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Un día para pensar

Un hombre coloca una pancarta de protesta contra la persecución de José Rubén Zamora, director de 'El periódico', en Ciudad de Guatemala, en marzo de 2023.
2 de mayo de 2024 21:46 h

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Este viernes es el Día de la Libertad de Prensa en el mundo y, como sucede a menudo, más que una jornada de celebración es un recuerdo de malas noticias sobre periodistas asesinados, encarcelados y perseguidos por hacer su trabajo. 

Desde el 7 de octubre, al menos 97 periodistas y trabajadores de medios han muerto en la guerra de Gaza, la mayoría en la franja, la mayoría palestinos. Según los últimos datos disponibles del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), al menos 320 están en prisión. Periodistas en el exilio de Afganistán, Rusia, Nicaragua, Cuba, Guatemala o El Salvador sólo pueden contar sus países desde lejos. La persecución de reporteros en India en estas semanas de elecciones está disparada entre acoso físico, cierre de medios y detenciones con pretextos.

Incluso en las democracias más establecidas en Europa, los periodistas están sometidos al acoso constante de políticos que no aceptan el escrutinio, amenazan a reporteros y utilizan los medios públicos como herramienta a su antojo. El acoso en redes a las periodistas en particular es una forma documentada que tiene efecto silenciando a las mujeres en un mundo que en España sigue dominado por los hombres

En Europa, mucho más que en Estados Unidos, la libertad de expresión y de prensa están sometidas a límites estrictos, como muestran las leyes contra el discurso de odio en Alemania, la ley mordaza que sigue en vigor en España y la legislación que permite la censura previa en el Reino Unido, que han utilizado a menudo oligarcas rusos contra periodistas. Y eso sin hablar de las leyes cuestionadas por la UE del Gobierno de Victor Orbán en Hungría. 

Somos unos privilegiados en comparación al riesgo para la vida de intentar hacer algo que parezca a informar en Rusia, en Irán o incluso en México, pero eso no significa que no haya múltiples obstáculos para la labor diaria.

Cualquier persona que se dedique a la dirección o gerencia de un medio en España pasa una parte significativa de su tiempo ante los tribunales para defenderse de querellas por acusaciones de difamación o por el derecho de rectificación. Se puede hasta dar la paradoja que un medio tenga que publicar una nota de rectificación con falsedades si un tribunal dictamina que no se ha respetado el derecho de rectificación de alguien y el resultado es un enlace que tiene mucho más peso que una nota en una esquina del periódico de papel. “La publicación de notas de rectificación, una obligación legal para todos los medios recogida en la Ley Orgánica 2/1984, no presupone que la información original sea errónea y tampoco que lo recogido en esa nota de rectificación sea verdad”, explicamos en elDiario.es después de haber pasado por esto.

Entre estas batallas diarias, el público tal vez sea consciente de los casos más famosos, como el de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes contra elDiario.es, pero muchos otros pasan inadvertidos pese al tiempo y el dinero que suponen para redacciones que no siempre tienen tantos recursos. Pese a la algarabía de estos últimos días sobre qué hacer contra la difusión de bulos, las leyes españolas ya son muy restrictivas y castigan a los periodistas incluso cuando han publicado la verdad.

Los ataques políticos genéricos contra la prensa y el mal hacer de algunos que se llaman periodistas han tenido un efecto claro para toda la profesión periodística y la confianza que tienen los ciudadanos en la información que reciben. Desde 2017, la confianza de los españoles en las noticias “la mayoría del tiempo” ha bajado 18 puntos porcentuales, desde el 51% hasta el 33%, según el Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford. Sin duda, algo habremos hecho mal. 

La mayoría de los ciudadanos, según datos del mismo centro de estudios, considera que en España los medios no son independientes de las presiones del poder político y de las empresas: no hablan de su medio más odiado, sino de todos, incluido el que leen. A la vez, la mayoría considera que los medios deben informar con pluralidad, neutralidad y ecuanimidad, aunque las voces más ruidosas -la minoría que aparece en X o en los comentarios de una noticia- nos digan a menudo lo contrario.

Los ciudadanos también se muestran preocupados por los bulos, si bien los principales portadores de rumores son a menudo los propios políticos que amplifican falsedades que a veces salen de rincones de Internet que de no ser por la bola que les dan ellos no visitaría casi nadie. 

Ya existen medios especializados que desmienten y explican con cuidado y de manera sistemática, no partidista, los bulos y manipulaciones en la esfera pública, en particular los pioneros Maldita.es y Newtral. Después de años de experiencia, saben que no tiene sentido desmentir cualquier cosa, sino centrarse en lo que detectan que tiene más difusión. Shayan Sardarizadeh, periodista de BBC Verify, que se dedica a esto, suele acompañar cada desmentido de bulo -muchos sobre la guerra en Gaza y la de Ucrania- con la información sobre cuánto se ha visto o se ha leído la falsedad en cuestión. 

En los medios generalistas, en particular, tiene más sentido prestar atención a una falsedad o una manipulación de una fuente minoritaria cuando un político la utiliza, como sucedió hace unos días con el alcalde de Madrid sobre un viaje a Doñana de Pedro Sánchez inexistente. O en circunstancias graves, por ejemplo cuando se trata de cuestiones peligrosas para la salud, como las campañas de los anti-vacunas. 

Aun así, el número de visitas online -los dichosos clics- que puede traer amplificar una mentira, una manipulación o una chorrada es una tentación a la que todos los medios sucumbimos. 

Los dilemas sobre cómo cubrir a políticos imposibles, debates éticos delicados y conflictos como el de Oriente Próximo que dividen a los propios periodistas han llevado a muchas batallas en redacciones, especialmente en Estados Unidos. A menudo, los medios afectados como el New York Times o la radio pública NPR hablan abiertamente de los debates, con detalles, sin esconderse de lo que han hecho mal y sin atacar a los demás. Las críticas son autocríticas y, en última instancia, una espera que sirvan para mejorar lo que hacen. 

En España, en cambio, la mayoría del esfuerzo de medios y periodistas parece dedicado a criticar a los de enfrente, con mucha atención y espacio sobre lo mal que lo hace la competencia. Medios que, salvo excepciones, no informan ni de sus propias cuentas (elDiario.es sí lo hace todo los años) y que, como casi todos, han cometido errores de bulto dedican tiempo a la falta de transparencia de otros o a sus fallos más imperdonables.

El escrutinio de cualquier poder es necesario, especialmente cuando se trata de medios públicos o del uso de fondos públicos en medios a través de publicidad y subvenciones. Pero si los periodistas nos dedicáramos un poco más a intentar hacerlo mejor y mirar con ojos críticos a nuestro trabajo diario, que tal vez está en nuestra mano cambiar, y un poco menos a los demás, el periodismo y nuestros lectores, oyentes, televidentes saldrían ganando. 

Hoy es un buen día para pensar en ello. Y tal vez así tengamos algo más que celebrar el año que viene. 

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