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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La pasión de Alberto Castillo

Alberto Castillo, en Yecla, en 2018, pronunciando un pregón mariano.

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El presidente de la Asamblea Regional, Alberto Castillo, concedió esta semana una extensa entrevista a una periodista de Onda Cero en Murcia, Rosa Roda, declaraciones que escuché en la web de la emisora con paciencia benedictina. Castillo, al que conozco desde hace cuatro décadas, cuando empezamos ambos nuestra carrera profesional en Radio Juventud, aseguraba que lleva “muchos años callado y tragando” y que solo ha recibido disgustos en el desempeño de su cargo institucional. Se ve que ha debido de ser una especie de pasión particular, incluso quizá un calvario, ahora que nos adentramos en la Semana Santa.

Una de las grandes sorpresas, con que se inició la legislatura que ahora concluye, fue su elección como presidente del Parlamento autonómico. Todo apuntaba a que Ciudadanos ostentaría esa responsabilidad, merced a los pactos suscritos con el PP, por lo que fuimos muchos los que por entonces dirigimos la mirada hacia Juan José Molina, quien había sido diputado en el anterior periodo legislativo, adquiriendo en esos cuatro años la experiencia necesaria para conocer los mecanismos y entresijos parlamentarios. Sin embargo, a la hora de la verdad, la autoridad competente de la formación naranja se inclinó por el neófito Castillo quien, hasta obtener su acta de diputado, gozaba de una merecida jubilación tras su salida de la Cadena SER en Murcia. Ni en el mejor de sus sueños pudo imaginar ese ascenso tan fulgurante como vertiginoso a los altares de la política.

Con todo, su elección como presidente de la Asamblea Regional no generó tanta controversia como produjo su actuación en la noche y días posteriores a la presentación de la moción de censura contra Fernando López Miras por parte de Ciudadanos y el PSOE. Castillo ofreció en la conversación de Onda Cero -dijo que lo hacía por vez primera- su versión personal de lo ocurrido aquella noche de toque de queda, si bien eludiendo dar ciertos nombres, como los de aquellos dos miembros de la Ejecutiva nacional que, según él, lo llamaron por teléfono, a la mañana siguiente de firmar y una vez que la Cope dio la noticia, exigiendo explicaciones.

Es prácticamente seguro que, si aquel intento de acabar con el gobierno del PP en esta Región hubiera fructificado, Castillo hubiese seguido ejerciendo como presidente de la cámara en los dos años que aún restaban de legislatura. Esto lo subrayo, sobre todo, por los que sacan a colación el sueldo que conlleva el cargo que ostenta a la hora de criticarlo. Sin embargo, alguna otra razón larvada sí que tuvo que valorar para no apoyar la censura y alinearse con el trío camaleónico compuesto por Isabel Franco, Valle Miguélez y Francisco Álvarez. Me inclino por la opción de que lo convenciera la segunda, quien fue su mentora a la hora de que se le abrieran de par en par las puertas de Ciudadanos. A pesar de todo, su caso no se asimilaba, ni por asomo, al de la vicepresidenta, cuyo futuro político con Ana Martínez Vidal en la presidencia del Gobierno hubiera sido, más que efímero, exánime.

Alberto Castillo, pregonero de todo cuanto huela a nazareno, huertano o sardinero, alegó en su charla del martes con Rosa Roda que fue la lectura de un párrafo en un libro de Miguel de Unamuno, durante un recurrente retiro anacoreta, huyendo “de las presiones, no políticas sino de los amigos”, lo que le condujo a inclinar la balanza hacia un lado. Lo paradójico es que, durante la mencionada entrevista, ni siquiera recordara con exactitud la frase que le dio pie a hacer lo que hizo, por lo que se me antojó que su intento de explicación no dejaba de ser un mero subterfugio. 

Tampoco pasó desapercibida la dosis de inquina hacia su excompañera Martínez Vidal, a la que tiempo atrás calificó de “gran mujer” en un tuit escrito en su perfil de una cuenta suspendida por voluntad propia, o hacia la diputada de Podemos, María Marín, una suerte de Pepito Grillo para él en estos dos años de particular calvario. En el primer caso, reprochándole que pasara más tiempo en la cafetería del parlamento que en su escaño; y en el segundo, que coloque pasquines preelectorales y no emplee ese dinero en causas benéficas para los más necesitados. Todo, porque ambas le echaran en cara lo inoportuno de conceder 45 medallas a sus señorías, con sus nombres grabados, a 200 euros por barba y por un montante total de 9.000 euros.

Castillo pretendió el otro día aplicar su sentido común a la hora de explicar, con argumentario propio, algo que resulta difícilmente comprensible. Tan aficionado a la lectura, como a los cigarrillos y la Coca-Cola, suele citar con asiduidad a San Agustín en su cuenta que sigue activa en otra red social: la de Facebook. Con todo, en la radio aseguró que fue Unamuno y no el obispo de Hipona el que le abrió los ojos ante su compleja disyuntiva. Ese mismo exrector de la Universidad de Salamanca que dejó dicho que existe gente que está tan llena de sentido común que no le queda el más pequeño rincón para el sentido propio. De eso, quizá, pueda haber algo en todo este berenjenal en que ha terminado por convertirse esta décima legislatura en la Asamblea Regional, afortunadamente finiquitada el pasado miércoles. Aunque ya se sabe que, según la ley de Murphy, toda situación siempre es susceptible de empeorar. Lo comprobaremos tras el 28-M.

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