Son las cinco y media de la tarde de un asfixiante domingo de agosto de 2021 en una parada de autobús de una localidad costera de la Región de Murcia. Tres mujeres latinas de mediana edad, esperan. Las llamaremos por el nombre de sus lugares de origen: Bucaramanga, Cúcuta y Tegucigalpa.
Saludo y pido permiso para sentarme. No encuentro mi mascarilla, y con esa excusa empezamos a hablar de la pandemia. “El chino está cerrado, tengo en mi bolso, te doy una si quieres”, ofrece la hondureña. “Ya está, la acabo de encontrar, gracias”.
Ella lleva año y medio en España. Las colombianas cuatro años. Ninguna tiene papeles en regla. Solo la tarjeta sanitaria. Todas son cuidadoras de personas mayores y en verano se multiplican para cubrir las necesidades de sus familias murcianas en la casa de la capital y en la casa de la playa.
Una vez comentadas las últimas noticias sobre la pandemia (que si la tercera dosis de la vacuna, que si el riesgo de las embarazadas, que si en Colombia todavía no pega fuerte la variante delta), Tegucigalpa hace una parada en la charla y me pregunta algo que mi acento dejaba claro desde el “Buenas tardes”. Mirándome a la cara, me espeta: “¿Tú eres español?. Porque los españoles no nos saludan ni nos hablan como tú, los españoles son racistas”.
Me siento apenado y avergonzado al escuchar eso.
Bucaramanga pasa a llevar la voz cantante. Cuenta que no ha firmado ni un solo contrato de trabajo desde que está en Murcia, que su sueño es tener papeles y condiciones dignas, con descansos y vacaciones incluidas. Y un mejor salario.
“Sin papeles no puedes ni abrir una cuenta bancaria, así no se puede vivir, no somos nadie”, añade Cúcuta.
Tegucigalpa dice que los 18 meses que lleva en España se le han pasado volando: “Y cuando tenga los tres años cumplidos, a pedir papeles”. Risotadas de las tres, conscientes de la extrema dificultad que conlleva realizar semejante sueño.
Se ha hablado y se habla sin parar de la tragedia que ha dejado la pandemia en las residencias de mayores, un asunto que merecería investigación a fondo y reparación.
No se cuenta que la inmensa mayoría de las personas mayores de esta Región no se pueden permitir una residencia. No se explica que muchas de ellas, si han podido escapar a la enfermedad, es porque han tenido mujeres como Bucaramanga, Cúcuta y Tegucigalpa a su lado, cuidándolas día y noche.
Son mujeres que merecen nuestro respeto. La mejor forma de respetarlas sería darles lo que se han ganado a pulso: el derecho a residir y trabajar en España con todos los papeles en regla.
“Nos prefieren inmigrantes, saben que pueden hacer con nosotras lo que quieran”, lamenta Bucaramanga. “También pasa en mi país, los venezolanos vienen sin nada y trabajan por la mitad que un colombiano”, añade.
“México, Colombia, Honduras, Venezuela…, son narco-estados. No hay nada que hacer”, concluye Tegucigalpa.
La pregunta es si en esta España y esta Murcia vamos a hacer algo o seguiremos mirando para otro lado ante la explotación laboral de mujeres migrantes.
Trabajen, señoras y señores de los cuatro gobiernos, son ustedes nuestros servidores y les pagamos muy bien. Déjense de trifulcas estériles y peleas de telediario. Dedíquense a mejorar la vida de todas las personas, no solo las de sus respectivos partidos políticos.
Den ustedes dignidad y papeles para todas las mujeres inmigrantes.
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