La historia de cuando todo cambió
Hay veces que cuentas una historia y, en realidad, estás contando mil. Hay veces que estás viendo una película y, en realidad, son miles de películas. Aunque la historia sea tan concreta que tiene como título un nombre propio. Uno no tan conocido como la banda terrorista que, tristemente, lo llevó a los titulares de todo el país: Maixabel, viuda de Jose Mari Jaúregui, político socialista vasco asesinado por ETA.
Quizá ese es el primer ejemplo de la huida del facilismo dramático de Icíar Bollain. Quizá también, consciente de la posible saturación emocional que varios estrenos con la misma temática pueden producir en el espectador, opta por hacer del atentado una exhibición de estilo. Un par de minutos y un par de planos, tan meticulosamente concebidos que saben a las dos palabras que ninguna doctora quiere decir, y que a Maixabel Lasa escuchó el 29 de julio del año 2000.
De hecho, es precisamente en estos momentos, en los que el espectador puede encontrarse en una situación de máxima exigencia –contábamos con el triste defecto de conocer ya el desenlace de la escena–, cuando la película se hace grande y Bollain muestra sus verdaderas virtudes. Quien conoce el amargo sabor que un drama político de fuegos artificiales puede dejar en el paladar del espectador, agradecerá encontrar un bonito relato sobre la huella del tiempo que, aunque solo sea en dos personas, retrata a una sociedad entera. Maixabel no es solo la historia de la víctima y el victimario. Maixabel habla de las personas. Y, como tal, es amarga; pero también dulce y delicada.
Tanto como lo es el paso del tiempo, inexorable y capaz de volver a poner a flote un barco encallado. O el propio ser humano, capaz de encontrar algo parecido a la felicidad en la mera reducción de la tristeza. La vida es un juego de lenta progresión, y Blanca Portillo y Luis Tosar lo saben. Víctima y victimario, respectivamente, deconstruyen su complicidad para volverla a construir hasta llegarla a hacer sentir natural. Como si todo hubiese acabado. Porque Maixabel también es Portillo y Tosar librando una lucha interpretativa de quién se hace más grande, un partido de tenis que empata en el time break y que grita a pleno pulmón: la calidad vuela por encima del pesado rótulo de “basado en hechos reales”.
Y también por encima de nombres concretos. Maixabel mira, desde el pasado, a lo más oscuro de lo que fue; pero lo hace mostrando una virtud del presente: lo que somos. Y este examen no entiende ni de banderas, ni de conflictos concretos, sino de momentos. Momentos con los que todo empieza, o todo acaba. Y momentos en los que todo cambia: a mal o a bien.
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