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¿Ayudarles o mejor no? Cómo evitar que los deberes en casa se conviertan en una guerra

"Cuando sentarse a hacer los deberes es una guerra, hay que tomarlo en cuenta”

Ana M. Longo

22 de octubre de 2025 21:54 h

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La hora de los deberes es, para muchos, un momento delicado. Tras una larga jornada, cuando padres e hijos están con la energía justa, se cruzan las ganas de ayudar con el deseo de que los niños se organicen solos. Y muchos padres se preguntan dónde está el equilibrio.

Lo que se observa en muchos hogares también se refleja en los estudios. Uno reciente, publicado en la revista Aula Abierta, analizó a más de seiscientos alumnos gallegos para explorar cómo la motivación y la forma de enfrentar los trabajos escolares se relacionan con el rendimiento académico. Los resultados mostraron que los estudiantes con mejores calificaciones presentaban mayores niveles de interés, motivación intrínseca y un enfoque más profundo al realizar los deberes, frente a quienes obtenían peores resultados.

Con frecuencia la escena se repite. Teresa, madre de un niño de nueve años, reconoce que la hora de completar las actividades escolares “a veces parece un pulso”. Su hijo quiere acabar rápido para salir a jugar, y ella debe llamarle la atención constantemente. “Si me siento a su lado, se confía demasiado; si me voy, se despista. Necesito hallar el punto justo para que consiga organizarse sin que se llegue al enfado”, cuenta. Esta madre reconoce que no hay fórmula mágica, pero confía en que poco a poco su hijo aprenda a gestionar ese momento.

Un reto cotidiano

La psicóloga infantil Melissa Rosales, autora de Al colegio vamos todos (Diana) comenta que hay varias señales que indican que un niño precisa más apoyo en las tareas escolares: que en el aula requiera apoyo constante de los docentes, o el desinterés. “Cuando sentarse a hacer los deberes es una guerra, hay que tomarlo en cuenta”, dice.

Sobre qué pueden hacer los padres para aportar en las tareas, manifiesta que lo fundamental es “entender el porqué y el cómo en los deberes”. La idea, precisa la profesional, es que ese rato sirva para integrar y consolidar lo trabajado en clase. Que los niños vean que descubrir y conocer el mundo puede resultar entretenido. 

Cuando sentarse a hacer los deberes es una guerra, hay que tomarlo en cuenta

Melissa Rosales psicóloga infantil

El problema, advierte, surge “cuando desde la escuela se envían tareas que muchas veces no son acordes a lo que podría hacer el menor, maquetas o actividades demasiado elaboradas”. Por eso la función de los padres es la de acompañar y ofrecer respaldo sin asumir el trabajo de los niños.

Asimismo, matiza que el grado de colaboración varía respecto a la edad. “En un inicio se va a buscar crear una rutina de estudio, un espacio y momento donde se integra el tiempo para estudiar, leer, aprender del mundo”. En Secundaria, en cambio, se espera que ese hábito ya esté más consolidado y que el alumno avance con mayor independencia. El papel de los padres pasa a ser, como dice Rosales, el de un gran gerente o director de orquesta: “Ayudar a organizar, planificar y verificar los avances”.

Cuando los trabajos del colegio se transforman en una fuente de conflicto o frustración, la especialista sugiere delegar en otra persona –ya sea profesional o alguien cercano– para que la ayuda no recaiga solo en los padres. Y advierte que, si la situación se cronifica, “va mermando muchos espacios de la vida familiar y todo comienza a girar en función de las tareas, las notas...”.

La psicóloga Rosales recuerda también que el valor de los niños no se mide por sus notas y que, en muchas ocasiones, la dificultad no se debe a “una falla particular en el vínculo, sino a que el niño o la niña necesita otro tipo de recursos y evaluaciones”, algo que resulta difícil de detectar “cuando se está en pleno conflicto”.

Esa necesidad de ajustar la orientación y soltar poco a poco es difícil de gestionar para muchos padres. Fran, padre de una adolescente de 13 años, conoce bien esa dinámica. Al principio revisaba todos los ejercicios de su hija, convencido de que así la apoyaba, pero “solo conseguía discusiones y malas caras”. Con el tiempo decidió cambiar de estrategia: ahora pregunta qué deberes tiene y se limita a ofrecer ayuda si se atasca. “Desde que le doy más espacio, se responsabiliza más y hasta me cuenta sus progresos sin que yo pregunte”, asegura. Un cambio que, comparte, ha traído más paz a sus tardes.

Desde que le doy más espacio, se responsabiliza más y hasta me cuenta sus progresos sin que yo pregunte

Fran padre de una adolescente

Bibiana Regueiro, profesora e investigadora del Departamento de Pedagogía y Didáctica de la Universidad de Santiago de Compostela, defiende que el exceso de supervisión resta autonomía. “Cuando los padres controlan o presionan, el efecto en las notas es nulo o incluso negativo”. Regueiro explica que las prácticas más eficaces son las más sencillas: gestionar el tiempo y el espacio, acompañar fomentando la autonomía, enseñar a planificarse, manejar el estrés o quitar distracciones. E incide en que, si los padres llegan al punto de hacerles los deberes a sus hijos, probablemente el enfoque no sea el acertado.

Respecto a las distintas etapas, perfila que en la infancia el apoyo cercano ayuda a crear hábitos, mientras que en la adolescencia el exceso de control desmotiva.

Cuando los padres controlan o presionan, el efecto en las notas es nulo o incluso negativo

Bibiana Regueiro profesora e investigadora de la Universidad de Santiago de Compostela

¿Qué dificultades aparecen al manejar los deberes en algunos hogares? La investigadora responde que estos surgen por no definir bien los objetivos ni el papel que corresponde a las familias. Y aclara que orientar adecuadamente requiere formación específica, algo que –apunta– no se encuentra contemplado en los planes de estudio del profesorado en España. 

Si no se entiende qué deben ser y cómo plantearlos, Regueiro destaca que el recurso puede resultar “contraproducente”. Puesto que a ello se suman factores como cansancio por las extraescolares o la falta de conciliación y distracciones como las pantallas. Todo ello convierte los ejercicios en “una bomba de relojería”.

Por último, en cuanto al papel de los centros educativos para que guíen a las familias, Regueiro insiste en la necesidad de liderazgo pedagógico del centro con “una política de deberes clara, tareas bien diseñadas (propósito, tiempos, criterios) y coordinación para evitar sobrecarga”. Y menciona que parte del cambio pasa por esa formación al profesorado. Recuperar la alianza es clave y lamenta que, en esto, nuestro país esté suspenso: “La relación familia-escuela hoy está rota”.

Una comunicación fluida entre familias y docentes favorece al aprendizaje y al bienestar de los menores. Al remar en la misma dirección, los niños experimentan seguridad y desarrollan conocimientos con más confianza.

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