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Vía libre para la destrucción del patrimonio industrial en Madrid: ni protección legal ni compromiso político

El proyecto del edificio de la antigua fábrica de Clesa.

Peio H. Riaño

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El destino que José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, ha escrito para la antigua fábrica de Clesa, en el norte de la ciudad, desdeña las pautas de conservación del patrimonio industrial acordadas por el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), organismo internacional que asesora a la UNESCO en esta materia. Éste no sólo reclama el estudio histórico, tecnológico y socioeconómico del bien, también pide la decisiva participación de la comunidad en la que está inscrito.

Ninguno de estos aspectos será respetado por el plan aprobado para la polémica “rehabilitación”. El uso cultural con la que fue anunciado y comunicado a los vecinos de Fuencarral-El Pardo en 2019 ha menguado hasta quedar en un 4% del total de metros cuadrados. De hecho, en las naves no se proyectará un espacio dedicado al uso de la comunidad vecinal. 

Ni siquiera el bien inmueble está a salvo: una parte del jurado que señaló como ganador el proyecto de la inmobiliaria holandesa Kadans llamó la atención sobre “lo agresivo” de la intervención arquitectónica en la fábrica diseñada por Alejandro de la Sota en 1960. Tal y como queda reflejado en las actas del concurso a las que ha tenido acceso elDiario.es, la arquitecta y directora de la Fundación Alejandro de la Sota, Teresa Couceiro Núñez, indicó durante las deliberaciones del jurado del que formó parte que conservar la volumetría “no es suficiente”. 

Fue muy crítica con el proyecto llamado “Val-Verde”, diseñado por el arquitecto Carlos Rubio. “Incorpora multitud de escaleras mecánicas que podrían estar en cualquier otro edificio, proyectan unos auditorios convencionales, no hay nada personalizado, utiliza materiales que no respetan el carácter del edificio”, dijo Couceiro. Además puntualizó que si bien el edificio ha de ser restaurado con nuevos usos y materiales, “hay que saber hacerlo, hay que saber interpretarlo”. 

“De los cuatro equipos finalistas es el único que no se ha preocupado en ir a la Fundación a documentarse para conocer el ambiente del antiguo estudio de Alejandro de la Sota. Han estado por encima. En la información de la documentación e imágenes se reconoce el espacio pero no se reconoce el edificio, es una intervención completamente al margen”, añadió Teresa Couceiro, que fue respaldada por otro miembro del jurado en sus apreciaciones, Federico Manzarbeitia, jefe de servicio de Paisaje y Arte Público del Área de Cultura, Turismo y Deporte. A pesar de las sonadas críticas sobre la agresividad del proyecto contra la esencia patrimonial del edificio, desde Kadans aseguran a este periódico que su propuesta es respetuosa con la arquitectura original. 

La tradición de la destrucción

Es el nuevo capítulo de una larga serie sobre la destrucción del patrimonio industrial en Madrid, que todavía lamenta el reciente derribo de las cocheras del Metro en Cuatro Caminos o la destrucción del Taller de Precisión de Artillería (TPA), en el barrio de Chamberí. Estas desapariciones del paisaje cultural madrileño se añaden a una larga lista en la que también figura la antigua fábrica de gas en Puerta de Toledo, de la que sólo dejaron en pie una chimenea de ladrillo. “Hay un patrimonio de primera y otro de segunda: los cuadros y las iglesias se protegen, las fábricas de la clase trabajadora no interesan. El patrimonio industrial no es el que se refiere a los grandes hombres, sino a la clase trabajadora”, apunta Alicia Torija, arqueóloga especialista en patrimonio industrial y diputada de Más Madrid en la Asamblea de la Comunidad de Madrid. 

La presidenta del Comité Internacional para la conservación y defensa del Patrimonio Industrial (TICCIH) es Ainara Martínez y habla de esos “sesgos de clase” en la conservación del patrimonio cultural. “No hay conciencia de que el patrimonio industrial sea un patrimonio a conservar a pesar de que lleva varias décadas reconocido como tal. Hasta hace poco hablábamos de patrimonio histórico-artístico, que era un patrimonio de las élites, los que tienen la capacidad de decidir qué se conserva. Por eso hace falta mucha pedagogía para que la ciudadanía tome conciencia y presionen a las administraciones para proteger esta parte esencial de nuestro patrimonio como comunidad”, indica Martínez. 

