El reciente e histérico intento de invasión del Pleno del Ayuntamiento de Lorca con motivo de la ordenación de los nuevos cebaderos en el municipio nos remite al debate general sobre las macrogranjas y el porcino. Por un lado, hay que valorar positivamente el debate sobre las ganadería industrial intensiva y la ganadería en general y, por otro, es necesario analizar la producción y consumo de este sector en un marco de profunda crisis medioambiental y cambio climático.
La información pública para la formación y la participación ciudadana es un elemento clave, como lo es la toma de decisiones sobre este tema central para un futuro sostenible de la producción y el consumo de carne, frente a intereses de lobby o de crecimiento insostenible del sector. El vegetarianismo o el flexitarianismo (¡menudo palabro!) son opciones saludables y sostenibles. Las personas flexitarianas serían quienes no sobrepasan las 2-3 raciones de 125 gramos ni los 400-450 gramos totales por semana. La tan traída y llevada dieta mediterránea sería un ejemplo de esta última opción.
La situación actual evidencia la necesidad de repensar la producción ganadera y también el consumo de carne en Europa y en nuestro país. Olvidamos que el consumo es un acto social y político que se realiza todos los días. La polémica provocada estas últimas semanas por las afirmaciones del Ministro de Consumo sobre la ganadería industrial lo vuelve a confirmar. Los poderes públicos, los medios de comunicación y las instituciones de salud tienen una responsabilidad fundamental en este debate ciudadano. Necesitamos una actitud responsable y critica sobre los productos de la ganadería industrial, su viabilidad, su calidad, sanidad y las alternativas del consumo de proteínas de origen animal.
La FAO aconseja consumir semanalmente como máximo 300 gramos de carne (si es roja, 200 gramos; otras, hasta 500) por persona. La Agencia Española Seguridad Alimentaria y Nutrición propone un consumo máximo de 2-4 raciones (100-125 gramos) por semana de carne, preferiblemente de pollo o conejo y no más de 2 raciones a la semana de carne roja. El informe del consumo alimentario en 2020 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación recoge un consumo al año per cápita superior a los 50 kg, que según otras fuentes sube hasta los 100 kg. Así, en conjunto, el consumo de carne en España resulta de dos a cuatro veces superior a las recomendaciones sanitarias y ecológicas. Hay otros datos significativos, según el informe ‘The Green Revolution’, actualmente el 7,9 % de la población española se considera flexitariana, el 1,5 % vegetariana y el 0,5 % vegana. Es un inicio, con cifras que siguen aumentando.
Además, la ganadería industrial es la principal consumidora de antibióticos en el mundo. En el estado español, tres cuartas partes de todos los antibióticos del país se destinan a animales de ganadería. En principio, no puede haber restos de hormonas y antibióticos en las carnes que llegan al mercado ya que están estrictamente prohibidos. Sin embargo, estudios e investigaciones recientes han confirmado la presencia, en aguas de áreas con ganadería industrial, de residuos de antibióticos y superbacterias resistentes a los mismos. Este es uno de los peligros para el medio ambiente y la salud humana, así como el impacto ambiental por purines, residuos y emisiones de metano y amoniaco.
Apostar por alternativas de calidad, como la ganadería extensiva, debe ir de la mano de la reducción del consumo de carne. No se trata solo de sustituir una carne por otra, sino de cuestionar además las cantidades de proteína animal que se consumen. En este sentido, resulta imprescindible asumir una actitud ciudadana de consumo consciente, responsable o sostenible. En la mayoría de casos, el consumo no es el que determina la producción, sino al contrario: son las decisiones en la estructura productiva las que establecen las pautas de consumo mediante la publicidad y el ninguneo de las alternativas sostenibles. Una dieta, donde la protagonista principal sea la carne, disminuye las posibilidades de una alimentación socialmente saludable y ecológicamente sostenible
Hay que desarrollar normativas de bienestar animal menos tolerantes y más exigentes así como la obligatoriedad de su cumplimiento. El etiquetado de la carne de ganadería extensiva con un sello específico propio es una necesidad, así como una regulación más exigente de la publicidad de toda la industria alimentaria, especialmente la dirigida a infancia y adolescencia. Junto a esto hay que implementar políticas que fomenten, en restaurantes y comedores públicos, una alimentación donde predominen los productos de origen vegetal, ecológicos y locales.
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