En los años 80 cuando estudiaba en la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia, tuve la suerte de tener como profesor de la asignatura de Geografía a Pedro Plans Sanz de Bremond; dos cosas de él me han quedado en el recuerdo: su insistencia en la importancia de la Geografía Humana y las continuas citas de Humboldt, un extraordinario científico, investigador y viajero a caballo entre el viejo mundo del siglo XVIII y el prometedor siglo XIX. Humboldt realizó un viaje a España en 1798 bajando por Barcelona a Valencia y de allí a Almansa, esquivando en el último momento el paisaje murciano y perdiendo la posibilidad de conocer el Mar Menor... y nosotros la de recibir una de sus atinadas descripciones.
Unos años antes, en 1787, Vicente Tofiño había publicado su Derrotero de las costas de España en el Mediterráneo, suerte de guía para navegar costeando. En este libro hay varias referencias al Mar Menor pero la que me parece más interesante es la que alude a la Torre de la Encañizada indicando que allí, al Norte del Estacio, “está la boca del Mar Menor […] donde hay una Torre de dos cañones para protección de la pesquería que aquí se hace, y tiene una encañizada de donde toma el nombre la Torre, la cual está situada en la Playa: hay muy poco fondo por esta parte, y solo los barcos de pesca entran y salen por la boca”.
Referencias al Mar Menor más antiguas aparecen en la obra de Gines Campillo de Bayle “Gustos y disgustos del Lentiscar de Cartagena” de 1689 que describe un lugar “donde los labradores se recrean y tienen las pescas sin temor de los enemigos” referido a los peligros de los ataques berberiscos. A cuenta de ello, Felipe II en 1588 acabó con un bosque denso, milenario, “…desde la entrada de las salinas hasta Calnegre y las Amoladeras [con] pinadas, enebros y sabinas tan espesos…” que permitían el ocultamiento de los piratas.
Sobre las encañizadas refiere Gerónimo Hurtado en 1584 un curioso pasaje: “Criase en esta albufera mucho pescado y bueno, al modo de los barbos del Tajo y mayores, pero mucho más sabrosos y gordo y entiéndese que todo el suelo de esta albufera mana agua dulce y a esta causa se cría el pescado tan diferente, que en la mar mayor y esto se saca por el agua dulce que digo quesealia cavando enla arena de la manga della, que sale tan clara como de vna fuente.” Aquí vemos una referencia clarísima al ciclo de las aguas subterráneas que rige la cuenca del Mar Menor con un punto de equilibrio entre la elevada salinidad de las aguas confinadas en la albufera y los aportes de agua de lluvia que recargan el acuífero. Pero evidentemente el agua que llegaba y se mezclaba era agua limpia, no dopada con nitratos procedentes de la agricultura intensiva, como ocurre actualmente.
De estas narraciones históricas sacamos varias conclusiones, la más importante es que el hombre ha luchado por dominar su entorno en su propio beneficio, alterando el medio físico, construyendo o destruyendo, tratando de aprovechar los recursos por el bien de su subsistencia pero, hasta tiempos recientes, era parte del ecosistema. Su Geografía era humana porque sus acciones eran previsibles dentro de su carácter de cúspide de la pirámide depredadora. Pero ahora asistimos a un problema que tiene un paralelismo con la dicotomía que existe entre la guerra convencional y la guerra nuclear; la primera permite a los grupos humanos reconstruirse, la segunda arrasaría con la humanidad. El uso de medios tecnológicos sin control y sin límites para conseguir elevar la riqueza y la productividad, en beneficio de unos pocos, está provocando situaciones de no retorno en toda la tierra; el Mar Menor, como se dice insistentemente, está siendo y será uno de los escenarios donde mejor se verán estos efectos negativos, una especie de campo de pruebas para saber, en tiempo real, hasta dónde llega el aguante del ecosistema y de las personas ante esta geografía inhumana que se nos quiere imponer.
Las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII impulsaron la declaración universal de los derechos humanos que tantas veces se ha resumido en el lema “libertad, igualdad, fraternidad” de la Revolución Francesa. Tal vez ha llegado el momento, bien avanzado ya el siglo XXI, de romper con nuestro antropocentrismo y abrir esos ideales de la humanidad al resto de la naturaleza, una alianza de especies como dice Donna J. Haraway, una nueva síntesis que piense el planeta como un todo y que sí se pueda llamar con razón Geografía Humana.
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