Menos mal que solo estamos en precampaña electoral. No quiero ni pensar la sangre que puede correr tan pronto termine la pegada de los primeros carteles de la campaña oficial. Mariano Rajoy, que padece una alergia crónica a enfrentarse a las preguntas de los periodistas, puso la nota de color este fin de semana en un mitin en Ourense para apoyar a su partido ante la próxima cita electoral autonómica, mientras el candidato oficial, o sea Núñez Feijóo, se iba de mítines por A Coruña, marcando así distancias con un jefe apestado electoralmente, que va por la vida a la defensiva, mendigando la comprensión y el perdón de sus conmilitones por su alta traición al programa electoral que le aupó a la Moncloa.
¡Oh, casualidad! En Ourense, precisamente. La ciudad de la que es alcalde el socialista Francisco Rodríguez, detenido de madrugada dos días antes, e incomunicado a continuación en los calabozos por una juez de Lugo, tal como se hace con los etarras, los narcotraficantes y demás malhechores peligrosos, pero jamás con presuntos delincuentes como Urdangarín. Se llama Pilar Lara, y aunque está casada con un miembro del comité ejecutivo del Partido Popular de Lugo, todos tenemos la obligación de pensar que la orden de detención de un adversario político de su marido no ha violentado en absoluto su recto... su recto sentido de la justicia.
En la ciudad de Ourense, cuya plaza Mayor acogió el sábado una multitudinaria manifestación de apoyo a Rodríguez, más que dudar de la honestidad de su alcalde (ni siquiera dios se fía ya de sus ángeles, después de la traición de Lucifer) no salen de su estupor por las formas aparatosas que acompañaron a la detención y el posterior alimento para la especulación mediática que supuso el mantenerlo durante casi 72 horas incomunicado.
Llegados a este punto, uno se pregunta si los jueces son de este mundo, y cómo se las arreglan para impartir justicia dejando a un lado su ideología, sus manías y afectos particulares, o sus creencias religiosas de manera tan ejemplar como Pilar Lara. Jueces que no viven entre nosotros sino agazapados en las páginas del BOE. Sordos y ciegos a toda influencia, mientras sostienen la balanza de la Justicia, para así ni siquiera enterarse por los medios de comunicación (ni en la cama matrimonial que comparte con el miembro erecto del PP de Lugo) de que la precampaña electoral de su querido marido ya comenzó, y que una orden de detención contra el alcalde socialista de Ourense en estos momentos podría influir decisivamente en el resultado electoral, o, lo que es peor, ser entendido por la ciudadanía como una prevaricación o, como mínimo, una falta absoluta de sentido de la oportunidad. En verdad que una juez imparcial como nuestra heroína se la juega todos los días, víctima de la incomprensión.
Quienes han frecuentado el despacho de la juez Lara se sorprenden de que en aquel santuario de justicia goce de un lugar destacado la fotografía del papa Ratzinger ¡tocado con el tricornio de la Guardia Civil! Como sabéis, entre las gracietas de Benedicto está el fotografiarse con los sombreros de grupos o instituciones que acuden a visitarle. Para el vicediós, esto de ponerse los sombreros de los demás no es nada nuevo. De hecho la tiara, el elemento más visible de su indumentaria, esa especie de cucurucho triple ricamente bordado en oro, se lo han robado los papas a los faraones del antiguo Egipto, pontífices máximos de una religión cuyos ritos y leyendas tanto acabaron inspirando a la religión cristiana.
Así que, tan acostumbrado está el Benedicto a su disfraz de faraón, que no debe extrañarnos que con los años se haya hecho con una estimable colección de fotos, adornado con todo tipo de tocados, el sombrero charro, el de las diferentes policías del mundo, el tricornio, el gorro tirolés, el de Papá Noel o el de motorista de tráfico. ¿Por qué nuestra devota juez fue a elegir (¡vapordiós!) precisamente el disfraz de la Guardia Civil? ¿Te imaginas declarando ante la juez Lara sintiendo por el rabillo del ojo que el ex jefe de la Inquisición católica te contempla de soslayo con el tricornio embutido hasta las cejas? ¡A ver si tienes huevos de sostener ante ella que no eres tú el que asesinó a García Lorca!
