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Este hotel es una ruina: en las tripas de un cadáver del desarrollismo franquista en La Manga

Desde el esqueleto del hotel Lagomar en La Manga (Cartagena) se divisa la isla del Barón

Aldo Conway

Región de Murcia —

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Frente al cadáver de su hermano, el hotel Doblemar funciona con normalidad.

La de Doblemar y Lagomar es la historia de una década, de una época de cambios constantes. En 1974, Tomás Maestre, uno de los empresarios más importantes de la Región de Murcia, proyectó unos gemelos imponentes de once plantas que iban a aportar casi dos mil camas más a la capacidad hotelera de La Manga. Sin embargo, una serie de defectos en las construcciones llevaron al promotor a venderlas a finales de 1975 y a litigar con Dragados y Construcciones –una de las empresas que llevó a cabo la obra– durante décadas, según cuenta diariodelamanga.com, y Doblemar acabó convirtiéndose en la sede del casino tras la legalización del juego en marzo de 1977. 

En los setenta, La Manga comenzó a despuntar como uno de los destinos turísticos más atractivos de Europa. Emplazada sobre una restinga litoral –que en algunos puntos no supera los cien metros de ancho y cuenta con 24 km de largo– entre el mar Menor y el Mediterráneo, era un reclamo para turistas adinerados alemanes, suizos o británicos, que pasó de las 15 viviendas construidas en 1970 a las 4.730 en el año 1981, como recoge Mercedes Millán en la revista Cuadernos de Turismo. “Considere vender su amarre o confiar sus derechos de explotación a la autoridad portuaria”, reza en alemán uno de los folletos publicitarios de la época, encontrado en el hotel abandonado, que mostraban el puerto de Tomás Maestre como uno de los más selectos del mundo.

La azotea del viejo Lagomar, un gigante desnudo a la intemperie entre dos mares, la cubre una bandada de gaviotas. Hay que mirar a la azotea de enfrente, la de su gemelo, para imaginar cómo habría sido esta. Bajo un tapiz de tela asfáltica el suelo es de cemento grumoso, sin pulir. De sus grietas brotan esbozos de algunas plantas; en una esquina de la azotea, ha crecido una palmera; en otra, una higuera. Hay tubos y tuberías que sobresalen hacia ningún sitio, agujeros negros en el suelo inestable y el viento, a ráfagas, mantiene a un vencejo estático en el aire, tratando de ir en dirección contraria. Hay una frase de Antonio Escohotado graffiteada en el saliente del murete que separa la azotea del vacío.

Desde arriba se aprecia un vacío sui géneris. Hay dos parcelas sin edificar en las que habría cabida para emplazar otro par de colosales hoteles de hormigón; al otro lado de la acera de la travesía que cruza La Manga, hay un boulevard abandonado, justo al lado de la estación de bomberos. Aparte de un negocio de reformas, no hay nada más que esté abierto alrededor de las siete de la tarde. A las puertas de un restaurante, en el caballete que muestra el menú a pie de calle, un cartel que dice: “Volvemos en marzo”. El flujo de coches es mínimo en la calle, 40 metros más abajo.

Javi, que trabaja de comercial con el sector hostelero, nos cuenta que “este sitio pasa de 0 a 100 y de 100 a 0 en cuestión de días”. “En marzo y Semana Santa hay una actividad del 70% de locales abiertos, en junio se llega al 100%. Por la DANA que hubo a principios de septiembre, que afectó principalmente a Madrid, las ventas bajaron desde el 1 de septiembre al 80%. En temporada baja casi solo hay negocios abiertos los fines de semana. A partir del kilómetro 7 no hay prácticamente nada”.

De la décima a la segunda planta del edificio, todo es una ruina. Las paredes son de yeso y son tan blandas que puedes dejar surcos profundos con el dedo de una mano. Las plantas superiores son un palomar y los pájaros cruzan de una habitación a otra o anidan en los techos de los cuartos de baño. Las vistas occidentales precipitan sobre el mar Menor. En la orilla junto al hotel, una espuma pegajosa se acumula en los márgenes junto a los escombros. José Ángel Antelo, vicepresidente regional de Vox, alzó la voz el pasado miércoles en “defensa” de la laguna, que debería ser, según el gallego, “la California del continente” europeo.

