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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Gustos y disgustos del Campo de Cartagena

Jornaleros en la zona de Los Nietos, Cartagena (Murcia)

Bernardo Sáez García

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La comarca de Cartagena es una unidad geográfica bien establecida pero carece de límites administrativos. Las luchas por la provincialidad tuvieron su punto álgido en los años de la transición pero no consiguieron nada tangible aunque el nacionalismo cartagenerista sigue gozando de buena salud -pero poca fuerza representacional- permaneciendo en el terreno de los sentimientos más que en el de las reivindicaciones prácticas. Es curioso que la historia antigua de la milenaria ciudad, que sirve de orgulloso cimiento sobre el que construir todo el agravio posterior, esté dando frutos más recientemente en forma de un repunte muy significativo de la actividad turística relacionada con los yacimientos arqueológicos, pertinentemente musealizados, que ha llevado a quitar el puesto a la capital murciana en las preferencias de los visitantes.

No queda muy lejano el tiempo en que los turistas, principalmente extranjeros, que desembarcaban en cruceros llegados al espectacular puerto cartagenero, cogían autobuses para visitar la Murcia barroca sin prestar atención a la riqueza que tenían a dos pasos. Esto ha cambiado y Cartagena se ha convertido en un destino turístico cultural de primer orden, casi una segunda Pompeya del Mediterráneo, pero la mayoría desconoce que esos tesoros arqueológicos también se extienden por toda la comarca que rodea el Mar Menor en forma de Villas, factorías de Salazones y Garum de época romana e incluso un poblado eneolítico en Las Amoladeras, pero en estado de abandono o destrucción y sin un mínimo centro de visitantes.

Por eso cuesta entender que desde todas las administraciones, incluida la municipal, se haya renunciado durante decenios a construir decididamente una idea que integrase estas cuestiones en el modelo económico de la comarca dejando perder por el camino, como consecuencia, algunas de las características físicas, ambientales y paisajísticas que la integraban. Los luminosos campos de nuestra infancia estaban cultivados con cereales y algodón en suaves laderas aterrazadas entre algarrobos, ermitas y algún monasterio de sabor popular. El patrimonio etnográfico permanece fijado en múltiples estudios históricos, a modo de autopsias, pues en su mayor parte está muerto o malvive en pocos reductos, sobre todo en la parte oeste y excepcionalmente en La Palma, y eso cuando no ha sido transformado a ritmo de sevillanas como sucede con los mayos. En el resto se ha hecho tabla rasa, o se está camino de hacerlo como en el Cabezo Gordo, mediante el “pan para y hoy y hambre para mañana” de los planes urbanísticos costeros o de ese regadío que ha transformado el paisaje convirtiéndolo en una especie de Matrix que exprime el territorio al servicio de la alta productividad, arrojando los desechos de unos y otros por el sumidero de la codicia adonde pareciera que nadie iba a verlos: al Mar Menor. Y para colmo los señores Smith de turno nos vienen con una ley salvadora llena de falsos reflejos de lo que debía ser y no es, tratando de mantener el engaño, invocando la transparencia de las aguas que baten sobre un estéril poso de fango y muerte, conjurando el miedo y amenazando con perdidas económicas y de puestos de trabajo que, de tan precarios, no merecen tal nombre.

Se quejan recurrentemente determinados dirigentes políticos de que el turismo regional no acaba de despegar (como el Aeropuerto de Corvera) pero ya va siendo tarde. Mientras nosotros nos dedicamos a ver crecer las lechugas otros, en cercanas regiones, ven crecer el número de viajeros. Una decidida política conservacionista (como la que se produjo en Ses Salines, entre Ibiza y Formentera, en los años 80) habría llevado en la actualidad, a contar con un parque natural, para el conjunto del Mar Menor, con un entorno amigable para el desarrollo de un turismo cultural y rural integrado entre franjas de cultivos autóctonos, una verdadera sinergia entre la urbe cartagenera y su campo, pero aquí o no se sabía o no se quería. Y hoy ni se sabe, ni se quiere, ni seguramente ya, se puede.

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