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Las fórmulas que les funcionan a los padres divorciados para organizar la Navidad: “Mi hija está contenta, sabe qué esperar”

Thomas Brodie-Sangster y Liam Neeson en 'Love Actually'.

Ana M. Longo

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Las fiestas navideñas despiertan emociones intensas en muchas familias, y en los hogares separados suele añadirse la duda de cómo organizar tiempos y expectativas. No se trata solo de repartir días, sino de dar a los hijos un entorno previsible en una época que ya de por sí implica muchos cambios.

Marina, Carlos, Natalia y Luis comparten una sensación que muchos progenitores separados reconocen: la primera Navidad tras la ruptura fue difícil. “Todo eran prisas, confusiones, cosas duplicadas… y los niños lo notaban”, recuerda Marina, 38 años, madre de dos niños de cinco y nueve años.

Estos padres y madres decidieron hacer algo distinto: ajustes pequeños, acuerdos sencillos, y, principalmente, intentar que todo esté definido. Así lo relata Marina, que tenía claro que su exmarido y ella necesitaban “un acuerdo que no nos desbordase”.

El primer año todo salió torcido. Eran cenas en dos casas y niños preguntando dónde dormirían cada día. Al año siguiente hicieron algo básico: un calendario acordado entre los dos, una explicación básica para los pequeños y un ritual único en familia, una merienda juntos el día antes de Nochebuena.

“Conocer cómo se harán las cosas les dio seguridad. No hubo dudas ni nervios”, cuenta. Añade que como adultos les funcionó tener todo previsto y mantener un gesto familiar que marcara el inicio de esas fechas.

Historias como la de Marina se repiten en muchas familias separadas. Y cuando los adultos ponen de su parte, los niños lo notan.

Cuando la calma adulta rebaja el caos

Carlos, 42 años, padre de un niño de ocho años, llegó a una conclusión parecida a la de Marina, aunque por un camino distinto. Se dio cuenta de que su hijo no sufría por la separación, sino por “las carreras entre casas” y “la sensación de estar en medio”.

Él no necesita dos Navidades. Necesita una que no le abrume

Carlos padre de 42 años

Este año cambiaron la estrategia y diseñaron una organización clara, un regalo conjunto y un rato largo para los cambios de casa. Sin prisas y sin tensión. “Él no necesita dos Navidades. Necesita una que no le abrume”, asegura este padre. En su caso, les ayudó organizar los días con más claridad y dar tiempo a cada transición entre casas para que el cambio no resultase estresante.

Lo que estas familias han descubierto de forma intuitiva coincide con lo que observa la psicóloga clínica y terapeuta familiar e infantojuvenil en la Clínica Teneo, Eva María Carreira Vaquero. Explica que cuando la separación no es amistosa, ayuda centrarse en pequeños acuerdos cotidianos que aporten claridad externa a los menores. Propone recurrir a gestos prácticos y visuales:

  • Leer en familia cuentos o historias navideñas que transmitan valores y discutir con los niños qué aprendieron.
  • Crear en familia un calendario de actos solidarios, en el que ciertos días se realice una acción solidaria, como ayudar a un amigo o donar un juguete. Los niños pueden entender la importancia de la generosidad y de compartir.
  • Durante las celebraciones, hacer un “círculo de Navidad” donde cada miembro de la familia comparta algo por lo que está agradecido, algo que quiere ofrecer y algo que quisiera que fuese diferente.

En familias separadas, estas rutinas pueden mantenerse en cada casa para que los niños sientan continuidad, incluso cuando los adultos no comparten las celebraciones.

Además de estas acciones, Carreira recuerda que mantener ciertas tradiciones, fomentar tiempo de calidad con ambos progenitores y anticipar cómo se dividirán los días festivos disminuye los malentendidos. La planificación anticipada, revela, reduce la tensión porque los menores saben qué ocurrirá y pueden situarse en un entorno más previsible.

