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Sobre este blog

eldiario.es presenta 'Operación Chanquete', novela veraniega por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila. Una mirada crítica a la nostalgia y la mitificación de los años ochenta, protagonizada por un misterioso grupo de jóvenes activistas, que con sus espectaculares acciones denuncian la falta de futuro. Una historia de intriga y humor llena de precarios, submileuristas, becarios y gente que no se ha enterado de que la crisis ya pasó.

El hombre que fue Chanquete

El hombre que fue Chanquete.

Isaac Rosa / Manel Fontdevila

“Piraña, hoy es tu día de suerte: ¡han abierto por fin un McDonald’s en España! ¿Nos vemos allí dentro de media hora? Tu amiga Desi.”

Ese fue el SMS que me despistó en la reunión de la redacción, mientras hablábamos de qué tratamiento darle a todo lo que salía del pendrive.

Lo releí. Ya estábamos otra vez con los acertijos nostálgicos. ¿Primer McDonald’s en España? Hice una búsqueda rápida en Google, en qué año llegó la cadena de comida rápida a nuestro país, y ahí estaba: la primera franquicia abrió en… 1981, por supuesto. Benditos ochenta, la edad de oro. Por suerte el primer local estaba muy cerca del periódico, en una esquina de Gran Vía.

¿“Tu amiga Desi”? Intenté recordar quién lleva la careta de ese personaje de Verano Azul en la reunión clandestina del grupo, pero solo recordaba un rostro adolescente con gafas y ortodoncia, el de la propia Desi, la careta. ¿Para qué me citaba? ¿Una nueva entrega de información? ¿Por qué no me enviaba un paquete?

Me disculpé en la redacción, tenía que salir para algo urgente. Los dejé cuando el director abría una de las carpetas del pendrive y empezaban a sonar otra vez las primeras notas electrónicas de Loco Mía, ya todos sin ganas de bailar.

Mientras bajaba por la acera de Gran Vía iba preparando el teléfono por si podía grabar la conversación, aunque me entró la duda de si estaba comportándome como una periodista o como una colaboradora policial. Un par de horas antes me había llamado la inspectora Velasco:

-Me ha dicho un pajarito que tienes algo para mí. Un pendrive muy jugoso.

-Lo siento, inspectora. Hable con mi jefe, yo no quiero saber más de esta película.

-Pues deberías. Toda esta historia es una gran oportunidad para una periodista tan joven. Y esto no ha hecho más que empezar. Nos podemos ayudar mutuamente. Sé algunas cosas que pueden interesarte. Por ejemplo, dónde van a dar el próximo golpe.

-Ya le dije que no cuente conmigo para soplona –y añadí, muy crecida-: igual se están equivocando de malos.

-Vale, te entiendo. A mí todo eso de las trampas para no pagar impuestos me asquea tanto como a ti. Pero yo no persigo defraudadores fiscales. Si les pasáis el pendrive, en Hacienda estarán encantados de cazarlos. En cuanto a la pandilla de Verano Azul, entenderé que la gente los empiece a ver con simpatía, como héroes, pero no vale todo. No se puede grabar a la gente sin consentimiento, no se pueden robar documentos. A mí me toca hacer cumplir la ley.

-Pues suerte con ello, inspectora –me despedí, había llegado al lugar de mi cita.

Me asomé desde la calle a través de la cristalera. Estaba lleno de gente, jóvenes y turistas sobre todo. Intentaba reconocer a mi contacto, hasta que me di cuenta de que estaba buscando a alguien inexistente: el rostro de Desi, sus gafas y su trenza de la serie ochentera. Y no, obviamente no estaba Desi.

Entré y me senté a una mesa sin pedir nada. Si yo no podría reconocer a mi contacto sin su careta, ¿cómo me reconocería ella a mí, si yo tampoco iba disfrazada de mi personaje?

-Hola, Piraña –dijo una voz. Levanté la mirada y me encontré con un rostro conocido.

