La vida en tiempos de pandemia, entre cifras de muertos y contagiados, transcurre y cada uno se agarra con la mayor intensidad al mástil de su barco, en el viaje cotidiano de cada día, con la esperanza de que amaine, pase el tiempo y vislumbrar el luminoso puerto y la calma. En esa travesía se escucha el canto de las sirenas, de los que creen que la tierra es cuadrada, de los que tratan de sacar redito político de la situación social, política y económica, de los necios y los cantamañanas que tratan de darte la mañana con sus repetidas serenatas, que repiten como loros los mantras que escuchan a sus otros. Cada uno se abstrae como puede de la doble realidad: la que ve y la que tratan de imponer los cantamañanas.
Mismamente, yo me estoy abstrayendo al escribir estas líneas y por momentos me digo: ¿qué es la vida? Como “soy un ser que se debate en los absurdos metafísicos”, mientras trato de reflexionar y estoy a punto de capitular con el tópico: c'est la vie, así sin más, suena la voz de Louis Armstrong , con su maravilloso tema: What a wonderful world, y se para el tiempo, después se rebobina y en esa madeja de recuerdos, me acuerdo de la primera vez que Julio Cortázar utilizó la palabra “cronopio en un artículo que publicó, después de ver a Louis Armstrong en el Théâtre des Champs-Élysées de París, en 1952, y que tituló: ”Louis, enormísimo cronopio“.
Aún no había nacido yo. La cigüeña, que decían venía de Paris, me trajo un año después y ya llevaba en los cromosomas las características propias de un cronopio. Cortázar contó que se le había ocurrido aquella palabra al tener una visión fantástica de unos pequeños globos verdes que flotaban en aquel teatro. Como la vida da muchas vueltas. Diez años más tarde, el escritor publicaría “Historias de cronopios y famas”, y otros veinte años después esa lectura me entusiasmaría. Por esas extraordinarias historias pululan los cronopios que son como personas asociales, poéticos, que viven un poco al margen de las cosas; frente a los “famas” que son “rígidos, organizados y sentenciosos. Mientras que como personajes intermedios se sitúan las” esperanzas“, gente boba, ignorante y aburrida, que están sometidas a las influencias de los ”famas“ o de los ”cronopios“.
Volviendo a nuestro tiempo de pandemia, no sé si ya mis hipotéticos lectores se han clasificado como cronopios, famas o esperanzas. Como supongo que tendrán un poco de tiempo para reflexionar, ya me dirán también, cual es la especie que más se está multiplicando por esas redes sociales de nuestro tiempo. Yo les quería hablar, tal vez, de esa serie de gente que se mueve por esas redes y que sueltan las peroratas que acaban de escuchar a otros, como loros. Sin embargo, posiblemente eso será otro día.
La vida, y el artículo de hoy me ha llevado a otro tiempo. Tal vez, al volver a escuchar la música de Armstrong, que inevitablemente se asocia con otra época y con muchas lecturas de Cortázar y con aquella carta que recibí del escritor, por febrero de 1981, tras enviarle un cuento y una reseña literaria de su obra. En aquel escrito, me decía: “Amigo Peñalver. Gracias por tu cuento—ojalá que sigas escribiendo otros, porque se siente que manejas bien ese escurridizo género—y por la crítica sobre mis libros. Todo eso me llegó por puro milagro cronópico, pues el sobre se había roto a lo largo y a lo ancho, de modo que las páginas se salían por todos lados. Hasta otra vez, con un abrazo”.
La vida, el tiempo, la conclusión, y la forma azarosa que me ha llegado a escribir este artículo, me lleva a reflexionar que nunca he dejado de ser un cronopio.
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