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Hechos mejor que palabras: un complemento a ¿Quién es Pedro?

Pedro Sánchez, secretario general del PSOE.

Alain Cuenca

En este brillante artículo Pau Marí-Klose dibuja un retrato de Pedro Sánchez a partir de algunas fotos y sus propias palabras. La imagen que nos devuelve me ha parecido en exceso favorable porque ignora algunos hechos. Me propongo aquí analizar el comportamiento y los actos de Pedro Sánchez desde el 20 de diciembre de 2015 con el fin de completar la semblanza que hace Pau basada en sus declaraciones. Este análisis aportará otras luces y muy serias sombras sobre su desempeño como Secretario General del PSOE.

La noche del 20 de diciembre de 2015, tras obtener 90 diputados Pedro Sánchez hizo una lectura positiva de los resultados –correcta a mi juicio- que muchos dirigentes del PSOE entendieron como errónea, por lo que tocaron los tambores que llamaban a su dimisión. Sin embargo, el entonces Secretario General logró un acuerdo del Comité Federal para formular un “no a Rajoy” unánime, condicionado a unas líneas rojas claras. Este resultado debemos anotarlo en su haber: consiguió convencer a sus compañeros de que su visión era la correcta y aceptó las limitaciones que el órgano de dirección colegiada estableció.

Luego vino la espantada de Rajoy en enero 2016, renunciando a presentarse a la investidura, maniobra que buscaba de forma descarada la repetición de las elecciones en el límite de la legalidad constitucional, con escaso respeto al Rey y al marco institucional vigente. La respuesta de Pedro Sánchez, con el apoyo de su partido, fue dar un paso al frente, ayudando a desbloquear la situación creada por Rajoy, a pesar que de pudiera perjudicarle en lo personal. Esta decisión fue un gran servicio a España y al interés general de los ciudadanos. Un hecho, un dato más a favor de Pedro Sánchez.

El entonces líder del PSOE se presentó a la investidura con un programa pactado con Ciudadanos, de contenido marcadamente de centro izquierda que de haber tenido éxito seguramente hubiera conducido al hipotético Presidente por una senda de políticas económicas y sociales homologables a las de Valls y Renzi, sus acompañantes en aquella foto a la que alude Pau. Personalmente me parece que España no había tenido una agenda reformista y de progreso de tan hondo calado desde la transición y la primera etapa de Felipe González. Independientemente del juicio que nos merezca, creo que estaremos todos de acuerdo en que aquel programa firmado por Pedro Sánchez le situaba lejos de Podemos. Tan lejos que, obsesionada con el sorpasso y aliada con el Partido Popular, la supuesta izquierda le derrotó con claridad.

Con la investidura de marzo 2016 acabaron las luces que aportan los hechos a la figura de Pedro Sánchez. Entonces empezaron los errores, el más grave a mi juicio fue conducir a España, irresponsablemente, hacia segundas elecciones. Aquí el dato a recoger es el silencio. Una vez derrotado en la investidura, no hizo nada. Podría haber reunido al Comité Federal para proponer alternativas, por ejemplo apoyar a Rajoy en la investidura y pasar a la oposición (como se hizo después); u ofrecer un pacto de gobierno a tres presidido por una persona del PP distinta de Rajoy o incluso por Rivera. Pedro Sánchez no quiso evitar las segundas elecciones, imagino que confiando en que los ciudadanos respaldarían su programa centrista con Ciudadanos. Con lo que hizo un regalo inesperado para Rajoy.

Así llegamos al 26-J en el que el PSOE perdió cinco diputados y Ciudadanos bajó ocho, de manera que la opción que reunió 130 votos en marzo, tenía 117 en junio. Era muy difícil no dimitir al día siguiente de semejante derrota, solo atenuada por el fracaso de los asaltantes de los cielos, que comprobaron su equivocada estrategia favorable a Rajoy. Las presiones en contra de Sánchez, dentro y fuera del partido no hicieron mella y la foto de su reunión con Rajoy, hierática, daba un mensaje claro: jugaban ambos una partida de Poker en la que Rajoy o Sanchez “morirían” en octubre, no cabía que sobrevivieran los dos. En aquél momento, Pedro Sánchez contaba aún con el respaldo de su Comité Federal, que ratificó la posición contraria a Rajoy, pero los acontecimientos han mostrado que fue una apariencia.

La tardía investidura de Rajoy, el 31 de agosto, en la que fue claramente derrotado por una mayoría de los diputados parecía abocar a una alternativa. Pero nuevamente tuvimos silencio y ambigüedad de Sánchez, que parecía desear unas terceras elecciones. Esa política podía verse entonces como una apuesta para derrotar a Podemos, en lo que sería una estrategia corbynista de un partido socialista sólidamente instalado en la oposición. Sea como fuere, el hecho es que hasta el 25 de septiembre de 2016, estando la nave del país zozobrando en un mar de incertidumbre, Pedro Sánchez no hizo ninguna oferta concreta, ni a la sociedad, ni a su Comité Federal. No le tembló el pulso para embarcarnos hacia unas terceras elecciones. En consecuencia, sabemos por su comportamiento que su prioridad era mantenerse en la Secretaría General, costase lo que costase a la ciudadanía.

El anuncio suicida de convocar un congreso urgente, esta vez buscando claramente convertirse en victima, desencadenó los ataques de los sargentos chusqueros (por retomar el afilado término que usara Josep Borrell). Esto causó un enorme coste político para el PSOE aquella semana que desembocó en el Comité Federal del 1 de octubre y es responsabilidad de sus protagonistas. Pero entre todos ellos, lo es en mayor medida del propio Pedro Sánchez por ser el Secretario General. Lo sucedido después es bien conocido y me limitaré a concluir de la misma manera que Pau empezó su artículo, refiriendo su insólita entrevista con Jordi Évole. Allí Pedro Sánchez nos dio un dato preocupante: para explicar sus decisiones respecto a la investidura usó la primera persona del singular. Mi interpretación de ese personalismo es que entre el 20 de diciembre de 2015 y el 1 de octubre de 2016 los socialistas y el resto de los ciudadanos estuvimos en manos de un solo hombre. Hubo aciertos y errores, pero decisiones tan trascendentes no pueden tomarse en solitario. Este rasgo, desvelado por el propio Sánchez al final de su andadura como Secretario General, completa su retrato.

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