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Necesitamos al Ejército para que nos organice los deberes

Diario personal de la cuarentena por coronavirus

Elena Cabrera

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En aquella inconsciencia de los primeros días hubo un momento en el que dijimos: esto nos va a venir fenomenal para volver al gimnasio. Hacía un par de semanas que no nos veían el pelo por allí. Eso sí, nos dijimos: con precauciones; de sauna, nada. ¿Seguro que sauna, no? Si nunca hay nadie. Tuvimos un momento de duda. Por si las moscas, dijimos en voz baja. Al rato, dijimos ¿y las clases? Hombre, las clases… Después de pensarlo unas horas, convinimos en que quizá el aula de las clases colectivas era demasiado pequeña y se sudaba mucho. Quedaban, pues, medio descartadas, pero no del todo. ¿Bicicleta sí que sí, verdad? ¡Claro! Las bicis sí… Bueno, igual intentando no tocarlas mucho.

Sí, así éramos en aquellos tiempos en los que nos cuesta hoy reconocernos, y no han pasado ni seis días. De tanto imaginar los gimnasios como no lugares ballardianos, nos hemos acabado creyendo que son lugares de excepción, donde el tiempo ha quedado detenido en una realidad musculosa alternativa. El viernes 13 por la mañana el gimnasio se ponía en contacto con nosotros, “debido a la situación de Madrid” había decidido reducir el horario y suspender las clases. El caso es que, entre la pereza y la precaución, no habíamos llegado a ir. No fue hasta bien entrada la tarde de ese mismo día que recibimos un nuevo comunicado hablando de “la situación” y avisando de que se ven “obligados” a cerrar las instalaciones. En su universo de brillantes teles de plasma sin sonido, reguetón volumen discoteca y elípticas a pleno rendimiento, la situación esa que no se atreven a nombrar es inconcebible.

Que sepáis que vamos a engordar. Esto es así. (Y no hablo solo de nosotros, vosotros también). Tampoco estoy diciendo que hubiéramos ido mogollón al gimnasio sin “esta situación” pero, en fin, supongo que dentro de unos días acabaremos sacando las esterillas de yoga de debajo de la cama y haciendo caso de alguno de los mil videos e imágenes que nos envían para mantenerse en forma durante la cuarentena. Como nosotros, habréis recibido muchísimas sugerencias sobre qué hacer para no aburrirse estos días. Una cosa os digo: ojalá tuviera tiempo para aburrirme. El trabajo, los deberes, la limpieza de la casa, la comida, los grupos de WhatsApp… estoy agotada. Para colmo, Alberto se ha suscrito a una plataforma digital que antes no teníamos... vamos a explotar.

En sustitución de la clase de abdominales y caderas, el domingo me marqué una limpieza de baño, nivel dios, con tanto amoniaco que aún me raspa la garganta. Suelo y descansillo con lejía. Pomos, manillas y pestillos con alcohol. Estamos todos sanos, pero es que la casa estaba hecha un asco. Al venir de la calle, le pido a Alberto que por favor se quite los zapatos antes de entrar al salón. Me dice que los zapatos no transmiten el virus. Le miro con cara de si sabré yo, con todo lo que he leído estos días. Ni quince segundos después, oímos en el telediario: “no es necesario desinfectar la suela de los zapatos”. Alberto me mira. No doy mi brazo a torcer: no es por el virus, es por lo limpito que está.

El otro tema de agobio en estos últimos días es la cantidad de deberes que están poniendo a los niños. Realmente, el mismo tema del que nos quejamos todo el año. Pero, ahora, en teledeberes. He pasado 20 minutos para encontrar dónde tenía que introducir unos códigos, para bajar unos libros, para encontrar unos ejercicios, para localizar unas canciones. Mientras estábamos en ello, nos ha llegado claramente una voz varonil amplificada por megáfonos: “permanezcan en sus casas”. Hemos corrido a las ventanas y nos hemos sumado a las decenas de cabecitas tímidas que se veían asomar a lo largo de la calle. Estaba pasando por la calle un vehículo verde militar (a medio camino entre un sub de estos exagerados que se ven por la Castellana y un minitanque de combate). Esta ha sido la primera vez que me he estremecido con verdadero mal rollo desde que comenzó esta crisis. Los albañiles de la obra de enfrente se han quedado mirando con descaro, alguno ha sacado el móvil. Las cabezas nos hemos girado para mirarnos entre nosotras, para constatar que era real. Era superreal.

Vuelvo al WhatsApp. En mi grupo “Acción Mojitos” se habla de los deberes y de la tanqueta. “Acaba de pasar un vehículo del Ejército por mi calle con la megafonía a tope” dice R, “y he creído entender que decían bienvenidos al estado de alarma nacional”. “Han pasado por nuestra calle —le contesta M.— pero no se les entendía nada, tienen que mejorar esos megáfonos”. “Yo voy a bajar a la calle a ver si me encuentro un militar de esos, a ver si quiere subir a mi casa organizar los deberes”, dice P. “Me los imagino en plan: agradecidas y emocionadas, bienvenidos al estado de alarma nacional”, añade M., colocando al final el emoticono de la bailaora. Y de los ejercicios de matemáticas, qué. “De las matemáticas, pues hemos pasado por el ladito como si tuviera coronavirus”, contesta R.

14:56 de la tarde, titular en mi WhatsApp: “Ayuso ha caído”. La empresa en la que trabaja mi informante celebró una reunión, no hace mucho, a la que asistió la presidenta de la Comunidad de Madrid. De los que estuvieron allí, ya han dado positivo unos cuantos. “Si mueren todos los que estuvieron allí, sabemos que ella será la paciente cero”. Aquí se nota que muchos hemos leído a Max Brooks y estamos preparadísimos en lenguaje técnico apocalíptico. La verdad es que hoy todo es bastante extremo. En el pueblo soriano en el que vive mi padre ha caído una nevada como la que no ha visto en todo el invierno. La Guardia Civil recorrer la carretera y le pide a la gente que no salga a la calle. ¡Pero si hace un frío del carajo y el pueblo tiene 20 habitantes! En Madrid, ha llovido, ha salido el sol, ha pasado la tanqueta, ha granizado, ha salido el sol, ha pasado el camión de la basura del amarillo, ha llovido, nuestro amigo Xavi Quero ha retransmitido por Instagram una sesión de dj desde su casa en Barcelona a la hora de la siesta, hemos merendado (dos veces) y ha salido el sol.

Hoy los casos confirmados son de 9.191 en España, 51.777 en Europa y 153.648 en el mundo. El concierto de Sisters of Mercy en Madrid, que sé que os tiene preocupados, finalmente se celebrará en septiembre. Espero no perder las entradas hasta que llegue ese día. Me cuesta pensar cómo será la vida cuando todo esto haya pasado.

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