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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Cerrar heridas

Trump y Biden en una imagen de archivo

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Cuando Joe Biden fue elegido presidente de los Estados Unidos, dijo que había que cerrar heridas. Por heridas, se refería a las fracturas sociales que sufre su país: aparte de la fractura de clases propia de toda sociedad estratificada, y especialmente acentuada en los EEUU, los norteamericanos están divididos racialmente y, además, políticamente en cuanto a la función del estado. Mientras que los “demócratas” defienden un estado intervencionista en lo social que proteja a los más desfavorecidos, los “republicanos” defienden la libertad del individuo frente al estado.

El presidente Barack Obama, conocedor de cómo la falta de estado expone a muchos africanos a la pobreza, la exclusión social y la opresión por parte de los más ricos, impulsó el desarrollo del estado para combatir esas lacras en los EEUU. En esa lucha encontró una oposición feroz en los políticos republicanos y en amplios sectores de la población, lo que limitó sus logros, aunque no consiguió arredrarle. Tengo que reconocer que, desde mi perspectiva europea, fui un ferviente partidario de su empeño.

Visto a posteriori, el mandato de Obama profundizó la división política de los EEUU y catalizó el movimiento reaccionario que condujo a la elección del presidente Donald Trump, quien dirigió su política hacia el extremo opuesto. Tras cuatro años de presidencia, aunque Trump no fue reelegido, fue apoyado en las urnas por casi la mitad de los ciudadanos de su país. La polarización política llega al extremo de denuncias de fraude electoral, conatos de disturbios en las calles y la desaparición de una verdad común, con muchos ciudadanos creyendo la versión de su bando, con una selección sesgada de los hechos sobre los que construir la visión del país e incluso desplegando el fenómeno de las “fake news”, la falsedad hecha verdad a base de repetirla, a la manera de Stalin.

Cerrar las heridas de un país dividido en bandos enfrentados por el odio, que construyen sus visiones a partir de hechos y principios diferentes, con el diálogo roto ante la falta de una base epistemológica común es una tarea extremadamente complicada y le deseo mucha suerte al presidente Biden, así como a cualquiera que emprenda esta tarea en España, que sufre el mismo problema.

Es tradicional hablar de “las dos Españas” como dos entidades enfrentadas, lo que se refleja en nuestro historial de guerras civiles. Las líneas de fractura de nuestro país son distintas de las de los EEUU. Si en los EEUU se dirimen dos modelos de estado, en España parece haber sólo uno, visto desde diferentes perspectivas según el teórico se sitúe ideológicamente a uno u otro lado de la fractura social y dando lugar a dos frentes, cada uno reflejo especular del otro.

Hay una España “tradicional” identificada con el poder, hinchada de soberbia y entregada a unos principios morales que se anteponen a las personas. Esta es la España que expulsó a judíos y moriscos para lograr la pureza, dilapidó el imperio para defender la religión y oprimió al pueblo para ser “la reserva moral de Europa”.

Por el contrario, la España “progresista”, contraidentificada con el poder, está envenenada por la envidia y se opone a cualquier forma de autoridad o moral tradicional. Esta es la España que inaugura nuestra literatura con el “qué buen vasallo si tuviese buen señor”, encuentra héroes en Viriato o bandoleros como el Empecinado que se oponen a la civilización, ya sea romana o napoleónica, e incluso, “se emociona” cuando una turba le abre la cabeza a un policía. 

Ambas Españas coinciden en su intolerancia hacia la otra mitad, en su convencimiento de tener toda la razón, en la justicia de machacar al mal encarnado por el adversario y en su capacidad para transformarse en su espejo ante un cambio de circunstancias.

¡Ay, mi España! ¿Quién la desespañolizará? El desespañolizador que la desespañolice, buen desespañolizador será.  

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