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Una gigantesca ayuda pública a las grandes corporaciones europeas

Carlos Sánchez Mato

Responsable Políticas Económicas Izquierda Unida —

Desde el estallido de la actual crisis sistémica, los principales bancos centrales occidentales vienen implementando una batería de políticas monetarias, convencionales y no convencionales, para hacer frente a los retos y graves desequilibrios de sus economías. Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE), además de rebajar los tipos de interés oficiales hasta llegar al 0%, ha otorgado todo tipo de facilidades a las entidades bancarias a la hora de obtener financiación, logrando eliminar así el riesgo de liquidez de los bancos y el riesgo de refinanciación de las deudas del sistema bancario de la Eurozona hasta el año 2001.

Con esta batería de actuaciones el BCE ha salvado al sistema financiero, aspecto éste que, aunque no está entre sus mandatos, pone de manifiesto su verdadero papel al servicio de la banca privada, alejado de la verdadera soberanía en la que tendrían que estar asentadas las instituciones económicas europeas. Actuando de esta forma ha comprometido de manera irreversible las finanzas públicas a las que ha lastrado hasta llevarlas a una situación insostenible. Mientras las entidades bancarias son rescatadas con dinero público, a los Gobiernos les está prohibido recurrir al banco central, con lo que los grandes beneficiados son las entidades financieras privadas que reciben dinero a bajísimo interés y luego se lo prestan a los gobiernos, haciendo negocio por el camino con las respectivas deudas públicas. 

Pero esta cascada de medidas no era suficiente. Y el Banco Central Europeo se puso a comprar deuda pública (por supuesto, en manos de las entidades financieras). Desde el 9 de marzo de 2015 lo ha hecho a razón de 60.000 millones de euros mensuales y en abril de 2016 se amplió a 80.000 millones. Eso supone que destinará por esta vía hasta 1,74 billones de euros hasta marzo de 2017. La última vuelta de tuerca de esta acción comenzó el pasado 8 de junio, cuando el organismo comenzó a adquirir bonos de empresas privadas mediante el programa CSPP (por sus siglas en inglés). Pero no de cualquier empresa: las candidatas a beneficiarse del programa tienen que haber emitido o emitir bonos con un rating superior al bono basura respaldado por una agencia de calificación y cuyo vencimiento oscile entre los 6 meses y los 31 años. Con estos requisitos es claro que son las grandes empresas las principales beneficiarias de este programa que supone una gigantesca ayuda a este tipo de compañías. Las pequeñas y medianas empresas (especialmente las españolas) no suelen financiarse a través de bonos sino a través de créditos y porque, de hacerlo, no suelen tener un rating respaldado por una agencia de calificación.

Desde el inicio de este programa hasta la actualidad el BCE ha ejecutado 440 compras de bonos de empresas europeas por valor de 10.427 millones de euros (con un vencimiento medio de 5,8 años y un rating promedio de BBB+). El 29% de las compras han beneficiado a empresas alemanas, otro 21% a empresas francesas, un 13% italianas y un 9% españolas. La mitad de todas las ayudas a empresas españolas (470 millones) las han recibido sólo tres corporaciones: Telefónica, Iberdrola y Repsol. Otras empresas españolas destacadas que se han visto beneficiadas por este movimiento han sido Gas Natural, Red Eléctrica, Enagás, Abertis, Mapfre y Redexis. Otras empresas no españolas destacadas son Siemens, Renault, y Anheuser-Busch (la mayor cervecera del mundo). 

La inmensa mayoría de las compras han recaído sobre bonos corporativos ya emitidos, excepto dos de cuantía importante: el 10 de junio el BCE participó en la emisión de deuda que llevó a cabo Iberdrola por valor de 200 millones de euros, y el 1 de julio hizo lo propio con la emisión de 500 millones de euros de la empresa Repsol. Según el diario económico Wall Street Journal, el Banco de España es la única filial del BCE que está comprando bonos de multinacionales europeas directamente a través de las colocaciones privadas en las que se ofrecen bonos emitidos ad hoc.

