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Entrevista

Cristina Inogés-Sanz, primera laica en un sínodo episcopal: “No es buen momento para que la mujer acceda al sacerdocio”

Cristina Inogés-Sanz, teóloga y laica católica, en una imagen de archivo.

Andoni Amadoz

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Cristina Inogés-Sanz, teóloga, ha sido la primera persona laica en participar en el sínodo de obispos. También fue de las primeras mujeres, si bien prefiere no hacer banderas feministas de esta cuestión y le resta importancia. Inogés-Sanz está en Pamplona invitada por el Foro Gogoa para reflexionar este miércoles sobre el papel de la Iglesia católica, la imagen que ha proyectado y el futuro que le depara, particularmente en lo relativo a los abusos sexuales. Junto al sacerdote jesuita Paul Béré, de Burkina Faso, ella se encargó de abrir el Sínodo y habló del camino transformador que debe seguir la Iglesia católica, para lo que propuso el salto de una organización ordenados para pasar a ser una Iglesia de bautizados. Dentro de su ponencia en Pamplona -'¿Iglesia, qué estás dispuesta a escuchar sobre ti misma?', 19.30 horas, Salón Loyola de los Jesuitas-, Inogés-Sanz hablará sobre la importancia de que el pontífice, Francisco, haya incluido a los laicos dentro de la toma de decisiones del Sínodo, pero también sobre los abusos sexuales cometidos durante años, la misión de la mujer en la Iglesia o el rumbo que deberá tomar para definir su propio futuro. Sobre todo esto ha hablado también con elDiario.es/Navarra.

Al hilo de lo que ha pasado en Navarra, la Iglesia católica no ha querido colaborar con las comisiones de reconocimiento a víctimas de abusos, ¿por qué hay ciertos sectores que prefieren no colaborar en este tipo de comisiones?

En principio habría que preguntarles a ellos por qué no quieren colaborar en esto, porque hay un principio evangélico que dice que la verdad nos hará libres. Tampoco dicen unos motivos. Eso lleva a pensar cosas en un tema que ya es de por sí bastante escabroso y bastante repugnante por todo el sufrimiento que ha causado a las víctimas. Esa actitud sirve para pensar que están ocultando mucho más de lo que en realidad se ha ido ocultando. Es una actitud que es muy penosa, primero para las víctimas y segundo para la propia Iglesia. Pero, en realidad, para saber los motivos habría que preguntarles a ellos.

¿Por qué cree que es necesaria la justicia eclesiástica cuando ya hay cauces en la justicia ordinaria penal?

Porque el delito lo han cometido en nombre de Dios. La justicia civil [en referencia a la jurisdicción penal y no a la civil] llegará hasta donde llegue, pero la justicia canónica, la justicia de la Iglesia, también tiene que actuar ahí. La pertenencia a la Iglesia no la van a perder, aunque sí que van a perder cualquier posibilidad de tener un encargo pastoral. Lo que se ha hecho es un delito. Es un delito porque se ha actuado y, además, se ha actuado mal a sabiendas de que se ha actuado mal. Pero una cosa es la justicia civil [en referencia a la jurisdicción penal y no a la civil], que evidentemente tiene que intervenir, y otra es la justicia eclesiástica, que es necesaria en este caso porque han actuado en nombre de Dios.

¿Cree que la justicia canónica puede servir para resarcir el daño que han podido cometer?

El problema que se da en este caso es que la institución no reconoce la parte de culpa que tiene como tal. Es decir, la justicia civil [en referencia a la jurisdicción penal y no a la civil] actúa como puede actuar en cualquier otro caso de abusos. La realidad es asumir objetivamente como institución qué parte de culpa tenemos. Y, mientras eso no se haga, es muy difícil que las víctimas se sientan atendidas o reconfortadas. Hay víctimas que dicen 'Vale, eso pasó en un momento de mi vida y ya está'. Y otras, en cambio, necesitan un reconocimiento mayor, tienen un trauma. ¿Por qué se tarda tanto [en el reconocimiento]? Hay que entender que antes no había ningún cauce y ahora se van abriendo. Creo que también sigue habiendo mucha oposición dentro de la propia Iglesia.