Porque la foto del pontífice en un lugar destacado del despacho de un juez es algo más que una anécdota. Es toda una declaración de principios, pero de unos principios que chocan frontalmente con leyes civiles fundamentales que los jueces están obligados a aplicar sin rechistar. Ya una vez me pregunté públicamente cómo el juez supremo Dívar, de misa diaria, podía conciliar su credo con las leyes del aborto, del matrimonio homosexual o del divorcio, delitos (los creyentes, en su inocencia, les llaman pecados) penados por su religión con la pena capital, con tortura añadida, algo prohibido taxativamente por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es una anomalía democrática que los españoles hemos aceptado por la fuerza de las pistolas, primero, y por la de la costumbre, después.
Por ello, me acongoja imaginar lo que habrá sufrido un alcalde socialista, cuyo partido ha venido impulsando leyes que chocan frontalmente con las emanadas desde el Vaticano, enfrentándose en campaña electoral a la mirada de una juez que está obligada por sus creencias a dar prioridad a su fe y a los mandamientos de la Iglesia antes que a los códigos Civil y Penal a los que supuestamente debería dar prioridad.
No es la historia famosa de la mujer del César, que no solo tiene que ser buena sino parecerlo; es que casualmente estamos ante la mujer de Roberto Menéndez, unos de los césares del PP de Lugo y adversario político del alcalde de Ourense.
Aunque no sea por ética (pues la distorsionada ética cristiana tiene un largo historial delictivo), al menos sí por estética, la muy devota juez, mujer del César, debería ser más cuidadosa con los tempos legales, en lugar de entrar inoportunamente en la campaña electoral gallega como borracho en un funeral o como elefante en una cacería... de su majestad.
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Meditación para hoy:
Los talibanes de la otra religión mayoritaria continúan incendiando medio mundo, agitando a las masas adoctrinadas. Ahora son las caricaturas de Mahoma publicadas por la revista satírica francesa Charlie Hebdo las que han extendido las llamas. Allí no se trata de jueces que envían a la policía de madrugada, son los clérigos directamente los que acarrean remesas de fieles en torno a las embajadas, amenazando de paso a cuanta tierra de infieles se niegue a comprender que el derecho a la crítica acaba a los pies de la sagrada e intocable figura del profeta del Islam.
Y todos a una, temblorosos, se ponen a sus órdenes. Porque el poder sobre las conciencias aterrorizadas es infinitamente superior al de los ejércitos organizados. Occidente ha sufrido en sus carnes el poder irracional de los comandos religiosos, y desde entonces todos los dirigentes elegidos democráticamente, hasta ahora solo temerosos de sus votantes, se apresuran a condenar las caricaturas del profeta por temor a las represalias de los comandos divinos que cargan su munición ideológica en las mezquitas. Todos a una, al grito de ¡yo no he sido!
Ceder ante el poder transfronterizo y universal de los manipuladores de las religiones, que alientan la venganza, ya que no la razón de la que carecen, como la única forma de defender sus creencias extravagantes, es una manera abrupta de ceder soberanía, de importar violentamente a nuestros códigos de conducta excepciones que ningún parlamento democrático estaría dispuesto a consagrar en las urnas.
La caricatura es una variante ingeniosa de crítica, un espejo deformante y exagerado de la realidad. Esa es la tragedia de los fieles de cualquier religión: que ese espejo, como un gran microscopio, devuelve a los creyentes la imagen aumentada de la sinrazón de sus creencias, de manera descarnada y dolorosa. Y ya se sabe que en esto solo hay dos caminos para soportar la sensación de ridículo: o dejas de creer en insensateces, o eliminas a los testigos de tu desvarío.
Me temo que los talibanes ya han elegido entre susto o muerte.