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Por qué las comunidades migrantes y racializadas marchamos el 11N

Una multitudinaria manifestación contra el racismo en Madrid pide el fin de la Ley de Extranjería

Paula Guerra Cáceres

Por segundo año consecutivo, las comunidades gitana, latinoamericana y del Caribe, asiática, mora/musulmana, diáspora africana y afro-descendiente nos daremos cita en las calles de Madrid para visibilizar y denunciar el racismo estructural e institucional que oprime nuestros cuerpos y nuestras vidas, tanto en Europa como en el Estado español.

Ya el año pasado conseguimos un hecho histórico con la manifestación del 12 de noviembre: por primera vez se realizaba una acción política antirracista organizada y liderada por nosotras, personas racializadas, sin ningún tipo de tutelaje de organizaciones blancas. Delante nuestro no iban los y las de siempre, nuestro comunicado y reivindicaciones no las escribieron los y las de siempre; es decir, aquellos y aquellas del activismo blanco-europeo que, con su discurso antirracista moral y su paternalismo, no han hecho más que contribuir a la invisibilización e inferiorización de nuestras voces.

Este segundo año marcharemos con más fuerza todavía. Somos conscientes de que formamos parte de un proceso de constitución de un nuevo sujeto político en la estructura de la sociedad española. Si en la mani del año pasado dejamos claro que no queremos que hablen por nosotras, ni que el activismo blanco ni la izquierda blanca nos representen, usurpando nuestro lugar de enunciación con su antirracismo moral, este año el foco lo pondremos en la denuncia del racismo estructural e institucional: el que se ejerce sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas mediante una serie de leyes, normativas, y prácticas racistas institucionalizadas.

Qué es el racismo estructural

Para quienes todavía no entienden a qué nos referimos cuando hablamos de racismo estructural e institucional, un poco de pedagogía. La formación histórico mundial del racismo como sistema de estructuración del mundo comienza en 1492 con la invasión de Colón a América. Es a partir de ese momento cuando se pasa de una clasificación mundial basada en las religiones (los que tenían el dios y la religión correcta: cristiano-católicos, y los que tenían el dios y la religión equivocada: musulmanes y judíos), a una clasificación mundial basada en diferencias étnico-raciales.

A partir de Colón, el hallazgo de estos “otros”, gentes que habitaban territorios que se creían despoblados (América, África), y que terminaron siendo considerados semi-humanos o directamente animales, se dio comienzo a la idea de raza como sistema de jerarquización mundial y, con ello, al concepto de Modernidad. Es decir, a la convicción europea de llevar la cristiandad, el catolicismo y la civilización a los pueblos considerados bárbaros, sin dios o con el dios equivocado, en lo que se conoce como el proyecto civilizatorio de la Modernidad.

Con esta consigna como excusa, miles de pueblos fueron arrasados, exterminados, torturados y, en el caso de África, esclavizados. Se inferiorizaron nuestras costumbres, nuestros conocimientos, nuestra cultura, lengua y cosmovisión. La riqueza de Europa se construyó en base a este genocidio y gracias al expolio que a día de hoy se sigue ejerciendo sobre nuestros recursos naturales.

Actualmente, en el “sistema-mundo moderno/colonial/racista/capitalista/patriarcal” (concepto acuñado por diversos pensadores decoloniales) la jerarquización racial ha derivado en un racismo estructural. Esto no es otra cosa que la representación social de la persona migrante y racializada como un ser inferior, incivilizado y salvaje, del que, por un lado, hay que protegerse, y por otro, al que se puede utilizar como mano de obra barata y del que se puede prescindir cuando sea necesario (basta recordar las miles de muertes de personas migrantes en el Mediterráneo).

Dispositivos racistas de Estado

En España, el racismo estructural se expresa a nivel institucional en una serie de dispositivos racistas de Estado, creados con el fin dar continuidad a esta inferiorización y sometimiento colonial.

Algunos ejemplos de estos dispositivos racistas son la Ley de Extranjería, que condena a la exclusión social y a la irregularidad administrativa (no tener papeles) a cientos de miles de personas, y que también nos despoja de derechos civiles como poder votar o ser votados en cargos de elección política.

La existencia de los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE), cárceles racistas donde se recluye a personas migrantes hasta 60 días únicamente por encontrarse en una falta administrativa como es no tener papeles (equivalente a saltarse un semáforo en rojo), situación que provoca mucho sufrimiento y graves problemas emocionales debido al maltrato físico y psicológico que se produce en estos centros.

Las redadas racistas, prácticas policiales ilegales que consisten en parar a una persona en espacios públicos basándose en un criterio étnico-racial para solicitarle su identificación en supuestos “controles aleatorios”, producen la criminalización de sus vidas y sus cuerpos. También existen las deportaciones exprés, en las que personas son devueltas a sus países de origen en menos de 72 horas (aunque lleven viviendo en España 15, 20 o 30 años), separando familias y rompiendo proyectos de vida.

A esto se suman las devoluciones en caliente en la frontera sur, las trabas burocráticas para renovar los papeles y solicitar protección internacional (asilo), para acceder a un trabajo, alquilar una vivienda y a veces, incluso, para acceder a un espacio de ocio.

Por todos estos motivos, y porque necesitamos estar más unidos y unidas que nunca, las organizaciones convocantes de la mani del 11N invitamos a todos nuestros hermanos y hermanas a sumarse a esta gran manifestación contra el racismo estructural e institucional, a dar un paso adelante y decir: ¡Basta!

No permitiremos que se siga jugando con nuestras vidas, no permitiremos que se nos sigan exigiendo deberes mientras, al mismo tiempo, se nos despoja de derechos. El mayor éxito que ha tenido esta colonización y este racismo estructural es que hasta los mismos pueblos inferiorizados han terminado por aceptar este paradigma de jerarquía y poder, creyendo que para ser “mejores” tienen que asimilarse a la sociedad europea e intentar ser lo más europeo/a posible.

Vamos a terminar con eso porque nuestra diferencia nos hace grandes. Vamos a terminar con eso porque hemos venido para quedarnos y exigir nuestros derechos.

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