En febrero del 2022, un grupo de eurodiputados visitó el mar Menor y emitió un informe en el que destacaba que la mayoría de medidas de necesaria aplicación, casi todas competencia del Gobierno regional, no se estaban cumpliendo, incluida la propia Ley del Mar Menor. Así lo denunciaba el eurodiputado socialista murciano Marcos Ros esta semana.

Daniel Ibarra, geógrafo doctor en dinámicas litorales, comenta que el litoral de La Manga “tiene una de las erosiones más fuertes de la Región de Murcia”. “Además, las playas no tienen pendiente y la erosión se agudiza y los efectos de los temporales son brutales. Han levantado en muchas ocasiones el paseo marítimo. En realidad, el problema principal que hay aquí, es que como construyeron y se cepillaron todas las dunas, las playas no tienen reservorio de arena. Eso reduce mucho la estabilidad de la costa”.

No hay ningún piso que no haya sido saqueado. Hay vainas de cables a los que han arrancado el cobre y pintadas o paredes derruidas a golpes o a ladrillazos y accesos que han sido tapiados muy rudimentariamente con cemento y ladrillo. En el segundo piso, el suelo tiene baldosas y las paredes están cubiertas de papel pintado que a su vez está cubierto de polvo. Hay dos sillas de camping contiguas en el hall de la planta que miran hacia las únicas escaleras que parecen de fiar. Los aleteos de las palomas resuenan por los pasillos.

Bajo la sala de recepción hay un sótano casi inabarcable, con varias salas enormes repletas de material de casino. Por el suelo, junto a miles de papeletas, folios y albaranes entremezclados con los escombros hay un tablero de dos metros de largo con una sucesión de números del 0 al 36 alternados en rojos y negros y un agujero en el que debería haber un cilindro. Apoyada en una pared, una mesa de póker cubierta de porquería refleja la luz que llega desde el techo. De entre los papeles del suelo, hay un folletín de la Sociedad de tiro de pichón de La Manga, entre cuyos presidentes honoríficos se encuentra Manuel Fraga Iribarne, ministro de Turismo durante el franquismo y fundador de Alianza Popular.

Según cuenta Silvia Nortes en su reportaje 'La Manga del Mar Menor, ¿Paraíso de sol o infierno de ladrillo?', Manuel Fraga fue un gran impulsor de la actividad turística, y obró en el espaldarazo gubernamental a Tomás Maestre, que poseía la mayoría de los terrenos de La Manga. Desde entonces, la presión turística ha triplicado la capacidad de carga de la zona, lo que ha acarreado problemas medioambientales muy serios como la pérdida de dunas o la desaparición de playas. O la futura subida del nivel del mar a consecuencia del cambio climático.

El informe del IPCC del pasado mes de marzo muestra que el nivel del mar ha aumentado a una tasa de 3 a 3,5 milímetros por año en las últimas décadas por la expansión térmica del océano y el derretimiento de los glaciares y el hielo polar. Las proyecciones del nivel del mar para el próximo siglo dependen de las emisiones de gases de efecto invernadero y de la respuesta de los glaciares y el hielo polar. Según el panel de expertos intergubernamental, si las emisiones se mantienen altas, el nivel del mar podría aumentar entre 0,6 y 1,1 metros para 2100, aunque, si se redujeran de manera significativa, este incremento podría oscilar entre los 0,3 y 0,6 metros.

A Lagomar no le queda demasiado. En el año 2012 se le abrió un expediente de ruina y cinco años después comenzaron los trámites para su derribo.

La Demarcación de Costas considera que la base del edificio está emplazada sobre suelo público, y que se adentra en el dominio marítimo-terrestre. La demolición es inminente, pero Hercal Diggers, una de las empresas licitadoras para su derribo, ha presentado un recurso denunciando que la empresa seleccionada finalmente por la Junta Municipal, Urcotex, no está en condiciones de cumplir con los plazos establecidos en la licitación, según la información publicada por el diario La Opinión.

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