Previsión, rutinas y un adulto estable

Ese mismo patrón de previsibilidad y calma se repite en otras familias. Natalia, 37 años, madre de una niña de seis años, descubrió que su hija no se agobiaba por las fiestas, sino por la incertidumbre de los días. Ese año, en casa hicieron un mapa sencillo con dibujos: cada día una casa, una actividad y un horario. “No lo hicimos para organizarla a ella, sino para organizarnos nosotros. Y funcionó. La niña comprobó que no había líos. Que todo estaba decidido”, señala. Su hija empezó diciembre más tranquila. “Estaba contenta porque sabía qué esperar”, apunta.

Y aparece la emoción

En los hijos mayores, la emoción también se mueve según el ritmo de los adultos. Luis, 45 años, lo comprendió enseguida con su hija adolescente de 14 años. Notaba que la joven se ponía triste en los cambios de casa. “Creíamos que era por la separación, pero era por las prisas. Sentía que la arrancábamos de un sitio para llevarla al otro”, dice.

En algunos casos aparece lo que en trauma llamamos ‘estrés por lealtades divididas’, lo que quiere decir que el niño teme herir a uno de los padres si disfruta con el otro

Ángeles Fernández Moya psicóloga clínica especializada en infancia y trauma

Lo que les resultó eficaz fue inventar un “momento puente”: “Diez minutos para hablar, recoger con calma, repasar el día. Lo llamamos el ‘rato tranquilo’. Y lo pide ella”, expone. En su familia, lo que marcó la diferencia fue ese espacio de tiempo sin prisas, que dio sosiego al salto entre hogares.

Las vivencias de estas familias van en la misma línea que lo que observa Ángeles Fernández Moya, psicóloga clínica especializada en infancia y trauma del Gabinete Accumbens Psicología y Bienestar. Explica que, cuando todo funciona, los niños mantienen su nivel habitual de juego, curiosidad, sueño y energía, y muestran un tono afectivo estable.

Aclara que, en los más pequeños, pueden aparecer regresiones (pedir chupete, mojar la cama), mayor irritabilidad, silencios o llanto sin motivo aparente, si las transiciones son difíciles. También es frecuente que pregunten más por los horarios o recogidas cuando necesitan seguridad.

“En algunos casos aparece lo que en trauma llamamos ‘estrés por lealtades divididas’, lo que quiere decir que el niño teme herir a uno de los padres si disfruta con el otro. Esto se traduce en culpa o en un esfuerzo excesivo por ‘portarse bien”, detalla Fernández.

No importa que todo sea impecable; importa que exista un clima en el que los niños puedan estar presentes sin sentirse en una posición delicada

La psicóloga advierte que frases como “pregúntale a tu padre/madre”, pueden activar en el niño respuestas de estrés, incomodidad o culpa. Aconseja rituales para facilitar la transición emocional: “Revisar juntos la maleta, elegir un peluche que va y viene o un breve momento de conexión antes de cambiar de hogar”. Comenta que en terapia EMDR lo llaman ‘competencia de doble presencia emocional’: esa sensación de sentirse acompañado internamente por ambos progenitores, aunque solo esté físicamente con uno.

La experta insiste en que el niño debe poder amar y respetar a sus padres, y que estos no compitan, sino que cooperen en todo lo que afecte a sus necesidades poniendo el foco en su bienestar. Es aquí cuando el mensaje que recibe el menor es claro: “Tienes dos casas, pero una sola red que te sostiene”.

En estos relatos aparece un mismo hilo: cuando los adultos se escuchan y ajustan el ritmo a la realidad de cada hijo, las fiestas fluyen de manera más llevadera. No importa que todo sea impecable; importa que exista un clima en el que los niños puedan estar presentes sin sentirse en una posición delicada. A veces basta con aflojar y recordar que, incluso en Navidad, lo que más da estabilidad es la sensación de hogar, estés donde estés.

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