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Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
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Populismo ‘made in Spain’

El líder de Vox, Santiago Abascal (4i) junto a el secretario general del partido, Javier Ortega Smith (4d); el portavoz en el Congreso, Iván Espinosa (3i), la presidenta del Vox en Madrid, Rocío Monasterio (3d) y el jefe de la delegación del partido en el Parlamento Europeo, Jorge Buxadé (2i), entre otros, al término del acto de precampaña celebrado este domingo en el Palacio de Vistalegre bajo el lema "Vistalegre Plus Ultra", que servirá como arranque oficial de las elecciones del 10 de noviembre.

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La COVID no solo ha puesto a prueba la competencia de los gobiernos para responder a un desafío sin precedentes sino también a los ciudadanos, puesto que afrontar el shock al que estamos sometidos como sociedad sin perder los derechos adquiridos, al menos en aquellos países en los que las democracias merecen ser consideradas como tal, no será fácil. El riesgo de caer en un mayor individualismo es evidente, como lo es el de incrementar todavía más las desigualdades que se arrastran de la anterior crisis, una recesión mundial que empezó en el 2008 y cuyas consecuencias seguimos pagando. 

La desorientación es terreno abonado para las recetas simplistas y generalmente peligrosas. “Mientras que el poder ataca el virus, el virus ya ha atacado el poder”, escribía hace poco el periodista de La Reppublica Ezio Mauro en un artículo en el que alertaba de que la pandemia del miedo y la inseguridad puede comportar un auge del populismo nacionalista. Mauro citaba como ejemplo algunos de los discursos del líder de la Liga Norte, Matteo Salvini, pero también en España la hemeroteca y los diarios de sesiones del Congreso o de más de un parlamento autonómico permiten hallar ejemplos de cómo el discurso populista, que no es un fenómeno nuevo, se alimenta ahora de la crisis provocada por la pandemia.

Vox, que comparte discurso racista con la Liga Norte, utiliza la crisis sanitaria como munición para los ataques de la extrema derecha al Gobierno hasta el punto de que Santiago Abascal tildó de “matasanos” a Pedro Sánchez para responsabilizarle de los miles de muertos provocados por la COVID en España. La fiscalización de los gobiernos no solo es necesaria sino que es la obligación de todo partido que esté en la oposición. Otra cosa muy distinta es tergiversar los datos o difundir vídeos manipulados para vincular la inmigración africana con el coronavirus. “El futuro nos pertenece a nosotros, a los patriotas, no a los globalistas ni a los separatistas”, proclamaba Santiago Abascal ante la masa enfervorecida que lo jaleaba en el Palacio de Vistalegre hace menos de un año. El copyright no es suyo. Una semana antes, en un discurso ante la Asamblea General de la ONU, Trump ya había defendido que el futuro no pertenece a los globalistas sino a los patriotas. Abascal solo tuvo que añadir los separatistas a la lista de enemigos. 

El ejemplo más reciente de populismo patrio lo ha protagonizado esta semana la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al considerar las críticas a su más que controvertida gestión como “ataques” a Madrid. Ayuso es una de las políticas de España que más titulares da en cada intervención pública. Tapa una barbaridad con otra, una foto con otra, y un anuncio descabellado con otro peor. Que hablen aunque sea mal y mañana será otro día, en una estrategia en la que no hay espacio para la moderación. Nunca fue tan cierta la tesis que desarrolló Ignacio Ramonet hace ya más de dos décadas cuando escribió que dos de los pilares sobre los que descansan las democracias modernas -el progreso y la cohesión social- han sido reemplazados por otros dos -la comunicación y el mercado-, que les cambian su naturaleza. 

El populismo, que se nutre más de la táctica que de una ideología concreta, también ha ido impregnando una parte no menor del movimiento independentista. Las referencias constantes al “pueblo”, arrogándose su representación, como si aquellos que no comparten los anhelos secesionistas no formasen parte también de la sociedad catalana, son preocupantes. “Nosotros, el pueblo de Catalunya, le retiramos el apoyo, presidente Sánchez”, declaró con toda la solemnidad posible el presidente de la Generalitat, Quim Torra, cuando JxCat anunció su rechazo a los últimos presupuestos. Los pueblos, por seguir con la misma jerga, ni redactan presupuestos ni los votan. Los elaboran los gobiernos y prosperan o no en función de los apoyos que obtienen en los parlamentos. El independentismo, o para ser exactos, aquel que reparte carnets de buen y mal patriota, tiene la oportunidad de revertir la deriva tan peligrosa en la que se han instalado no solo algunos de sus dirigentes sino también parte de sus bases.

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