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La violencia machista y la complicidad de la ultraderecha

El secretario general de Vox, Javier Ortega Smith (d) se distancia de la concentración de los integrantes del ayuntamiento de Madrid para mostrar su repulsa a la violencia machista en la entrada de la sede del ayuntamiento en Madrid este lunes.

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Unos se vacunan para salvar sus vidas, y otras mueren. Olivia, Ana y Rocío son las últimas víctimas de la violencia machista. La primera era una niña; la última no había cumplido la mayoría de edad. Sus asesinatos constituyen dos de los actos de violencia más atroces que se recuerdan: Olivia fue arrojada por su padre a una fosa marina de 1000 metros de profundidad; Rocío fue descuartizada por su expareja. El pasado viernes decenas de miles de españoles salieron a la calle para expresar esa mezcla insoportable de dolor, rabia y hartazgo. Todavía es pronto para valorar las consecuencias de esta catarsis colectiva, y si la ola de repulsa contra estos últimos crímenes supone una toma de conciencia sobre la violencia de género de la misma envergadura que el asesinato de Miguel Ángel Blanco lo supuso acerca del terrorismo de ETA. Parece que, esta vez, la reacción social ante una de las mayores lacras de nuestro sistema de convivencia ha sido casi unánime. Y digo “casi” unánime porque, nuevamente, el partido que se ausuntó de las concentraciones secundadas por el resto de formaciones políticas fue Vox.

La ultraderecha nunca será capaz de condenar la violencia porque ella es la violencia. Ni siquiera ante el crimen atroz de un bebé, una niña y una adolescente fue capaz de orillar temporalmente su odio. El miserable argumento que esgrime para justificar su ausencia de estos minutos de duelo y de condena es que no quiere participar en actos que politizan la muerte. ¿Politizar la muerte? Vox es un partido que no sabe escamotear un solo juicio o sentimiento al nauseabundo tamiz ideológico por el que filtra toda su relación con la realidad. Son sus dirigentes y partidarios  los que politizan hasta el asesinato de unas niñas, no el resto de la ciudadanía. Además, y como es propio del espíritu fascista, no se preocupa de mantener siquiera la coherencia de su iniquidad. Sostiene Vox que la violencia es violencia y que el problema de etiquetas como la de “violencia machista” es que convierte a cada hombre y padre en un potencial asesino. Mentira. El feminismo jamás ha criminalizado al hombre como tal. Pero Vox sí ha convertido a la inmigración en una organización criminal sin atenuantes. Para la ultraderecha, un inmigrante es un delincuente que, tarde o temprano, será arrastrado por su oscura naturaleza. Su doble rasero es tan hipócrita como nauseabundo: rechaza la “violencia machista” porque supone otorgarle un carácter cultural a la muerte de las mujeres y de sus hijos; pero, en paralelo, vierte toda su bilis contra los inmigrantes porque todos ellos constituyen una amenaza para la seguridad nacional.

El problema de Vox es que considera que poner nombre a un tipo específico de violencia contra las mujeres supone una agresión a la institución familiar –base y esencia de su arquitectura ideológica. Ahora bien, no nos dejemos engañar: Vox no defiende a la familia como tal, sino a una estructura heteropatriarcal garante del orden social. La familia que defiende la ultraderecha constituye un entorno autoritario, de disciplina y sometimiento. Denunciar la violencia que se deriva de este modelo familiar –la violencia machista- supondría arremeter contra la consecuencia lógica del orden autoritario que defiende. Para la ultraderecha, que un hombre mate a su expareja e hijas supone una anomalía disculpable en un sistema de valores tradicionales valorado como un éxito histórico. Vox se niega a reconocer que la familia como institución heteropatriarcal es, en sí misma, una maquinaria de violencia de diferentes intensidades. Los que de verdad amamos y defendemos la familia –esto es, como un marco de libertad y de mutuo respecto- nunca podremos tolerar el determinismo con el que los violentos han convertido una situación de convivencia en un infierno para muchas mujeres y menores. Sigo insistiendo en lo mismo: critican a los que amparan y se muestran tibios con los terroristas, cuando ellos son exactamente iguales o peores. De la misma manera que consideran que “un país es propiedad de sus nacionales”, están convencidos de que una mujer es propiedad de su pareja. Su concepto de sociedad es jerárquico y basado en la dominación. No creen en la igualdad real –esta no forma parte del orden tradicional. Vox es un partido que da cobertura con sus silencios y ausencias a la violencia contra las mujeres. Y nunca comprenderé como puede existir una sola mujer que introduzca la papeleta de Vox en la urna.     

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