Se ha achacado a la fatiga pandémica parte del mérito de la victoria de Isabel Díaz Ayuso el pasado 4M en Madrid, pero también empezamos a sufrir fatiga política; más en la Región de Murcia, donde hemos vivido lo nuestro y lo suyo, dos comunidades hermanadas, además, por la experiencia de 26 años de gobiernos populares, y las consecuencias de la fallida moción de censura contra el Gobierno regional.
Casualidad o no, el propio candidato socialista a la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo, tuvo que ser ingresado el pasado 6 de mayo en el hospital por una arritmia leve que él mismo atribuye cierta influencia a la “tensión emocional tan fuerte” de la campaña electoral. El corazón de Gabilondo sufrió durante la campaña embates a izquierda, derecha y las piruetas de Iván Redondo en su propio partido. El socialista ha renunciado hasta a su escaño.
Lo cierto es que a Gabilondo se le vio mayor en TeleMadrid. Por algo Rajoy decidió enviar en 2015 al primer debate a cuatro a Soraya Sáenz de Santamaría: frente a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, habría peinado canas, además de no estar dispuesto a dar la cara ante las acusaciones de corrupción que entonces se amontonaban en su partido. Si pareciera que España no es país para viejos en el ámbito político, sobre todo cuando tienes que dar en la tele, también hay que reconocer que Díaz Ayuso tiene madera de Thatcher en versión estrella del rock. Cuando salió al balcón de Génova, vestida del rojo color de la Comunidad de Madrid, junto con Pablo Casado a celebrar su incontestable victoria no sabía si estaba viendo un acto político o un festival de música, más aún teniendo en cuenta los bailes que se marcaban los dirigentes del PP y los ritmos del DJ que había organizado Teo García Egea para la noche. No me extrañaría que Ayuso acabara tocando la guitarra líder del PP en el próximo concierto con esa arrogancia de chulapa que ha conectado, de momento, con los madrileños y, que la emparenta, también a través de su asesor Miguel Ángel Rodríguez (MAR), con el estilo político de Aznar, de quien Rodríguez fue secretario de Estado de Comunicación para más santo y seña.
Hace mal la vicepresidenta del Gobierno nacional, Carmen Calvo, en decir que “para un socialista es difícil ir a hablar de cañas, ex y berberechos”. Los mensajes simples y sintéticos y los personalismos han sido parte de todas las campañas electorales de la historia -desde el propio eslogan de cualquier campaña hasta el carisma que desplegó en su día Felipe González-. Son pocas personas, creo, dispuestas a empaparse y comparar los diferentes programas electorales. Otra cosa es la importancia que ha adquirido manejar el mensaje simple en política con el uso masivo de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería telefónica como WhatsApp. O que Díaz Ayuso haya dado con el mejor lema -Libertad- en un momento de fatiga pandémica y, ahora también, política, amén de la astenia/explosión primaveral.
Ni el corazón de Gabilondo ni el de tantos otros va a poder soportar el nivel de tensión política de la campaña electoral que se nos avecina en los próximos dos años, tipo un 4M permanente. Y no es de recibo el nivel de violencia y agresividad política ejercido en esta campaña electoral y que ya venía anticipándose con el acoso mediático y físico a Pablo Iglesias y sobre el que el PP ha mantenido una escalofriante ironía y estudiada ambigüedad.
Lo que pasa en Murcia vemos que no se queda en Murcia. Eso sí, la resaca no nos la quita nadie.
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