¿Diría que este camino del reconocimiento debería ser la dirección a seguir en cuanto a la reparación y la prevención de futuros abusos? No sé si esta transparencia también es fundamental para para este asunto.

Es fundamental. Y más, sobre todo, en el proceso sinodal que estamos viviendo. Esto también supone un cambio estructural. Y el cambio estructural sólo se dará si somos capaces de presentarnos como una Iglesia absolutamente transparente. Porque, de no ser así, estaremos otra vez en las mismas. La sinodalidad no es algo nuevo en la Iglesia, ni muchísimo menos. Pero para nosotros nos suena nuevo porque llevamos un montón de siglos sin saber que era bueno. De hecho, hay gente que todavía sigue preguntando que qué es eso de la sinodalidad. Fue una realidad en la Iglesia que se perdió. Pero si ahora queremos recuperar esa dimensión sinodal de la Iglesia, lo tenemos que hacer a partir de una Iglesia transparente y una Iglesia que no sospeche, porque la sinodalidad está llamada a que cambiemos nuestras formas de relación en la Iglesia.

Ha hablado mucho de la misión que debería tener la mujer dentro de la estructura de la Iglesia.

Todos tenemos un lugar en la Iglesia. No es un papel, porque si hablamos de 'papel' estamos asumiendo que hay alguien más por encima de nosotros que nos otorga ese papel. Todos tenemos un lugar y el lugar nos viene determinado por el bautismo, que nos da una vocación que hay que ir descubriendo a lo largo de la vida. Realmente, la cuestión del sacerdocio de las mujeres... No creo que sea el paradigma en este momento. No creo que sea el mejor momento para que las mujeres accedan al sacerdocio. Pero sí que defenderé que las que tengan vocación lo puedan vivir. Yo no la tengo, pero entiendo que hay otras mujeres que sí que la tengan. Pero no es una cuestión de índole teológica, porque a partir del Evangelio de San Juan, que dice que el verbo se hizo carne y asume la humanidad entera, yo no sé por qué tanta diferencia entre hombre y mujer dentro de la Iglesia. La primera apóstol es María Magdalena. Tenemos la maravillosa historia de Lydia en los Hechos de los Apóstoles, que se convierte en la líder de su comunidad. Y, como ellas, otras muchas.

¿Defiende entonces que se aumente la presencia de los laicos creyentes dentro de la Iglesia precisamente por sus orígenes?

La Iglesia nació laica. Hasta que no acaba el siglo I, y sobre todo a partir del siglo II, que es cuando se sacraliza la figura del obispo y la figura del presbítero. Allí no había cargos de ningún tipo como nosotros conocemos ahora. Pero también lo es sacramentalmente por el bautismo. El bautismo nos convierte a todos en sacerdotes, profetas y reyes.

En un mundo occidental cada vez menos creyente, sobre todo entre los jóvenes, ¿hacia dónde cree que debería dirigir los esfuerzos la Iglesia para seguir teniendo fieles?

Los esfuerzos de la Iglesia en estos momentos tienen que ir sobre todo a entender una realidad que todavía a ciertos niveles no quiere asumir. Hay más cristianos fuera de la Iglesia que dentro de la Iglesia. Hay muchísimos más cristianos que ya están fuera de la Iglesia, que no han renunciado a su condición de creyentes ni a su condición de cristianos, pero que es porque no encuentran un cauce de realizarse dentro de la Iglesia. Segundo, no podemos pretender que los jóvenes vengan. Los jóvenes no van a venir. Es decir, hay que salir al encuentro. Hay que plantearse una nueva pastoral para una Iglesia del siglo XXI, con unos sacerdotes que tienen que estar formados para el siglo XXI, no como el modelo del siglo XVI que implantó Trento. Seguimos formando sacerdotes para un tipo de ministerio que está absolutamente agotado, porque la sociedad es completamente nueva.

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