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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Gay Talese honra a su padre

Jesús Ortiz

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«My father was a tailor»: así empieza Gay Talese a hablar de su padre. Es una frase cargada, porque de modo muy parecido empieza The House Of The Rising Sun, una canción que oí mucho de adolescente, y que continúa: «She sewed my new bluejeans». Que es exactamente lo que ladra el perro que hace mucho me regaló Iván Pávlov, que oyó conmigo la canción muchas veces, a The Animals y a Joan Baez. El perro es muy poco cuidadoso y se agarra a un clavo ardiendo para ponerse a ladrar: finge ignorar que era la madre del autor de la canción quien le cosió a este sus vaqueros nuevos.

Y Talese no habla de su madre, sino de su padre. Un sastre italiano emigrado a Nueva Jersey que aprendió inglés leyendo el New York Times, donde seguía con preocupación las noticias sobre la Segunda Guerra Mundial: sus hermanos combatían en el ejército italiano, junto a los alemanes, contra los estadounidenses, sus paisanos de adopción.

Más tarde Talese dedicaría años a investigar y contar la vida de su familia, recogiendo testimonios de familiares y vecinos vivos, que le hablan, por ejemplo, de su bisabuelo Domenico Talese, que se levantó una mañana para descubrir que Dios le había regalado un olivar, completo, colocándolo encima de un prado suyo. Al menos eso es lo que dijo en respuesta a la demanda que le puso el vecino a quien Dios le había quitado el olivar, arrancado de cuajo, en una pieza, como un tapín, terremoto mediante, por no devolvérselo. Claro que ¿cómo se devuelve un olivar que te cae del cielo?

Pero de niño, en Nueva Jersey, Gay exhibe las creaciones del sastre («Me convertí en el pequeño maniquí de mi padre poco después de aprender a andar»), yendo cada día de punta en blanco a la escuela, rodeado de compañeros irlandeses que le quitaban a collejas el impecable sombrero. Talese aprendió así a vestir con elegancia, característica, y no es la única, que comparte con Tom Wolfe.

Aprendió también de su padre a escuchar y a interesarse por la vida de la gente corriente. Dice que nunca fue más feliz que la década que trabajó en el New York Times, empleo que abandonó a los 32 años porque los diarios limitan mucho el espacio y el tiempo que puede dedicarse a un tema. Y, además, a los periódicos les interesan las vidas de los famosos, pero no la de la gente común.

A Talese le interesaba la gente común. Le atraían especialmente los perdedores, y con ellos compartió mucho tiempo, acompañándolos mientras hacían su vida y hablaban de ella, sin grabadora: su método de investigación. Así vivió tiempo con John Wayne Bobbitt, que es un buen ejemplo de perdedor: su mujer lo emasculó con un cuchillo de Ikea y la opinión pública se puso de parte de ella. Y dedicó varios años a localizar a la jugadora de fútbol china que perdió un partido clave contra Estados Unidos al fallar un penalti.

Pero la gente tiene sus preferencias, y el reportaje más citado de Talese, que sigue leyendo cualquiera a quien le interese el género, habla del catarro: «Frank Sinatra Has a Cold». Es probablemente el artículo más largo que se ha escrito nunca sobre un catarro y, con seguridad, el más famoso. Y el más caro: su autor pasó una cuenta de gastos de 5.000 dólares de 1963.

Pero fue «Joe Louis: The King as a Middle-Aged Man», un artículo acerca de un campeón de boxeo, también publicado en Esquire, en 1962, el que abrió los ojos de Tom Wolfe, según su propia confesión, para hacer su New Journalism [el nuevo periodismo]. Wolfe y Talese compartían la elegancia en el vestir, pero Talese nunca se encontró cómodo con la etiqueta del New Journalism, que prima el efectismo literario sobre el trabajo del reportero. Wolfe creía que del periodismo se ascendía a la novela. Talese sabe que nada es mejor que un buen reportaje. Él fue, y sigue siendo hasta hoy, uno de los maestros del New New Journalism [el nuevo periodismo de verdad de la buena], que, aceptando la experimentación formal de Wolfe y sus seguidores, se dedica sobre todo a investigar y relatar la realidad de la gente común y sus problemas, cuestiones que a Wolfe no le interesaron mucho.

