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Hoy quiero confesar... que estoy algo cansada

La cantante Chanel  y su canción SloMo representarán a España en Eurovisión 2022

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Sin ser nosotras fans de la Pantoja, a consecuencia de sus reiteradas prácticas corruptas, no encontraba mejor epitafio para ponerle a este agitado Benidorm Fest. Teta de strass versus teta lactante. Lengua que busca universalizarse versus palabras que buscan envasar al vacío ciertas prácticas que creíamos en desuso.

Toda España unida como si estuviera despegando el primer satélite a la Luna desde Badajoz, a la que arrebatan el emplazamiento como si fuese potestad del pueblo elegir el lugar de despegue.

En fin, todas estas parábolas para decir que el Benidorm Fest ha conseguido que muchas personas tuvieran sensación de pertenencia a un gran colectivo. No había aparentes reclamos independentistas, ni siquiera había consignas que gritasen “¡Renta Básica Universal!”. Simplemente artistas de calado nacional con grandes trayectorias a sus espaldas (de unos más que otros) apostando por incorporar algunos mensajes sociales en un prime time de la forma más inofensiva.

Cae la noche del sábado 29 de enero como si las 90.000 personas que llamaron para votar hubieran sido estafadas por acciones de Nueva Rumasa. Más de 72 horas de protestas digitales, dos mañanas ocupando las crónicas de medios y los cafés de trabajadores mileuristas, en las que querían ver rodar cabezas como en el medievo a consecuencia de una desavenencia en la votación popular y del jurado de dicho festival. ¿Qué cabezas querían ser socialmente decapitadas? Las que se ven, como siempre.

Miles de insultos a la candidata escogida por el jurado ponen de manifiesto el racismo integrado en la sociedad, la misoginia y un sinfín de simplezas fruto de la ira que se van contrarrestando con trending topics de apoyo.

Los concursos no dejan de ser espacios de valoraciones subjetivas y, pese a que entiendo el desánimo, no podemos dejarnos desbordar así. O sí, pero a cambio de hacerlo también con la integración de más profesores en la escuela pública, más sanitarios en nuestros centros de atención primaria y más exigencias en una reforma laboral descafeinada que no termina de ser garantista con el trabajador. Lo demás, sigue siendo un opiáceo que, en este caso, nos ha sentado mal.

Somos buena sociedad resignándonos, quizá por nuestra trayectoria histórica. Pero está claro que hay un hartazgo que va más allá de Chanel, y en esta ocasión la moraleja queda en que “lo justo, no es universal”. 

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