Para la presidenta del TICCIH no se puede afrontar la conservación sin contar con la participación de la ciudadanía, tal y como apuntaba ICOMOS. “La ciudadanía no puede permitir que las administraciones hagan dejación de sus funciones y no incorporen este patrimonio a la comunidad por el bien común”, puntualiza Martínez. “En Madrid se defiende una visión patrimonial del siglo XIX y XX, pero al XXI no han llegado”, incide Alicia Torija en referencia al borrador de la reforma de la fracasada Ley de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, de 2013. En este borrador se habla de “sitios industriales”, sin ofrecer una definición clara de lo que será protegido. Apenas apunta que por “sitio” se entiende una dimensión de “inmueble”, pero no de “mueble”. ¿Se protegerá una máquina? Cuanto más restrictiva es la ley, menos elementos es capaz de proteger. 

La belleza de una máquina

“Todavía hay quien cree que el patrimonio a proteger debe ser algo más antiguo que una máquina de recoger algodón o fabricar cerveza. También los hay que sólo creen que el patrimonio debe ser algo bonito y artístico. La azucarera que hay en Aranjuez y que se está cayendo es extraordinaria”, señala Alicia Torija. Este conjunto al que se refiere la diputada es el último vestigio de la intensa actividad azucarera que mantuvo la provincia desde el siglo XIX hasta su última campaña, en 1982. Son los restos de un proceso económico y social que transformó la humanidad, son la memoria de la industrialización de los últimos siglos... amenazados por el crecimiento urbanístico. 

“Los bienes industriales tienen mucha presión inmobiliaria en los desarrollos urbanísticos. Esto impide una reflexión calmada para tratar de adecuar estos elementos a la comunidad. Las empresas inmobiliarias corren más que la defensa del patrimonio y por eso solemos llegar tarde”, indica Ainara Martínez. En el caso de la Serrería Belga hubo tiempo para convertirla en la antigua sede del Medialab Prado, pero en el caso de las cocheras de Cuatro Caminos, no. 

La falta de preocupación por este tipo de patrimonio se refleja en la carencia de identificación clara en los marcos normativos y legislativos. En esta ausencia de soporte legal se amparó la administración para proteger las antiguas cocheras de Metro, obra de Antonio Palacios. En el Ayuntamiento de Madrid la catalogación del patrimonio depende de Urbanismo y no de Cultura, y en este catálogo no existe la categoría de “Patrimonio Industrial”. “Además, la Comunidad de Madrid no declaró ninguna protección de las cocheras porque decían que no tenían ningún valor”, explica Álvaro Bonet, presidente de Madrid Ciudadanía y Patrimonio, asociación ciudadana que luchó por la protección de las cocheras frente a la construcción de una torre de 35 plantas en el solar, de más de 100 metros de altura. Donde estaban las naves históricas va una plaza de cemento y un parque. 

Los suelos de la industria se han convertido en suelos especulativos de gran valor. Son demasiado sugerentes para los intereses inmobiliarios como para entregárselos a la comunidad en forma de dotaciones culturales, tal y como estaba previsto que pasara con Clesa. En 2019 la exalcaldesa Manuela Carmena anunció que la fábrica lechera sería el “Matadero del norte”. Martínez-Almeida ha fulminado esta idea para transformarla en oficinas de alquiler. 

“Los espacios de la industria son muy fáciles de transformar en espacios culturales. Tienen diseños tan amplios que comparten tipologías muy semejantes”, explica el arquitecto Álvaro Bonet, que se refiere al Museo del Ferrocarril, en la antigua estación de Delicias. Cree que en Madrid “falta conciencia política” de que estos sitios también son patrimonio. A nivel internacional está asumido y el Ministerio de Cultura tiene en marcha desde hace años un Plan Nacional de Patrimonio Industrial. “Pero Madrid no defiende este patrimonio tan extenso como frágil. Hay gente que cree Madrid no ha tenido industria, porque todo se ha borrado de un plumazo desde los setenta hasta nuestros días. La historia son los grandes hechos, pero no la masa social que ha soportado la verdadera historia de las naciones”, amplía Bonet, que lamenta que la capital no haya sabido defender este patrimonio y reconvertirlo en complejos sociales como en Barcelona.

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