Talese comparte con John McPhee y otros maestros la capacidad de dedicar un tiempo impensable para investigar un asunto: son profesionales perfeccionistas, obsesivos con su trabajo. Algunos de estos autores han pedido a su editor, y obtenido, anticipos de millones de dólares, sin asegurar fecha de entrega del libro que piensan escribir. Y que escriben, en seis, ocho o diez años; que se publican y se convierten en superventas inmediatamente. Talese dedicó nueve años a escribir La mujer de tu prójimo (1981). Bueno, incluyendo en el concepto escribir meterse en toda clase de aventuras sexuales colectivas, como vivir en una colonia nudista y regentar dos negocios de masajes, para conocer de primera mano las costumbres de los estadounidenses en ese campo. Con este libro ganó cuatro millones al poco de ponerse a la venta. Consiguió incluso que su mujer le perdonara que dedicara tanto tiempo a escribir. Pero mucha otra gente se enfadó muchísimo con él.

La ascendencia italiana también fue motivo y oportunidad para acercarse a otro tema, la mafia, con su estilo característico: interesándose por las personas. De nuevo varios años de trabajo, y una estrecha relación con la familia Bonanno, que desembocan en la publicación de Honrarás a tu padre (1971), que se considera un precedente de Los Soprano. Talese vivió un tiempo con Bill Bonanno, y mientras este estuvo en la cárcel pagó de su bolsillo parte de la educación de sus hijos. (Que no siguieron después con el negocio familiar).

El libro fue otro éxito inmenso pero, por supuesto, recibió fuertes críticas también. Sobre todo por la proximidad que implicaba entre el autor y personajes censurables: mafiosos, en este caso; usuarios de sexo no bendecido en el mencionado previamente.

Qué personajes son considerados censurables depende de la época y el lugar, claro. Hay gente que se dedica a observar cómo viven las hormigas, por ejemplo: una chaladura completamente inofensiva, como tantas. Cuando se juntan unos pocos con la misma afición se ponen a hacer congresos y a publicar artículos; buscan un nombre para su actividad y van por el mundo muy orgullosos llamándose, en este caso, mirmecólogos, sin merecer el menor desprecio por ello.

Por alguna razón, en cambio, la ciencia no ha encontrado todavía un nombre honorable para quienes se dedican a observar cómo follan los demás. En consecuencia, no gozan del menor respeto público. Se han hecho tímidos intentos de suavizar el rechazo empezando por cosas próximas (recuérdese a Mercedes Milá calificando de un experimento sociológico a la primera edición de Gran Hermano, por ejemplo), sin éxito por el momento.

Contra esto se estrelló Talese. Millonario y con más de ochenta años, en 2016 publica El motel del voyeur, la historia del propietario de un establecimiento que había adaptado para espiar a sus huéspedes. La relación del palero con Talese había durado décadas, en secreto, hasta que consideraron que los últimos espionajes, e incluso un asesinato que el del motel dijo haber presenciado, habían prescrito. Por un lado, y comprensiblemente, el libro levantó un debate apasionado sobre la ética del periodismo. Pero es que además la prensa se puso a cotejar datos y enseguida resultó evidente que Talese no había ejercido esta vez la obsesiva investigación y comprobación que le caracterizan; se había fiado de su informante mucho más allá de lo aconsejable. El resultado: el prestigio de una vida de éxito por los suelos.

Regreso al texto del principio, donde Talese cuenta que su padre era sastre. En el siguiente párrafo repite «My father was an eavesdropping tailor», con una pequeña variación, que hace que el sibarita léxico, otro de mis inquilinos, muy excitado, dé una patada al perro para ocupar su lugar: el verbo eavesdrop es una de sus palabras inglesas favoritas. Eaves quiere decir alero, y drop es caer, pero las dos cosas juntas se refieren a enterarse de algo que no se está diciendo para uno, recoger una información que cae del alero.

Talese aprendió a vestirse de su padre, un sastre que pegaba la oreja a lo que contaban sus clientes, y también de él aprendió algo mucho más importante para su vida posterior: a interesarse por la vida de la gente corriente, a escucharlos dedicándoles atención. Pero de pronto pasa de la información que se facilita voluntariamente a la que proporciona un tipo que se ha tomado muchas molestias para obtenerla, como instalar rejillas y pasadizos en su motel: de recoger lo que cae a fisgar descaradamente; y por primera vez en su larga carrera resulta difícil defenderlo.

El perro se marcha despacio a sus cosas, asegurándose de que le oiga refunfuñar que él recuerda muy bien The House Of The Rising Sun. Que sabe que la sastra era la madre: el padre era un jugador, toda su vida dominado por el vicio. Y, bajando aun más la voz, pero sin acabar de alejarse, sugiere que quizás Talese sea un jugador a quien siempre le salieron bien los envites; que quizá el vicio le empuja a llevar las apuestas más allá, hasta encontrar el lugar donde se pierden. Y —está pesado hoy este perro— que quizá Talese, el hijo del sastre, no esté tan molesto como parece por haber arruinado finalmente la imagen de buen chico, imagen que sobrevivió a la comuna nudista, a los negocios de masaje, a la amistad con mafiosos.

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