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Bipolares en medio de la pandemia: la guerra del silicio frente al carbono

Un trabajador de un laboratorio trabaja para hallar una vacuna contra el coronavirus.

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“Bipolar: se refiere a tener dos polos, a los dos polos geográficos, el significado de la pugna geoestratégica comercial, política o tecnológica, también hace referencia al cambio brusco en el estado de ánimo”.

Desde los orígenes de la historia el mundo se ha regido por imperios en una cadencia sin pausa. Hace poco tiempo, relativamente, que el mundo ha dejado de ser bipolar (de los dos bloques que salieron de la segunda guerra mundial) y luego unipolar de los Estados Unidos. Ahora que una de las repercusiones más visibles de la pandemia es la salida a la luz de la geopolítica, China y Rusia, las grandes potencias, pugnan por establecer su control e intentan cambiar el equilibrio internacional en su propio beneficio frente a la potencia decadente de Trump y el populismo ultra que forman parte de esa misma carrera. De nuevo bipolares.

Los resultados no pueden ser positivos. Esta pelea de titanes está teniendo graves consecuencias ya en la merma de la credibilidad de los débiles organismos internacionales de gobernanza, como la UNESCO, la OMS y la propia ONU.

Han sido numerosos, además, los líderes autoritarios que han utilizado y aún hoy siguen utilizando la crisis sanitaria para intentar recortar las libertades en los países donde gobiernan. Desde Hungría a Turquía, y desde Bielorrusia a Brasil.

La pandemia también acelera procesos que vienen desde antes. La aldea que teorizó McLuhan está entre la globalización y la desglobalización. Así, el colapso en el acceso a los productos sanitarios ha provocado una reflexión y algunas medidas sobre el proceso de relocalización de la industria sanitaria de EPIs, vacunas y medicamentos para evitar la ruptura de la cadena de suministros. La propia globalización, que con la gobernanza sanitaria y la investigación está haciendo frente al riesgo de las nuevas pandemias, se ralentiza en lo económico, con el proteccionismo de muchos países y en lo político, con el unilateralismo de las superpotencias. Pero la aldea sigue siendo global en lo social, lo cultural y, esperemos, en lo científico. Está en pleno apogeo la nueva “guerra fría” USA-CHINA y la competencia entre EEUU, Rusia y China sobre los tratamientos y sobre todo la carrera frenética de las vacunas y su acaparamiento, que apura las fases de experimentación y cuestiona algo tan importante como su eficacia y su seguridad.

El último episodio de esta pelea consiste, en efecto, en hacerse con el control de las vacunas de la COVID, cada una de las potencias jugando con la bola del mundo en función de sus intereses geoestratégicos. Mientras los rusos y los chinos ya han anunciado la suya, EEUU, Europa, Cuba e Italia están en fase avanzada y el mundo asiste con desconfianza a todas estas declaraciones, a medio camino entre la realidad y la propaganda.

Un tema como el de las vacunas que es clave para el devenir de la pandemia. De una treintena que han llegado a la fase final pueden desarrollarse varias entre el último trimestre de 2020 y el primer semestre de 2021

Un tema como el de las vacunas que es clave para el devenir de la pandemia. De una treintena que han llegado a la fase final pueden desarrollarse varias entre el último trimestre de 2020 y el primer semestre de 2021. Aunque aún más clave en una pandemia es que éstas sean accesibles para todos, con independencia de la renta, el continente o el sistema sanitario. 

Las vacunas han pasado de manos públicas en una primera época, a las grandes compañías farmacéuticas, que luego han visto reducida su cuota de negocio en favor de los medicamentos para procesos más prevalentes y de mayor duración en las sociedades desarrolladas como son las patologías crónicas y degenerativas. De hecho, hace ya tiempo que los organismos internacionales y las fundaciones de enfermedades trasmisibles, han venido propugnando una mayor implicación del sector público tanto en la investigación como en la producción y comercialización de vacunas.

En relación a la covid-19, hemos perdido la oportunidad de una iniciativa pública, o de una alianza público privada, para garantizar que las vacunas traspasan el llamado valle de la muerte en la última fase de los ensayos clínicos y se concretan en una realidad.

