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La amenaza del 'desempleo tecnológico'

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Desde 2017 la Fundación Cotec publica anualmente su Encuesta de percepción social de la innovación en España. Con ella busca conocer y cuantificar la percepción que tiene el país sobre temas relacionados con la automatización y la innovación. Los resultados de la última encuesta recogen las respuestas de más de 7.500 personas entrevistadas entre diciembre del año pasado y enero del presente año. De lo que muestra este documento voy a fijarme en un tema al que normalmente no se le dedica demasiada atención y que, sin embargo, tiene a mi juicio la máxima importancia: la automatización del trabajo, su impacto en el empleo y, de ahí, en casi todo lo que afecta a nuestras vidas. 

Dejaré para después algunos comentarios a la citada encuesta, y ahora me remontaré a 2013, cuando dos investigadores de la Universidad de Oxford, Carl Frey y Michael Osborne, analizaron la mayor o menor facilidad de automatización de centenares de trabajos, de acuerdo con las exigencias de los siguientes factores para su desempeño: creatividad; inteligencia social y percepción; y manipulación. Una de las conclusiones a las que llegaron es que en una o dos décadas podría estar en riesgo el 47% del empleo en EEUU. Es cierto que con el tiempo matizaron esta afirmación, ya que, entre otras cosas, se automatizan tareas concretas y no ocupaciones completas. Por tanto, más que la desaparición de ocupaciones, se producirá una intensa transformación de las mismas, lo que no evitará, en todo caso, que el trabajo humano se reduzca significativamente en bastantes de las ocupaciones actuales. De hecho, un buen número de estudios posteriores, aún no siendo tan rotundos en sus conclusiones como el citado, dan resultados que se mueven en los mismos órdenes de magnitud en cuanto a sus estimaciones de transformación y destrucción futura de empleo debido a la automatización del trabajo. 

No deja de ser paradójico que buena parte del análisis realizado por Frey y Osborne se haya realizado usando tecnologías inteligentes, precisamente las que están cambiando el perfil del empleo humano que ellos estudiaron. En concreto, el análisis del previsible grado de automatización de las ocupaciones estudiadas se realizó mediante métodos de aprendizaje automático. Para ello tomaron una parte pequeña de todas las ocupaciones, aproximadamente un 10%, y sobre ellas se estimó “a mano” su posible automatización. Una vez caracterizadas manualmente las ocupaciones de este conjunto de referencia, según su mayor o menor grado de automatización potencial, un algoritmo de aprendizaje automático aprendió a clasificar de modo semejante el resto de ocupaciones (el otro 90%). ¡No me digan que no es genial! Es como escribir bebidos un ensayo sobre el efecto del alcohol en la creación literaria. 

Retomo ahora la encuesta de la Fundación Cotec. A veces lo que nos dicen los estudios científicos y lo que opina la gente van cada uno por su lado, pero no parece ser este el caso. Por ejemplola encuesta nos dice que la población casi se divide a partes iguales entre los que consideran que la tecnología crea más empleo del que destruye (48%) y quienes opinan lo contrario (46%). El 69% de los encuestados piensa que en 15 años la mayoría de los puestos de trabajo actuales estarán automatizados, y dos de cada tres personas opina que no nos estamos preparando lo suficiente para afrontar esta situación. Sin duda este tema preocupa a la sociedad española, tal como refleja el hecho de que casi el doble de personas (56%) cree que la innovación tecnológica aumenta la desigualdad social, frente a quienes opinan lo opuesto (30%). 

En un libro del economista John Maynard Keynes publicado en 1936, The General Theory of Unemployment, Interest and Money, se recoge este pensamiento suyo: “Estamos sufriendo una nueva enfermedad de la que algunos lectores quizá no hayan oído hablar todavía, pero de la que oirán hablar mucho en los próximos años: el ”desempleo tecnológico“. Keynes, que ya había acuñado en 1930 esa expresión, ”desempleo tecnológico“, pronosticaba un vuelco en el empleo derivado del desarrollo tecnológico y de su utilización para automatizar el trabajo humano. No se cumplió su vaticinio, pero quizás convenga decir que no, todavía. Las circunstancias de hoy poco tienen que ver con las de entonces. Por una parte, se está acelerando el proceso de automatización. De hecho, el Foro Económico Mundial considera que estamos a las puertas de que la mitad de todo el trabajo sea realizado por máquinas o software. Asimismo, las tareas que se automatizan son cada vez más las asociadas a nuestras capacidades cognitivas, no solo las físicas. Además, los perfiles profesionales de quienes se ven y verán desplazados, o directamente desempleados, por el avance de la automatización, poco o nada tienen que ver con los de quienes son reclamados por las organizaciones para cubrir los puestos de nueva creación. 

Con insistencia se argumenta que la automatización inteligente nos liberará de trabajos peligrosos, desagradables, rutinarios… aquellos que no nos gusta hacer, vaya. Se dice también que así podremos dedicarnos a trabajos más creativos, más interesantes de realizar, de mayor valor añadido… ¿De qué estamos hablando? ¿Cuántos trabajos actualmente y en un futuro más o menos previsible responden a estas características? ¿Quienes pierdan su empleo por la automatización van a desempeñar esos nuevos y mejores trabajos? No será así. Según la consultora McKinsey, la mayor parte del nuevo empleo tenderá a concentrarse en perfiles profesionales situados en el primer tercio de la escala de salarios. Por tanto, si no tenemos respuestas que podamos considerar fundamentadas y optimistas para estas y otras preguntas, deberíamos ocuparnos mucho más en despejar la incertidumbre de lo que supondrá la automatización masiva del trabajo. Han de hacerlo sobre todo quienes tienen los medios para poner remedio a los posibles efectos negativos del desempleo tecnológico, o al menos la capacidad de mitigarlos. 

La automatización del trabajo, el desempleo tecnológico y la desigualdad socioeconómica que la tecnología puede provocar son preocupaciones crecientes de la sociedad y han de serlo también de los gobiernos. No vaya a ser que los peores augurios de Keynes se cumplan, aunque sea casi un siglo después. 

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