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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Microrracismos y macrobanderas

Una anciana de la mano de una cuidadora, en una imagen de archivo

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Comienzo a escribir estas líneas con la mano izquierda en las notas del móvil mientras mi mano derecha agarra la de la mujer que me trajo al mundo. Mi madre reposa en la cama de un hospital público de Murcia, apurando sus últimas horas de vida y siendo atendida en su mayoría por excelentes profesionales.

Hace un rato he ido corriendo a la máquina del café a avituallar mi sistema nervioso central con una dosis de cafeína. Mientras introducía las monedas en la ranura, con cuidado de no rozarme en exceso con la expendedora, mi vista se ha fijado en varios papelicos sostenidos por sus esquinas e introducidos en las rendijas y perfiles de la máquina. Lo que llamamos 'Spam'. En ellos he leído: “se ofrece español para cuidar personas mayores”.

Nada más decían los papelicos, salvo el número de teléfono 'del español'. Tras pensar que tal vez se trataba de Íñigo Montoya, he reparado en que no había ahí ni una sola referencia a su experiencia, a su formación o a su destreza. Imagino que todo ello se debe de canjear en equivalencia por el hecho de ser español, como si aceptásemos implícitamente que, “bueno, no tiene experiencia ni formación pero es nacional”. O como si el hecho de ser español incluyese y condensase en sí mismo esos requisitos tan importantes a la hora de confiar en alguien desconocido el cuidado de tus mayores.

Por supuesto, el papelico tampoco aludía a la condición de profesional autónomo del tal español. Y, claro, en esos términos, a mí realmente lo de “español” me ofrece una única garantía: la de que la persona que se ofrece para cuidar personas mayores lo hace otorgándose una ventaja competitiva, y no en experiencia ni en profesionalidad sino en el hecho de ser más barato porque no factura ni hay que contratarlo.

Pero, sobre todo, hemos de entender la redacción de este tipo de anuncios en términos de xenofobia; xenofobia de quien se ofrece de esa forma y xenofobia de quien recurre a esa persona por el hecho de ser español. Sucede en los alquileres de pisos, e incluso sucede entre las personas que piden dinero por la calle. Hace unos años había un asiduo ocupante de un trozo de acera en la Gran Vía de Murcia que mostraba un cartel para solicitar ayuda, y que no dejaba pasar la oportunidad de referirse a su condición de español. La cosa nostra.

Mi padre enfermó en 2018, y pronto tuvimos que aceptar el hecho de que él necesitaba (y sus hijas e hijos necesitábamos) ayuda. Recurrimos a una empresa de cuidados profesionales, y después de algunas entrevistas, contratamos a una joven marroquí que lo acompañó y nos acompañó en su último año y medio de vida. Costó quitarle la manía de hablarnos de usted: nos explicó que en otras familias con las que había trabajado anteriormente, le exigían el uso del usted como muro de distancia y superioridad y no como muestra de respeto. Mi padre murió el 7 de abril de 2020, tras hacer uso también de la sanidad pública y después de haber pagado sus impuestos y de haber contribuido con el fruto de su trabajo al sostenimiento de los servicios públicos. También con el fruto de su voto en las urnas.

La joven que lo cuidaba siguió haciéndolo con mi madre hasta que, echando de menos a su familia, quiso regresar a su país. Entonces contratamos a la actual cuidadora, una chica de Nicaragua eficiente, trabajadora y gran profesional. Tanto la anterior como la que vino después demostraron su cariño por mi padre y mi madre; sus buenos cuidados. No son españolas pero ambas son buenas profesionales y las dos cotizan a la Seguridad Social. Repetiré esta última frase de otro modo: no son españolas, y ambas son buenas profesionales y las dos cotizan a la Seguridad Social.

Así seguimos viviendo, 'amiguis': tolerando y asumiendo microrracismos y macrobanderas de España. Entretanto, el fascismo crece en las rendijas de nuestra frágil democracia como los papelicos del cuidador español en las de la máquina de café de este hospital público, o como las pegatinas en contra del uso de las mascarillas en el mobiliario urbano que hay frente al hospital. Y seguimos viviendo también con soplapolleces como las de las luces navideñas: hace poco vi a unos jóvenes del PP llevando luces y adornos navideños al Ayuntamiento de Murcia. Aprovecho para pedirles que se dejen caer por este hospital con algunas cosas de utilidad: por ejemplo, con un glucometer nuevo: el otro día hubo que pinchar a mi madre en el dedo varias veces, porque desde hace tiempo tienen escacharrado uno de los aparatos de medición del azúcar y no funciona bien.

Cuando se publiquen estas líneas, muy probablemente la mujer que me trajo al mundo ya lo habrá abandonado. Mi madre habrá muerto en este hospital público en el que estamos ella y yo ahora, un hospital construido y mantenido por nuestros impuestos y nuestros votos. Quiero concluir este artículo dándole a mi madre las gracias por tenerme, cuidarme y quererme durante toda su vida, lo cual le dije también cuando podía oírme. Me encantaría pensar que se reunirá con mi padre en algún lugar del espacio-tiempo, y que podrán hablar con Chiquito de la Calzada ahí arriba y reírse los tres. Brindo por eso, mientras les aseguro que aquí abajo algunos seguiremos luchando contra las personas malvadas e imbéciles, sean españolas o de Sebastopol.

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