Hurtado Mena y su pared digital
La obligada soledad que impusieron los primeros estados de alarma no cogió desprevenido al pintor Hurtado Mena; es de suponer que tampoco a otros muchos artistas, acostumbrados a trabajar en solitario. Otra cosa fue el disloque doméstico y familiar, y otra más imprevisible el desquiciamiento mental provocado por el bombardeo de noticias funestas y, sobre todo, una extraña sensación de incertidumbre, profesional y personal.
A José Hurtado Mena (Murcia, 1955), se le cerraron los jardines de la ciudad a los que solía acudir para pintar del natural, y de pasear entre los parterres a distintas horas para observar los matices de cada luz del día y de la tarde. “A veces no hace falta mirar hacia afuera, lo encuentras dentro de ti”, dice asertivo y conformado, actitud que adoptó gran parte de la población, pero lo cierto fue eso, el confinamiento obligado. Y para él, como alternativa, la que llama su “pared digital”.
Así que en un principio dejó el estudio y se quedó en casa, ambos en el barrio de Santa María de Gracia, cogió la tableta digital y pintó todo lo que le vino a la imaginación y, aunque tiene por costumbre acostarse a las nueve de la noche, también la tiene de levantarse a las seis, por lo que la jornada se le hacía larga. Además, añade, como el run-run de la pandemia no le dejaba dormir fueron muchas las noches que se asomaba por la ventana para fotografiar la luna, y así esperaba hasta el amanecer. Entonces “se oían los pájaros, por fin, de madrugada, sin ruido procedente de la autovía y de las calles”, lo que también a él le proporcionaron “mayor intimidad y un agradable alejamiento del ruido social”.
Pero si echaba de menos ese ruido, ahí estaba el WhatsApp y el Facebook para compartir trabajos con otros artistas, y poder ver a sus nietas, las gemelas Lola y Gabriela, a quienes ya no podía ver en su estudio y ellas tampoco imitar el oficio del abuelo; ni tampoco a su otro nieto, Hugo, más inclinado éste por el fútbol.
Por lo demás, nada de exposiciones, excepto digitales, un despropósito según él “sin noción de formato, de texturas y sobre todo de gente, como las videoconferencias; y sin aguarrás”. Casi se acabaron las clases de pintura que imparte en su atelier, una vez diezmados los alumnos por temor al contagio. Mucho tiempo, sí, hasta para escribir y componer digitalmente sus pensamientos y creaciones. Y la pregunta “¿y ahora para quién pintamos”.
Hoy, como epílogo del confinamiento, ya en el estudio, ha dado una nueva orientación a su trabajo. “Ahora me dejo más llevar, mirar con menos detalle, nada de buscarle obsesivamente el contorno a los membrillos”. Y ahora pinta, también, como el geranio que ilustra este texto, para que se vean bien los colores y la espiritualidad del modelo. “En estos tiempos extraños, de plena incertidumbre –dice- donde el futuro ya no va a ser tal como lo imaginamos, entiendo que el deber es comenzar a construir nuevas formas de interactuar”.
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