Según la mitología griega, Pandora custodiaba una caja entregada por los dioses olímpicos que contenía todos los males susceptibles de aquejar a la humanidad. Al abrir la caja para satisfacer su curiosidad, Pandora liberó las desgracias que desde entonces campan a sus anchas por el mundo, castigando a los pobres mortales. Al cerrarla con precipitación solo logró dejar dentro la esperanza. Algo es algo.
No sé si los que han bautizado la lista de los Pandora Papers pretendían hacer uso metafórico del mito en toda su extensión. En todo caso el nombre es muy apropiado.
Los Pandora Papers destapan sociedades en más de treinta jurisdicciones opacas que, para empezar, no deberían existir. También ponen al descubierto una larguísima lista de defraudadores (el clan Pujol, Vargas Llosa, Shakira, Miguel Bosé, Corinna Larsen, Pep Guardiola, García Albiol, Josep Santacana, numerosas empresas del IBEX 35…), que, si hubiera justicia, deberían estar en la cárcel.
Y deberían estar en la cárcel por dos motivos: primero por defraudar y segundo por poner en peligro la democracia. Me explicaré. Para mantener la cohesión social no solo son necesarios los impuestos: es imprescindible la justicia distributiva. La acumulación de riqueza va contra la democracia por una sencilla razón: esa acumulación lleva aparejada de forma indisoluble una concentración de poder en todas sus formas y con todas sus ramificaciones, legales e ilegales (corrupción, extorsión, chantaje), de modo que donde no existe esa justicia, la democracia es solo una cáscara vacía un engaño, un trampantojo. Solo la justicia distributiva es garantía de democracia. Por eso los defraudadores no solo delinquen contra la economía: delinquen sobre todo contra la democracia.
Si no hay justicia distributiva, no hay justicia. Todo, absolutamente todo está supeditado a esta cuestión. Hemos visto crecer la brecha social desde la caída de los países del Este, década tras década, de manera imparable. Los ricos son más ricos, los pobres son más pobres. Vemos que se está llevando a cabo un verdadero expolio económico donde los más ricos encuentran variadas e imaginativas formas de ser más ricos a costa del resto de la ciudadanía, empobreciendo al país, empobreciendo al planeta.
Los impuestos son imprescindibles para dotar de recursos a los servicios públicos de los que se beneficia el conjunto de la población, pobres y ricos (a ver qué sanidad privada se ha hecho cargo de la pandemia). Si no hay recursos no habrá hospitales, por poner solo un ejemplo sencillo; si no hay una sanidad adecuada, los ciudadanos del país culparán a los extranjeros de colapsarla, lo mismo ocurre con la educación y con todo otro servicio público. Crecerán las tensiones sociales, medrará un nuevo tipo de fascismo que es nuevo porque es de ahora, porque en realidad es siempre el mismo.
No olvidemos que los que alientan el enfrentamiento de pobres contra pobres son los mismos (los mismos, que no se olvide) que se ven favorecidos por esa injusticia distributiva. Echan a los pobres a pelear mientras se fuman un puro desde la barrera: generan y difunden (ellos pueden, les sobra el dinero) un discurso para convencer al que gana 900€ de que la culpa de todos los males sociales la tiene el que gana 400€ o el que no gana nada. Por ridículo que nos parezca el discurso fascista, no es absurdo y no es estúpido: obedece a una lógica precisa, todo está previsto en su guión.
Son unos maestros en culpabilizar a las personas que viven en condiciones precarias, y de entre ellos a los más vulnerables, los inmigrantes, convirtiéndoles con su discurso en sospechosos de quitar el trabajo, de vivir de las ayudas sociales, de invadir el país, de robar, de matar, de violar. De una de estas acusaciones o de todas a la vez es culpable o como mínimo sospechoso el que viene de fuera a buscar un futuro mejor. Paradójicamente, los delincuentes fiscales son inocentes en apariencia, aunque se sepa sin lugar a dudas que han evadido cientos de millones de euros. Es más, les basta con hacer una mísera donación para ser percibidos como benefactores del país. Paradójicamente (o no) los mismos que no comprenden y no toleran que un pobre se vaya a otro país a buscar su sustento, sí comprenden y sí toleran que un rico se vaya a otro país para no pagar sus impuestos.
Si hacemos una lista de los males que aquejan a la sociedad: enfermedad, ignorancia, pobreza, violencia, injusticia… podemos creer que todos ellos estaban dentro de la caja de Pandora. Pero acertaremos más si nos convencemos de que todos esos males están contenidos en los Pandora Papers. Al menos queda la esperanza de que algún día se acabe con esa injusticia distributiva. Algo es algo. Pero no nos relajemos mucho que esa justicia no vendrá sola.
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