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El loco Quintero se jubila

El loco Quintero se jubila

Manuel Segura Verdú

Todo apunta a que Jesús Quintero, el loco de la colina, nuestro loco particular, cuelga los micrófonos tras un parón de casi un lustro en su actividad radiofónico-televisiva. Cuentan que Quintero, quien acaba de cumplir 78 años, ha llegado a esa edad más que provecta atosigado en su economía.

Si hubiera que escoger con los dedos de ambas manos una decena de comunicadores en este país, es indudable que el onubense sería uno de ellos. Desde el Centro Emisor del Sur de RNE, Quintero traspasó las ondas. Primero, con 'Estudio 15-18' y, más tarde, con su personal e intransferible 'El loco de la colina'. En el arranque de la década de los ochenta, este peculiar formato radiofónico en la medianoche consiguió competir, de tú a tú, con el ya por entonces todopoderoso rey de la radio deportiva nocturna: José María García.

Aquel espacio, ejemplo de un nuevo lenguaje radiofónico en el que los silencios eran tan básicos como las preguntas al entrevistado de turno, marcó un estilo novedoso desde la radio pública de este país, exportado luego a las ondas privadas de la cadena SER. Quintero se rodeó para ello de guionistas y técnicos de primer nivel.

En el caso de los primeros, con tipos excepcionales como Javier Salvago, Paco Cervantes, Raúl del Pozo, Juan Cobos Wilkins, Félix Machuca o Javier Rioyo. Entre los segundos, menos reconocidos siempre y por citar a uno, mi entrañable Antonio Calderón. A unos textos más que cuidados, se unió la voz melosa y pausada de un locutor con alma sureña. Y unos entrevistados a los que, populares o no, lograba exprimir y sacar lo mejor de sí mismos. Y luego, claro, aquellas carcajadas tan suyas, que se sucedían en las ondas como pompas de jabón en medio de la quietud de la noche.

Hay todavía circulando por las redes sociales uno de sus innumerables monólogos de los programas que luego llevó a la televisión. Es aquel en el que Quintero sostiene que siempre ha habido analfabetos, pero que la incultura y la ignorancia, añade, siempre se habían vivido como una vergüenza. “Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate”, añadía con su decir cadencioso y jodidamente mordaz. Y apostillaba que “los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación, saben leer y escribir, pero no ejercen. Cada día son más y cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos. La televisión cada vez se hace más a su medida”.

Es también pública y notoria una monumental bronca que mantuvo más recientemente en una mesa redonda con al periodista de Onda Cero, Carlos Alsina. Un Quintero ya de vuelta de casi todo, embargado hasta el tuétano, y no solo a efectos de Hacienda, es el que clama en el desierto que “las parrillas de los distintos canales compiten en ofrecer programas pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura, que quiere que la diviertan o que la distraigan, aunque sea con los crímenes más brutales o con los más sucios trapos de portera”.

Jesús Quintero se hará a un lado, asqueado y hastiado de casi todo, después de habernos brindado algunos de los momentos más formidables y memorables de la radio y la televisión en España, como sus recordadas entrevistas a Antonio Gala, por citar algún ejemplo; o a Albert Boadella, que le explicó todo un tratado pseudofilosófico sobre 'el tonto ilustrado' de nuestros días, o a cualquier otro personaje desconocido, descubierto en una noche de farra, vino, rosas y blanco satén. Sería injusto que, pasado el tiempo, el Loco quedara en el olvido, como ha pasado con otros muchos imprescindibles de la comunicación de este país. Aunque, acorralado por el fisco como ha estado en los últimos años y decepcionado con la profesión, igual agarra para sí lo que alguien sentenció en su día con visión certera; eso de que el olvido también entrañaba alguna forma de libertad.

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