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Datos, no fechas

Una sanitaria sostiene el material para la aplicación de la vacuna

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“Ir más deprisa en la desescalada significaría actuar antes de conocer el impacto de cada paso, lo que aumentaría el riesgo de que tuviéramos que retroceder y volver a imponer restricciones. No voy a asumir ese riesgo”, decía hace unos días Boris Johnson en la Cámara de los Comunes respondiendo a quienes le empujaban a ir más deprisa en las fases de relajación de las restricciones en un país donde las escuelas, los pubs, los restaurantes, las tiendas no esenciales, los cines y los teatros siguen cerrados. 

El Reino Unido tiene un nivel de infecciones parecido ahora al de España y más de 20 millones de personas vacunadas con al menos una dosis. El Gobierno tomará sus decisiones por “datos, no fechas” (“data, no dates”). El plan para los próximos pasos de aquí a finales de junio tiene fechas, pero no son firmes: son indicaciones de restricciones por capítulos que no están fijadas (la fecha se queda en un “al menos hasta”).

Después de mucho sufrimiento, Reino Unido es uno de tantos países que ha entendido que proteger la salud y la economía es lo mismo. Con una epidemia desbocada nunca se recuperarán trabajos en parte esenciales de la economía. Johnson, adalid del liberalismo conservador, ha entendido que la espiral que produce dejar a los individuos a su suerte y esperar a que el sistema sanitario aguante sólo empeora la interminable crisis sanitaria, económica y social. 

No hace falta irse a la paradoja de buscar ejemplos de gobiernos conservadores y liberales que contrastan con el sorprendente pasotismo de supuestas socialdemocracias más protectoras como España, que está dejando que gran parte del peso caiga en la responsabilidad (y del bolsillo) individual. 

Basta con mirar los datos. Los países que mejor han controlado la pandemia son los que mejor han protegido sus economías, como muestran estos datos del año pasado de Our World in Data que se han ido confirmando con el paso de los meses. 

El argumento falaz, desinformado y negligente de la presidenta de la Comunidad de Madrid de que no se pueden aplicar restricciones porque “la gente tiene que comer, tiene sus proyectos, sus empleos” ignora a propósito los daños a medio y largo plazo de no controlar el virus. Incluso sin contar los centenares de muertos al día que una parte de la sociedad española parece haber normalizado, ahora tenemos las evidencias del último año. Dejar que el virus circule más solo agrava el problema económico y social, con el riesgo extra de producir variantes más contagiosas y más resistentes a las vacunas que tenemos ahora.

Los políticos que se dicen tan preocupados por los bares o los teatros tienen ahora una salida muy clara incluso aunque decidan ignorar los muertos y los enfermos: la vacunación como prioridad absoluta. Si quieren “salvar el verano” -por hablar en términos que entiendan- no hay nada más importante que llegar a la estación que marca la economía española con la población protegida. 

El ejemplo de Dinamarca muestra cómo no se trata sólo del suministro de dosis en el que se refugian los que vacunan despacio. También de organizar bien los grupos, crear un sistema de citas fácil y eficaz, gestionar las listas y las jeringuillas para no perder ni una dosis y entregarse a vacunar más deprisa a los grupos más vulnerables. 

Nada que ver con vacunar despacio, unas pocas horas por tarde y después de haber gastado mucho tiempo en llamar a teléfonos fijos donde tal vez alguien conteste, como ocurre en alguna comunidad española. 

La solución a la crisis local y global está a nuestro alcance. Pero es más difícil que repetir unos eslóganes vacíos y torpes: requiere trabajo, recursos públicos y, lo que más escasea, sentido común.

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