“El teatro que aún seguimos viendo ha caducado”
Podría llamarle “El hombre tranquilo”, como el título de la película de John Ford. Sin prisa, pero sin pausa, Joaquín no rebaja un ápice su visión radical y transformadora del teatro, ni su práctica día a día desde los márgenes. Se coloca una gorra para la foto y sonríe; un nuevo teatro está por venir.
“El sudor del signo” se estrenó hace un año en el Antic Teatre en Barcelona.
Está estrenada hace un año en Barcelona y pasó también por Madrid, aunque la ha visto poco público. El trabajo lleva mucho tiempo elaborándose porque hemos seguido trabajando desde entonces.
Para nosotros es importante recordar que a través del cuerpo puedes entender cosas. Como dijo hace poco el maestro Eugenio Barba: “Somos memorias con patas”. Si hay que llegar algún entendimiento, que sea a través de la experiencia física y con ello al corazón. No entiendo el teatro sólo en relación con el raciocinio y las ideas preconcebidas bajo una estrategia mental.
¿Y como espectador?
Como espectador sí porque es lo que hay. A veces me aburro. Casi todo el teatro que podemos ver hoy en día es muy mental y se convierte en entretenimiento. Estoy muy metido en los teatros porque me encanta respirar allí. También hay obras muy buenas solamente de texto, pero ando buscando un teatro diferente, que no te sabría decir cuál es.
Siempre he estado en un proceso de búsqueda, he entendido que este momento requiere otro teatro que tenga que ver con una experiencia transformadora y compartir eso con el público. Es necesario renovarnos y no lo estamos haciendo con suficiente fuerza porque las estéticas caducan. El teatro que aún seguimos viendo ha caducado.
¿El público también reclama eso?
Seguramente lo reclaman en su interior y no sólo en el teatro, sino en su vida diaria. Es decir, no es posible pasar tanto tiempo delante del televisor, libros o la pantalla del ordenador. Somos una sociedad un tanto enferma o necesitada de vivir. Quizás seamos un poco `zombies´.
Estamos muy en los propósitos y en las metas y muy poco con nosotros mismos. Creo que necesitamos conocernos y respirarnos más, trascendernos a nosotros mismos y no centrarnos sólo en el materialismo. Pero como seres que nos adaptamos a cualquier cosa, extraemos diminutas porciones de felicidad y con eso nos basta.
¿Qué le llevó al teatro?
En realidad me llevó al arte. Intenté estudiar cine en Francia, pero no pude porque aún no estaba licenciado. Me vine aquí con 16 años, no lo aceptaba y fue una excusa para volver a mí país.
¿Su país?
Ahora me considero murciano y huertano, vivo en La Arboleja. Volví aquí con la familia, hice las pruebas y entré en la Escuela Superior de Arte Dramático. Y mi atracción hacia lo artístico fue después de una experiencia muy fuerte en el Ejército durante un año y medio cuando me alisté en un cuerpo especial de paracaidistas de Alcantarilla.
Entramos al cuartel y a los quince días de entrar me di cuenta del error. Y fue un problema porque allí se está en una dimensión muy maquinal jugando a la guerra. Allí tuve que estar 18 meses en una especie de cárcel.
Y entonces se fue al territorio de la libertad, el arte.
Sí, y donde poder hablar y expresarme, no ser un número, que no me obliguen a tirarme de un avión y ser un instrumento para los objetivos de otro. Si no se te abre el paracaídas y te matas, no pasa nada.
¿De qué habla “El sudor del signo”?
Para llegar a un cierto entendimiento de las cosas necesitas sudar, necesitas de la experiencia. La palabra no es suficiente, necesitas tu propia piel.
La vida es eso y el teatro podría ser eso, el lugar donde podríamos tener experiencias elevadas y ritualizadas. Si la vida es la experiencia pura y dura, el teatro es el lugar donde sucede lo doble, otra realidad paralela, pero ya está enmarcada y pueden suceder experiencias concentradas y pensadas.
Percibo en “El sudor del signo” una experiencia transformadora al partir de una búsqueda real. Por eso nuestra dramaturgia se enraíza en un hecho real: cogemos a nuestro escritor e investigamos con él el hecho de estar en un escenario y ahí sucede una transformación.
La reflexión sobre el proceso creativo es muy propia de la posmodernidad.
Sí, forma parte de la búsqueda y cuando buscas todas las preguntas van enfocadas al discurso creativo y lo desmontas para ver qué hay debajo. Entonces se produce la deconstrucción.
¿Con qué suda Joaquín Lisón?
Con no salirme de la senda por la que voy. Puede ser difícil, aunque en mi caso ya estoy acostumbrado. Aunque a veces me planteo por qué no me cojo a un Valle Inclán o a un Thomas Bernard, voy a ver a César Oliva y le planteo una producción y así salirme de estos márgenes y sacar un poco de dinero para vivir, que siempre ando tan ajustado. Pero la realidad me vuelve a expulsar a los márgenes. Debe de ser mi destino. Cada vez entiendo más por qué estoy en esa senda.
Trabaja como gestor cultural en DeCorrido y en La Chimenea, y previamente estuvo en La Fragua y el festival Punto y Aparte. ¿Por qué?
Por generar cosas que son necesarias, como el festival, o por compartir proyectos que me parecen socialmente fundamentales para que la senda continúe abierta y no estar solo.
¿Cómo le parece que está la situación de las artes escénicas en la actualidad?
Sinceramente en el mundo en el que vivimos que parece de ciencia ficción, todavía me sorprendo de que exista el teatro y ver público en las puertas. Sobre todo, si vives muy conectado con las máquinas, los medios de comunicación, Internet, el coche, la radio, la prisa, el supermercado, la publicidad, los carteles por la calle, toda esa fuerza invasora.
Algo de verdad tiene el teatro que nos hace latir. Ese latido del teatro nos hace entendernos a nosotros como latido, algo de vida le queda al teatro y al ser humano. Y eso que hemos empezado hablando del teatro en la actualidad como entretenimiento.
Todos los que estamos ahí -gestores, distribuidores, creadores- estamos en lo mismo. Ahora, no nos preocupemos solamente por el dinero, también por actualizar y potenciar este arte porque tiene una fuerza que no la usamos ni en un 10%.
¿Qué obra recuerda que haya utilizado toda la capacidad expresiva de este arte?
Me salí del teatro con “Reikiavik” de Juan Mayorga porque me sobrecargó que me contaran tantas cosas. Vivo en una sociedad sobreinformada y no puedo con que me carguen más de atención racional.
Necesito otras experiencias. Necesito colaborar o participar y todavía no sé cuál es ese teatro posible. Como no sabemos a dónde vamos, también tenemos que tener raíz en el mundo en el que nos movemos. En “El sudor del signo” hay anclajes para el buen funcionamiento de un espectáculo con su público. No hay radicalismo en ese sentido, pero porque todavía no hemos llegado a puerto.
Negar ese teatro sería negarnos a nosotros. De hecho, voy al teatro tres o cuatro veces a la semana. Y entiendo que no es lo que necesitamos, pero es lo que tenemos. Intento no sufrir porque no estamos en los mercados y me preocupo por trabajar.
¿Se considera utópico?
El teatro te permite realizar tus utopías. En esta sociedad es fácil estar en los márgenes, pero cuando entiendes sus mentiras, tampoco te sientes tan utópico. Tus ideas pueden tener cabida, aunque sea en La Chimenea o en el Centro Párraga.