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OBITUARIO

Pedro Solbes, un político democrático y un servidor público capaz y honesto

Secretario general del sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) desde 1994 hasta 2016
Pedro Solbes y Cándido Méndez se abrazan al final del acto electoral organizado por el PSOE en la sede de UGT en Madrid en 2008

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Me ha sorprendido en Múnich, donde estamos mi mujer y yo con la parte de nuestra familia asentada en tierra bávara, la muerte de Pedro Solbes. Me he condolido de su muerte y no sabiendo a quién transmitir mi sentimiento, amablemente elDiario.es me brinda el espacio para expresar mi pesar y lo que pienso de la figura de Pedro Solbes. Para mí, Pedro Solbes no es una figura controvertida; sino que –al contrario– su trayectoria fue para mí siempre diáfana, al menos en la parte en la que coincidimos; yo, como Secretario General de la UGT; y él, como ministro de Economía de José Luis Rodríguez Zapatero. Su visión del decurso de la economía era la que prevalecía en la UE (esperemos que los matices de ahora se conviertan en cambio de rumbo) en los primeros años del siglo XXI, que pretendía compatibilizar el objetivo del pleno empleo, como aspiración, con la estabilidad a través de la contención efectiva de la deuda y el déficit públicos, no en balde había sido con anterioridad, desde 1999 y hasta abril de 2004, Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la UE.

Quiero detenerme en el hecho de que cambió un puesto europeo de máximo nivel, siempre más tranquilo y mejor retribuido, por un Ministerio como el económico, en un Gobierno que empezaba su andadura tras un terrible trauma como el atentado islamista (incluso esto estaba en discusión) del 11M de 2004.

Pedro Solbes, sin embargo, y sin ser un heterodoxo de las reglas financieras de la UE, tenía la vocación de explorar y modificar los limites rígidos de la ortodoxia comunitaria y defendía la necesidad de que, a la hora de exigir el cumplimiento de los objetivos sacrosantos de déficit y deuda a los países comunitarios, sería justo y racional establecerlos en términos de ciclo económico, y no año a año, de manera tal que los países pudieran acompasar el cumplimiento de los objetivos a su dinámica económica de ciclo, con más holgura en los momentos difíciles y mayor nivel de cumplimiento en los momentos de expansión económica. Esta filosofía, que pretende ceñir los objetivos de déficit y deuda a la dinámica económica en términos de ciclo de las economías de los Estados miembros es la que parece plantearse en la actualidad para recuperar la senda de la estabilidad económica en la UE.

Sin embargo, se mostró muy cauteloso en relación con la evolución del salario mínimo en España, cuando en 2007 planteamos UGT y CCOO pactar una onda larga de crecimiento de este, para alcanzar en 2016 el 60% del salario medio, como recomienda la Carta Social Europea. El recelo respecto al salario mínimo y su impacto negativo, infundado, sobre el empleo era algo habitual en la UE, entre otras cosas porque en la locomotora europea, Alemania, el salario mínimo no se implantó hasta el 2015, debido a que “…garantiza la paz social y aporta justicia laboral…”, siendo una de las condiciones del SPD para apoyar el primer Gobierno de Merkel.

La etapa de Solbes como ministro de Economía significó un periodo positivo y casi brillante de la economía española, en términos de reducción del paro, déficit y deuda, bajando esta última a un suelo, ya irrepetible, del 38% del PIB, siendo la mota negra los bajos salarios, que torpedeaban particularmente a los jóvenes, ya que en aquella época se acuñó el término mileurista, como expresión de preocupación por la precariedad y escasos sueldos de los jóvenes.

Después nos aplastó la Gran Recesión, que no se podía tildar, despectivamente, como aquellas del efecto tequila o el efecto caipiriña, las crisis financieras parciales acaecidas en México o en Brasil, sino que se generó en el vientre del Gran Leviatán capitalista, la Bolsa de Nueva York, en 2008 y arrastró a la UE, al aumento del paro, la desigualdad y la pobreza. La UE no intentó buscar una salida autónoma y solo se preocupó de los intereses financieros de los bancos, particularmente alemanes, que nunca preguntaron dónde se invertía su dinero en el sur de Europa, sino su preocupación era la rentabilidad.

Recuerdo que en el Congreso de la UGT de 2009 recriminé la pasividad de Pedro Solbes ante lo que se abalanzaba contra la sociedad española. Cesó en el cargo algunos meses después y quien le sucedió no pudo enderezar la situación, porque no estaba en manos del Gobierno español de Zapatero, como ahora no lo está, la búsqueda autónoma de alternativas sino que estas solo pueden encontrarse en la UE.

Aquella acusación de pasividad me dejó mal sabor de boca y aún me pregunto si fue justa. En cualquier caso, aquella etapa de relación con Pedro Solbes me aporta muchas enseñanzas, porque siempre tuve la certeza de que escuchaba a una persona capaz y honesta, siendo esto más que suficiente, sino además alguien comprometido con el futuro de España.

Una vez estuve en una conferencia que él impartió, no recuerdo si aún era ministro, y coincidí tras ella con un banquero importante de Portugal, al que le pregunté por las carreteras secundarias terribles, comparables a la de los años 50 en España, que todavía y entonces existían en Portugal. Aquel banquero me aseguró que la inexistencia de una descentralización autonómica en nuestro país hermano provocaba esas deficiencias. Indirectamente, Pedro Solbes me aportó una razón más para defender el Título VIII de la Constitución Española. Por último, y lamentaría que alguien lo tome a frivolidad, soy aficionado al Real Madrid, y cada vez que contemplo enarcar las cejas a Ancelotti me provoca un cariñoso recuerdo de Pedro Solbes, que poseía el mismo ademán.

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