Estas compras de bonos provocan una reducción de sus tipos de interés y por lo tanto abaratan la financiación de las empresas correspondientes, al mismo tiempo que aportan liquidez a las entidades financieras y fondos financieros que poseen estos bonos cuando las compras ocurren en el mercado secundario. El BCE ofrece unos tipos de interés prácticamente irrisorios, más bajos de los que obtendrían sin esta ayuda pública. Pero es que hay más: El BCE también compra bonos con tipos negativos. Lo que quiere decir que el BCE, por prestar dinero, pagará intereses en vez de cobrar. Un chollo absoluto para estas empresas y las propietarias de los bonos; una ayuda pública de dimensiones mastodónticas. 

El volumen de las operaciones realizadas hasta el momento asciende a 10.427 millones de euros pero se estima que el monto final será mucho más elevado ya que el Banco Central Europeo podría llegar a adquirir deuda a empresas españolas por 57.000 millones, el importe de las francesas ascenderá previsiblemente a unos 209.000 millones, frente a unos 122.000 millones de las alemanas y cerca de 70.000 millones de las italianas. 

En definitiva, un nuevo e ingente rescate para los de siempre.

Hay que denunciar con contundencia que las políticas monetarias del banco central que debiera actuar defendiendo los intereses generales se ponen al servicio de las entidades financieras y de las grandes empresas. Al mismo tiempo brillan por su ausencia ayudas similares a las pymes, autónomos, o familias, que conforman agentes económicos mucho más necesitados de auxilio y rescate que los anteriormente citados. 

Si algo ha hecho el Banco Central Europeo y, en general, las instituciones económicas que desgobiernan Europa, ha sido utilizar con profusión herramientas monetarias para afrontar la crisis. Pero el análisis de los efectos de estas políticas muestra con toda su crudeza que las políticas aplicadas no han resuelto las distorsiones y que incidir en las mismas terapias con un enfermo mucho más deteriorado no auguran ni mucho menos el éxito.

El crédito continúa estancado porque las tuberías están averiadas y dado que los bancos no han saneado sus balances y no han reconocido sus pérdidas, es imposible que puedan actuar como la ortodoxia plantea. Las empresas y familias de la Eurozona siguen profundamente endeudadas y no están por la labor de seguir pidiendo nuevos préstamos. Como mucho, las sucesivas rebajas del precio oficial del dinero profundizarán en la mejora de los costes de financiación de las quebradas entidades bancarias pero no podrán resolver su incapacidad para obtener beneficios de manera autónoma. El sobre-endeudamiento es el síntoma de la falta de rentabilidad y eficiencia de las inversiones del período anterior. Dado que no se ha superado este obstáculo, es pura utopía pensar que hay bases para un crecimiento económico estable y vigoroso.

Pero además de no resolver los verdaderos problemas, con estas políticas se han generado nuevas incertidumbres. Los crecimientos de los balances de los bancos centrales no han llegado a la economía real ya que, en parte únicamente han servido para amortizar deuda pero en un porcentaje considerable están estimulando la aparición de nuevas y devastadoras burbujas financieras. El salvamento del sector privado por parte de las políticas de los estados y del BCE, crea un incentivo a la generación de nuevos procesos de apalancamiento que hacen mucho más vulnerable a la economía real. Por eso, las mejoras de los indicadores bursátiles son jaleadas como síntomas de recuperación cuando ni la inversión ni las tasas de beneficio se han recuperado al nivel de la irracionalidad mostrada por los precios de las acciones. Tienen la seguridad de que, cuando las cosas vayan mal, las élites político-financieras correrán en su ayuda y utilizarán para ello los derechos económicos y sociales de los trabajadores europeos que no han sido todavía entregados.

Imaginemos otro escenario en el que BCE no fuera “independiente” como en la actualidad. Imaginemos que estuviera sometido al control democrático del Parlamento Europeo en vez de estar como hasta ahora al servicio de entidades financieras privadas y grandes corporaciones.  Supongamos que en las actuales condiciones de crisis sistémica capitalista, el objetivo de lograr el pleno empleo, digno y de calidad, se convirtiera en cuestión central y las políticas monetarias que el BCE tuviera que aplicar se pusieran al servicio de ello. El cambio sería tremendo porque supondría poner también las políticas financieras, fiscales y presupuestarias al servicio de ese objetivo. 

El Sistema de Bancos Centrales Europeos, encabezado por el BCE, ha sido sustraído de la voluntad popular para realizar unas políticas monetarias favorables a las élites. O los recuperamos para ponerlos al servicio de empleo y de la economía productiva o podemos olvidar el término “democracia” en Europa.

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