COP25: del acuerdo a los hechos para combatir la emergencia climática
El cambio climático es una amenaza existencial, constituye el mayor reto al que nos enfrentamos. La comunidad científica hace tiempo que ha pasado de tener indicios a demostrar con evidencias que el calentamiento global es real y está causado por la actividad humana. Podemos observar los efectos del cambio climático en los ecosistemas, la salud humana y la economía. Con eventos extremos más frecuentes, como olas de calor, tormentas, incendios forestales e inundaciones en todo el mundo. Efectos adversos que impactan en toda la sociedad, y de forma más severa en las poblaciones más vulnerables.
Reclamamos una acción decidida ya, tanto para la mitigación como para la adaptación. El Parlamento Europeo ha proclamado el estado de emergencia climática. Por decirlo brevemente, el mundo se está quedando rápidamente sin tiempo y necesitamos liderazgo político y acciones concretas antes de que sea demasiado tarde. Como bien dijo el Secretario General de la ONU en la reciente Cumbre del Clima Nueva York, “la emergencia climática es una carrera que estamos perdiendo, pero es una carrera que podemos ganar”.
Ahora, tenemos entre manos una última oportunidad: el Acuerdo de París. La comunidad internacional ha acordado limitar el aumento medio de la temperatura muy por debajo de los 2ºC, e incrementar los esfuerzos para limitarlo a 1.5°C como máximo.
Aunque el Acuerdo de París es en sí mismo un éxito incontestable, queda por delante la verdadera lucha. Las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI) no solo no están disminuyendo, sino que continúan creciendo. Desde la firma del acuerdo, lo cierto es que las emisiones de GEI han seguido aumentando durante estos cuatro años, justo los más cálidos de la historia. La acción climática mundial no está yendo en la dirección adecuada. Es más, las medidas planeadas, las llamadas Contribuciones Nacionales Determinadas (o NDCs) son claramente insuficientes: en lugar de alcanzar el objetivo de 1.5ºC, se espera que las temperaturas globales aumenten 3.2ºC para 2100, con consecuencias catastróficas. Tampoco las contribuciones de la Unión Europea están actualmente en línea con los objetivos de París.
No nos podemos permitir más incumplimientos. El año pasado, el IPCC dejaba claro que un incremento de la temperatura de 2ºC tendría un impacto significativamente más dañino que un incremento del 1.5°C. Este año, los informes sobre los impactos en la tierra y los océanos nos advierten de pérdidas “irreversibles” en estos ecosistemas, con un impacto directo sobre todo lo que nos rodea, desde el aire que respiramos, hasta los alimentos que consumimos y nuestra salud.
Si estos son los riesgos, ¿por qué no hay una acción más decidida? ¿Por falta de apoyo ciudadano? Todo lo contrario. Según el último Eurobarómetro, un 93% de los ciudadanos de la UE considera como un serio problema el cambio climático. Y a nivel mundial, acabamos de vivir la movilización global ciudadana más importante de la historia, cuando en septiembre una cifra récord de 7,6 millones de personas, principalmente jóvenes, tomaron las calles, conscientes de que van a heredar mañana las consecuencias de lo que hagamos hoy.
¿Es por inviabilidad económica? En absoluto. No hay coste mayor que no actuar. Es más, combatir la emergencia climática es también una oportunidad económica. La Comisión Europea cifra en un incremento del 2% de PIB el impacto adicional de descarbonizar la economía por completo en 2050, creando nuevas oportunidades de empleo local y de alta calidad.
No se trata de castillos en el aire: los europeos, como terceros mayores emisores de GEI por detrás de China y Estados Unidos, llevamos años trabajando en la descarbonización de la economía. Y ese trabajo ha dado sus frutos: entre 1990 y 2018 hemos reducido nuestras emisiones en un 23%, mientras que el PIB ha aumentado más de un 61%. Como resultado, Europa no solo consume hoy menos energía, también de forma más eficiente y más limpia, con una economía sustancialmente más grande y moderna que la de hace 20 años. Pero no cabe relajarse. Ante nosotros encontramos la necesidad de realizar cambios profundos en nuestro modelo de producción y consumo para afrontar los desafíos a los que nos enfrentamos y cumplir los compromisos adquiridos.
Lo que necesitamos, por tanto, es compromiso político. Por ello, hemos impulsado al Parlamento Europeo a declarar la emergencia climática y ambiental. Como la voz que representa a los 500 millones de ciudadanos de Europa, el Parlamento Europeo ha adoptado una postura clara ante la COP25. Exigimos que Europa lidere la agenda internacional y tome con urgencia medidas concretas necesarias para luchar y contener esta amenaza antes de que sea demasiado tarde. Pero los esfuerzos para limitar el calentamiento global solo tendrán éxito si Europa logra movilizar también al resto de la comunidad internacional.
A nivel global, tenemos que forjar consensos multilaterales y compromisos por parte de países intensivos en emisiones como China, India o Rusia ante la irresponsable retirada de Estados Unidos. A este respecto, la COP25 es fundamental por dos motivos: el primero, porque la conferencia se produce a un año de la primera revisión de las NDCs, de ahí la necesidad de mostrar ambición. El segundo, porque la COP24 de Katowice avanzó en el marco técnico necesario para poner en marcha los objetivos en el Acuerdo de París. Ahora es necesario completar este marco. Debemos avanzar en temas como los plazos comunes para las NDCs o disposiciones detalladas para la notificación de emisiones de GEI, acciones de mitigación y apoyo, así como en los enfoques cooperativos de las partes para mitigar las emisiones a través de los mecanismos del mercado de carbono, y evitar el doble cómputo de reducciones de emisiones. Establecer un precio al carbono es una herramienta fundamental para avanzar de manera eficiente en la reducción de emisiones. En este sentido, el mercado mercado europeo de derechos de emisión puede ser considerado por otros países como un mecanismo global para modular el precio de CO2 y reducir emisiones.
A nivel europeo, nosotros, como parte de la Delegación del Parlamento Europeo en la COP25, tenemos el firme mandato de mostrar al mundo que Europa aporta liderazgo en la lucha contra el cambio climático. El Parlamento ha aprobado una resolución ambiciosa que, entre otros elementos, reclama incrementar los compromisos europeos de reducción de emisiones de CO2 a un 55% para 2030 y marca como objetivo la neutralidad climática en 2050. Para ello, nuestra Delegación hará hincapié en el beneficio del fomento de la eficiencia energética y las energías renovables y la necesidad de estrategias para abolir los subsidios a los combustibles fósiles. Igualmente, tenemos que convencer a los países desarrollados para que aumentemos la aportación al Fondo de Adaptación. La pobreza hace más vulnerable a las poblaciones afectadas por el cambio climático. Además, defenderemos una estrategia para la gestión y conservación de los bosques del planeta, evitando la deforestación y protegiendo la biodiversidad.
Pero nada de esto será posible si no se hace dentro de un marco de Transición Justa, que tenga en cuenta especialmente a las regiones, sectores y, sobre todo, personas más afectadas por la profundidad de la transformación necesaria. La justicia social debe alentar en el corazón del European Green Deal, que debe servir como motor de avance de nuestra sociedad, generando nuevos empleos, más verdes y mejores y transformando los pilares de nuestro modelo de desarrollo económico hacia una sociedad descarbonizada, climáticamente neutra, más segura, competitiva y justa.
Tenemos la tecnología y los recursos, hagamos realidad el compromiso. No hay un segundo que perder.
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