Ahora, todavía nos queda sumarnos a la iniciativa de despliegue coordinado de la plataforma COVAX la OMS para garantizar el número de vacunas necesario, en primer lugar a los grupos vulnerables y a los sistemas sanitarios más frágiles, o bien continuar en la loca carrera entre países y grandes regiones económicas del globo como la UE, provocando inflación de precios e inequidad en el acceso.

Mientras tanto, nosotros estamos inmersos también en una problemática bipolar más local. Nuestro sistema de salud, con una tasa de camas y enfermeras por habitante inferior a la media de los países de nuestro entorno, está pagando todavía los recortes de la crisis financiera de 2008, que han mermado fundamentalmente la asistencia primaria y la salud pública. Nuestros datos de la pandemia son malos, en parte debido a una desescalada precipitada para intentar salvar la temporada turística. Hemos hecho un tránsito rápido, como el del puente a la Alameda. Pero no eran jazmines lo que íbamos dejando por el camino. Por si todo esto fuera poco, para complicar la situación, algunas comunidades autónomas, como Madrid y Cataluña, no han contratado los rastreadores suficientes y tienen una atención primaria muy recortada para hacer frente a la magnitud de los rebrotes. Estos meses de vuelta al colegio y al trabajo serán claves, por el incremento de la movilidad que van a suponer y sin embargo estamos enfrascados en nuestras propias bipolaridades entre partidos políticos y entre Administraciones.

La pandemia, a pesar de las medidas sociales, está acentuando las desigualdades que vienen de la crisis y el austericidio de 2008 y, además, como decíamos, se ha revelado como una gran aceleradora de otros procesos que también vienen desde antes. Entre ellos: la inercia de la tecnología y la medicina genómica frente a la salud pública integral, la sociedad sólida sustituida por la sociedad líquida (Baumann) y del riesgo, (U. Beck); o la pugna entre globalización y desglobalizacion.

Y aquí es preciso subrayar como uno de estos procesos, al que nos vamos a enfrentar dentro de pocos días con el comienzo de curso, hace referencia a la nueva “guerra fría silenciosa”, en la educación, la sanidad, en la sociedad y en la geoestrategia: la guerra del silicio (digital) frente al carbono (nosotros).

La tentación es convertir a la fuerza lo extraordinario en plena pandemia en lo ordinario, sin tener en cuenta sus implicaciones para la igualdad en el acceso y también para la calidad y la seguridad de los servicios públicos más esenciales. La sanidad y la enseñanza telemáticas han supuesto una solución de emergencia, que ha simplificado también procesos burocráticos prescindibles en pandemia, pero que también han demostrado graves carencias, sobre todo provocando nuevas desigualdades, tanto de acceso como de comprensión, así como de cuidado, empatía e integralidad. 

En la universidad, esta tendencia tan acusada que estamos viendo, de consolidar la vida telemática viene, además, en un momento delicado en que para muchos profesores la docencia se sitúa en un segundo plano, desplazada por la investigación, cómo si el objetivo principal fuese formar investigadores (un esperpento, en un país con un PIB industrial que no llega al 15 por cien) y no formar buenos profesionales y ciudadanos médicos, filólogos, abogados o matemáticos.

Está claro que este no va a ser un comienzo de curso fácil. Porque lo va a protagonizar otra dicotomía: previsión frente a riesgo. Y para que en esta última, la incertidumbre no protagonice todo el proceso, provocando un retroceso educativo, hay que proporcionar formación a los profesores. El fin de curso pasado hubo que improvisar y se saldó con un gran esfuerzo de toda la comunidad educativa. Ya sabemos que lo que sucede es muy complejo. Pero, ahora la improvisación no sería de recibo.

Por si fuera poco, está pandemia influye también cambiando bruscamente nuestro estado de ánimo. Hemos pasado de la complacencia inicial a la alarma, y de ésta a la euforia de la desescalada, y ahora ante la incertidumbre de la convivencia con el virus en la nueva normalidad volvemos a la preocupación y la alerta.

También somos bipolares en pandemia.

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