, pero la inseguridad lo llevó a tomar la decisión de emigrar. “Él ejercía y le iba bastante bien para cubrir sus gastos diarios. Lo que pasa que él se había casado y comprar una vivienda acá y hacer otros planes se les hacía cuesta arriba. Por eso se van”, completa Lily, que a pesar de la distancia mantenía contacto habitual por teléfono con su primo. “Era jocoso, le encantaba hacer chistes, era una excelente persona. Éramos muy cercanos pero, claro, con la distancia no es lo mismo”, dice.

Cuando llegó, tuvo que entrar a España como solicitante de asilo. Eso le permitió empezar a trabajar como repartidor, aunque, según Lily, su plan a largo plazo era obtener un MBA (Master en Administración de Empresas) y ejercer como abogado en España. Al principio trabajó para varias empresas de reparto, entre ellas Glovo, de la que conservaba la mochila de repartidor amarilla que llevaba la noche del domingo. Aproximadamente un año después de su llegada a Madrid, se separó de su mujer y comenzó a compartir piso con otros compañeros, generalmente venezolanos. Así llegó al piso con Cárdenas, hace unos cinco meses. 

“Desde el principio fue muy amable –cuenta su compañero–. Él tenía unos 48 años, pero estaba muy bien conservado. Era muy buena persona, cariñoso, trabajador. Se hacía querer”, describe. “Él llegó aquí sin nada, a empezar una nueva vida. Trabajaba para salir adelante”, cuenta. 

Explica que su compañero de piso trabajaba en Deliveroo como sustituto del titular de la cuenta en la aplicación, que le pasaba pedidos cuando no llegaba o estaba de vacaciones. La plataforma, efectivamente, permite esa opción. Según su página web, un rider puede “elegir a una persona que realice repartos”, siempre y cuando: sea mayor de edad, cuente con permiso de trabajo y tenga conocimientos de seguridad vial y manipulación de alimentos necesarios. 

Cárdenas admite que las condiciones de seguridad de los repartidores no son las mejores y reconoce que están muy expuestos en su trabajo diario para lo que cobran, unos tres euros por pedido: “Andar en bici es delicado. Si tú te caes de la bici o de la moto la chapa eres tú, ¿sabes? Debería tener más beneficios o que su trabajo sea mejor remunerado para la actividad que hacen”. Marcos también piensa que el trabajo era muy precario. “Piensa que él allí tenía un estilo de vida bueno. Aquí las horas de trabajo son infinitas. Te puedes desconectar o conectar, pero si tienes para vivir al día tienes que vivir conectado. De lunes a lunes. La vida fuera de la aplicación es nula, no tienes días libres”, lamenta.

Precisamente esta semana Gobierno, sindicatos y patronal concluyeron la última reunión de trabajo de la Ley de plataformas digitales que prepara el Ejecutivo, más conocida como “Ley de riders”, con un acuerdo para que los repartidores sean trabajadores de las empresas de reparto (Uber, Glovo, Deliveroo, Amazon…). Este reconocimiento va en la línea de la sentencia que emitió el Tribunal Supremo en septiembre en la que declaró que la relación entre un repartidor y la compañía Glovo es laboral. 

Lily cuenta que toda la familia y varios amigos se han organizado para recaudar fondos a través de una plataforma de micromecenazgo y poder afrontar los gastos fúnebres, aunque Marcos recibió una llamada este miércoles de Deliveroo en la que le garantizaron que se harían cargo de esos costes. Los trabajadores de la empresa, tanto los titulares de una cuenta como los sustitutos, tienen un seguro de accidentes que cubre hasta 50.000 euros en caso de muerte y 3.000 euros para el funeral.

La empresa difundió un comunicado entre sus trabajadores el lunes en el que informaba del fallecimiento del repartidor: “Néstor Alexander era muy apreciado en la comunidad de riders. Estamos conmocionados por este trágico suceso y todos nuestros pensamientos están con la familia, sus allegados, y con vosotros, sus amigos”. 

Cuando llegó al lugar del accidente, los agentes policiales le dieron a Marcos las pertenencias de su hermano: la documentación, las llaves, el móvil y la mochila de Glovo, que no quiso abrir, donde aún quedaban los restos del último pedido. La última vez que se vieron fue el viernes, cuando Néstor se acercó en la moto al restaurante donde trabaja su hermano como encargado. Charlaron un rato y se pusieron al día hasta que la pantalla del móvil se iluminó: “Te dejo, que me salió un pedido”.

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