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El fin de todo aquello que creímos real: una lectura de 'Omega' de Javier Moreno

El autor Javier Moreno | LISBETH SALAS
4 de mayo de 2022 11:55 h

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“la información se había convertido en una droga superior a todas las que habíamos conocido”

...me parece que todos ahí fuera se están volviendo un poco raros

THE JOKER

No sabría decir(te)si el personaje principal (y narrador) de Omega sufre algún tipo de caos cognitivo, un caos cognitivo a consecuencia de los inputs que va recibiendo a lo largo de la novela: en su día a día como gestor de reputación online, en su relación con Iratxe (estrella de OT), a través de la viralización de imágenes en su retina. Quizás tenga algo que ver con lo que Franco Bifo Berardi denomina “la aceleración del ritmo de la infoesfera” en Autómata y caos. Cartografías de la oscuridad y que, de algún modo, infecta su psique (la nuestra también, cómo no). Podría decir(te) que el cerebro de este personaje se ve estimulado por las pantallas, por la interacción y la interrelación incesante que tiene lugar (más bien) en una dimensión separada de los cuerpos, desde una perspectiva digital y más allá de lo tridimensional, más allá de la piel. Un territorio donde muere la carne y la imagen se convierte en credo, evangelio. Una nueva realidad donde el sexo y la tecnología se funden, borran sus límites. Algo así como lo que dice Max, uno de los personajes que pululan en la nueva novela de Javier Moreno e interlocutor casi que principal del narrador de Omega

“La tecnología modifica la manera en la que entendemos y practicamos el sexo”.

Una suerte de inéditos rituales eróticos (…bienvenidos a la nueva carne):

“Los dispositivos electrónicos eran elementos femeninos. La pulsación y la fricción eran el lenguaje táctil básico con el que interactuábamos con nuestra pantalla, el mismo que necesita una mujer para estimularse y llegar al orgasmo”. 

No sabría decir(te) o, más bien, esté totalmente convencido de que en Omega se dibuja un nuevo régimen de las relaciones humanas y la interacción sexual entre los individuos que, inevitablemente puede llevar(te) a pensar en Ballard cuando en Crash procuraba hacer la arquitectura de una realidad del deseo rupturista y creadora de una nueva mitología del sexo (e incluso del porno): al igual que hace Javier Moreno pero décadas después y teniendo en cuenta (o adaptándose al nuevo contexto tecnológico que, sin duda, modifica nuestra forma de estar y ser en la actualidad y que, queramos o no, produce una fractura con el pasado, un cambio de paradigma). Y (si me lo planteo de forma seria) podría confesar(te) que el autor consigue en esta novela hacerse eco de nuevas formas de producción de sentido a las que asistimos como agentes (y testigos) de un mundo en completa transformación. Algo de lo que Javier Moreno ya se hacía eco, de modo ampliamente metódico, en su reciente ensayo El hombre transparente (Akal, 2022), texto que presenta numerosos vasos comunicantes con su última novela.

Y si el autor hace de antena de esas formas de producción de sentido tal vez sea sencillamente porque, tal y como apunta el narrador (y personaje principal), “la información se había convertido en una droga superior a todas las que habíamos conocido”. Y en la era de la información ya no tiene cabida el dolor o el miedo, sino que todo eso es sustituido de forma radical por la política del placer, por el vértigo, la apología del entretenimiento y la satisfacción. Y todo ello sin perder de vista la ironía, algo tan presente (y tan frecuente) cuando te acercas a los textos de Javier Moreno:

“(...)¿no es acaso la frivolidad el culmen de la civilización, el momento en que dejamos atrás la necesidad para recrearnos en lo intrascendente?”

Si quieres, también podemos fijarnos en la presencia de la memoria  en estas páginas. Algo que tiene mucho de prótesis aquí (en estas páginas) pues nuestros recuerdos parecen articularse en torno a la imagen fotográfica, en torno a todo aquello que sedimenta en la nube (y en la conciencia) y que termina por convertirse en software externo al que accedemos a través de la conexión a redes. Una memoria que incluso deja de serlo y casi se materializa como presente pues parecemos incapaces de escapar a la omnipresencia (y ubicuidad) de las imágenes y que hace que el narrador opte en determinado momento por emplear una aplicación que, paulatinamente, descompone las fotografías que almacena y que facilita que éstas terminen por borrarse y convertirse, por fin, en fantasma: un calculado ataque a las imágenes y que busca (de alguna manera) la corrupción de esa memoria externa que, a modo de USB, nos dice constantemente todo aquello que hemos hecho, lo que hemos sido y que, a causa del  universo digital totalizador, provoca que estemos en un bucle del que no salimos, del que parecemos no querer escapar: subyugados por las imágenes que parecen sustituir la realidad y que, incluso, pueden llegar a hacernos ver la propia existencia como pura ficción. Algo que el narrador nos sugiere en más de una ocasión:

“Aquellas imágenes eran al fin y al cabo indistinguibles de una ficción (…). Había aprendido cosas con ellas, formaban parte de mi experiencia, pero resultaban tan fantasmales como un recuerdo de infancia o un sueño”.

Así que todo es susceptible de convertirse en fábula o devenir simulación, copia, ilusión. Javier Moreno incide mucho en el simulacro, la presencia del mismo en nuestras vidas, acerca de la suplantación de aquello que se convino en llamar lo real por esa ilusión, ese espejismo constante que nos susurra a cada momento o que deja su aliento en nuestra nuca, en nuestra conciencia y percepción. Sin embargo, tras la lectura de Omega, pienso que podría(s) preguntar(te) si aquello que nosotros consideramos simulacro no será, en el futuro, la realidad que habitaremos. Si nosotros no terminaremos siendo solamente esas últimas generaciones que, finalmente, se extinguieron (o, al menos, los conceptos que articulaban nuestras vidas) y que dieron paso a un nuevo individuo con una diferente (y radical) cosmovisión, no sabemos si más real o menos. Seguramente será diferente: una concepción del mundo donde el meme sustituirá el pensamiento abstracto y en la que nuestra disociación cognitiva (tal vez) nos haga aterrizar en una dimensión más supersticiosa y crédula, sin capacidad crítica. Eso pensaremos cuando estemos muertos y todo lo que venga nos parezca decadencia y descomposición: cuando todo nos resulte muerte del futuro, fin de aquello que creímos real. 

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