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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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De pobres y muy ricos

Luz verde final a obligación de multinacionales de declarar impuestos en UE EFE/EPA/OLIVIER HOSLET

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Una idea que recorre el país y la Unión Europea, en televisiones y medios de comunicación, expresada por periodistas y todólogos de centro-ultraderecha, es que si bajas los impuestos a los muy ricos, redundará en beneficio de la economía y la sociedad civil. Sin embargo, el gobierno conservador del Reino Unido, ha dado marcha atrás en sus planes para eliminar el impuesto sobre la renta que pagan las personas más ricas del país. El expresidente Obama contaba un chiste sobre esto: “Si un meteorito se dirige a la Tierra y le preguntas a un republicano qué hacer, te dirá: Necesitamos reducir los impuestos a los ricos'”. Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, al hablar de los presupuestos del estado dijo que dividen entre ricos y pobres, algo que radicaliza a la sociedad, según él. Se le olvida que el 30% de la población española está en esa situación de pobreza; en la Región Murcia roza el 34%[1], pero claro esto queda feo citarlo, mejor barrerlo bajo una alfombra.

Sobre el mantra de recortar los impuestos a los muy ricos, tomo alguna idea recogida por Robert Reich, que no es un bolchevique incendiario, sino todo un exsecretario de Trabajo de EE.UU., profesor de política pública en la Universidad de California en Berkeley y autor de 'Saving Capitalism' ('Salvar el Capitalismo'). Un argumento es la economía de la lluvia fina. Los partidarios de las exenciones de impuestos a los muy ricos afirman que su riqueza se filtra hacia los demás a medida que la invierten y crean puestos de trabajo ¿realmente se lo creen? La economía del goteo es una broma cruel. Durante los últimos cuarenta años, mientras la riqueza se disparaba en la élite de los supemillonarios, casi nada se filtraba hacia abajo. Ajustado a la inflación, el salario medio actual es apenas más alto que hace cuatro décadas. El paradigma lo tenemos en el presidente Trump que proporcionó un enorme recorte de impuestos a los estadounidenses más ricos, prometiendo que generaría un aumento de ingresos que luego se convirtió humo en el bolsillo del norteamericano de a pie. Los súper ricos no crean empleos ni aumentan los salarios. Los empleos se crean cuando los trabajadores promedio ganan suficiente dinero para comprar todos los bienes y servicios que se producen, lo que empuja a sus empresas a contratar a más personas y pagarles salarios más altos.

Otro elemento ya manido es el mito del libre mercado. Los supermillonarios afirman que están siendo recompensados ​​por ese mercado impersonal por crear y hacer aquello por lo que la gente está dispuesta a pagarles. Los salarios de las otras capas sociales se han estancado, dicen, porque la mayoría de los trabajadores/as tiene un valor menor en el mercado ahora que las nuevas tecnologías y la globalización han hecho que muchos de sus trabajos sean redundantes o innecesarios. En realidad, los supermillonarios han instrumentalizados el llamado mercado libre para su propio beneficio.

No hay justificación para la extraordinaria concentración actual de riqueza en la cima de la pirámide social. Distorsiona nuestra economías, nuestra sociedades y sobre todos nuestras democracias, amañando nuestros mercados y otorgando un poder sin precedentes en la historia a un puñado de personas. ¿Qué tienen a cambio de su dinero? Recortes de impuestos, libertad para evitar sindicatos en sus empresas, aumento de la precarización de sus trabajadores/as, monopolio de mercados y rescates gubernamentales. Sus bolsillos se han llenado aún más con la privatización y la desregulación. El llamado libre mercado ha sido distorsionado por enormes contribuciones a campañas políticas de los supermillonarios y después se ha legislado en función de sus intereses.

Uno de los triunfos de la reforma liberal en el siglo XIX fue la progresividad en los impuestos, como respuesta al clero y la nobleza que no tributaba, de forma que el que más tuviese contribuyese más a la caja común. ¿Llegará el día en que los superricos entiendan que el pacto social alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial, que consistía en el pago de impuestos progresivos a cambio de que la sociedad no cuestionara sus privilegios y garantizara la paz social, ha sido también un buen negocio para ellos? Hay pocas razones para el optimismo. No hay una masa crítica en la sociedad civil para un cambio de paradigma. Como decía hace una década el multimillonario Warren Buffet: “Existe una lucha de clases y la estamos ganando nosotros”.

[1] Informe de EAPN-ES 'El estado de la pobreza de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social' con datos de Condiciones de Vida del INE

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