-Anda, tú por aquí, qué casualidad –frente a mí estaba Marina, una compañera de la facultad, que si no recordaba mal estaba haciendo sus prácticas en la tele.

-¿Puedo sentarme? –preguntó.

-Sí… No, es que estoy esperando a alguien, perdona… ¡Un momento! ¿Me has llamado Pi…?

-Piraña, sí. Yo soy Desi. ¿Sorprendida?

Mucho. Muy sorprendida de que tras la careta de Desi estuviese Marina.

-¿Entonces tú eres… una de ellos?

-Sí. Y no. En realidad soy como tú. Bueno, no. A ti te han escogido, yo me he colado. Cuando publicasteis lo de las primeras grabaciones, mi jefe en informativos me pidió que me infiltrase en el grupo, para averiguar quién está detrás de toda esta movida. Mi objetivo es llegar hasta Chanquete y descubrir su identidad, sería un bombazo. Pero en las tres reuniones que he estado, siempre intervino por videollamada.

-¿Y no sospechan de ti?

-Saben que soy periodista, pero creen que estoy comprometida con “la causa” y que estoy preparando una acción como las suyas.

-Pero… ¿cómo has podido entrar? Se supone que es un grupo… clandestino –me vino otra vez la imagen de la reunión. Ocho jóvenes con caretas infantiles y un líder interviniendo por Skype no es lo que uno entendería por grupo clandestino.

-Mi jefe tiró de contactos y favores en la policía. Nos enteramos de que ya tenían a una colaboradora dentro.

-Lo sé: Tito.

-Ah, ya sabes más que yo. Ella fue la que me introdujo en el grupo. Chanquete buscaba a alguien que trabajase en alguna televisión. Y les pasé un poco de material interno de mi cadena, para ganarme su confianza. Pero no me mires así, no trabajo para la policía, solo quiero llegar a Chanquete y entrevistarlo. No entra en mis planes entregarlo, no soy una chivata.

-¡No, yo tampoco trabajo para la policía! –me defendí.

-Pero tú tampoco eres una activista. Han confiado en ti para que difundas sus acciones. E imagino que tú, como yo, empiezas a simpatizar un poco con… “la causa”.

-Puede ser.

-¿Sabes algo que yo no sepa? ¿Has visto en persona a Chanquete?

-No. Pero deja que me aclare: resulta que Tito es una colaboradora policial. Desi, que eres tú, una periodista infiltrada. Y yo, que tampoco estaría ahí si no me hubieran enviado sus materiales. De los nueve, solo sabemos la identidad de tres, y ninguna de las tres somos activistas. Tres de nueve. A ver si al final vamos a ser todos infiltrados.

-Chanquete incluido, ¿te imaginas? “El hombre que fue Chanquete”, como en la novela aquella de terroristas anarquistas que al final eran todos policías.

Quedamos unos segundos en silencio. Yo iba atando cabos, pero me quedaba alguno suelto:

-¿Cómo has sabido que yo era Piraña?

-Hija, Carmela, te reconocí en la reunión, con careta y todo, por tu voz y tu aspecto, tu pelo y tus gafas, y recordé lo que ya habías publicado en tu periódico. Tú estabas tan impresionada que no me reconociste.

-¿Y para qué me has desvelado tu identidad?

-Ya te he dicho que yo también estoy preparando una acción. Empecé a organizarla para que no sospecharan de mí. Cada miembro del grupo tiene que montar su propia acción, buscar colaboradores, tomar sus decisiones, sin compartirla con los demás hasta que esté lista para difundir, ese es el protocolo de seguridad, cada uno funciona como una célula sin que los otros sepan mucho. Yo empecé haciéndolo un poco de paripé, pero le he acabado cogiendo gusto según lo iba preparando.

-Ya, y quieres que yo la difunda. Podrías haberme enviado un paquete, como hacen los demás. Otro VHS, un carrete de fotos. O mejor aún, un fax.

-No te he llamado para darte ningún material y que lo publiques. Quiero que me ayudes con esto, que lo hagamos entre las dos. En cuanto sepas de qué va, no tendré que convencerte.

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