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La mano que se cierra opaca

El 46.5 % de niños menores de 5 años en Guatemala padece desnutrición crónica

Federico Mayor Zaragoza

Transcribo unos versos  del poema “Sobre el tiempo presente” de José Ángel Valente: “Escribo sobre el tiempo presente. / …Escribo sobre la latitud del dolor, / desde lo que hemos destruido / ante todo en nosotros… / …desde el clamor del hambre y del trasmundo, / …desde la mano que se cierra opaca”.

Cuando hay tantas imágenes que conmueven, que mueven a manos abiertas…nos encontramos con manos repletas, cerradas, manos armadas, alzadas…que rehúsan la máxima felicidad de dar, de darse, de compartir, de convivir, de desvivirse en favor de los más vulnerables y menesterosos.

¡Pienso tantas veces en aquella frase que leí hace muchos años en una capilla cerca de Montpellier: “Las mortajas no tienen bolsillos”!  La sociedad saciada olvida este hecho fundamental y vive ensimismada, abducida, alejada de la realidad que, de otro modo, podría sonreírle…

No podemos seguir callados, silenciosos, distraídos… cuando cada día mueren de hambre y extrema pobreza miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad, al tiempo que los poderosos encumbrados y distantes invierten más de 4.000 millones de dólares al día en armas y gastos militares.

Es apremiante que, a través de grandes clamores populares presenciales y en el ciberespacio, “Nosotros, los pueblos” –como tan lúcidamente expresa la primera frase de la Carta de las Naciones Unidas- alcemos la voz en favor de un nuevo concepto de seguridad que no sólo atienda a los territorios y fronteras sino a quienes viven en estos lugares y requieren, para una vida digna, las cinco “seguridades esenciales” proclamadas por el multilateralismo democrático y que los grupos plutocráticos (G6, G7, G8, G20) han sustituido por gravísimas carencias: la alimentación, el acceso al agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medio ambiente y educación para todos a lo largo de toda la vida…

Delito de silencio. Silencio cómplice. Ha llegado el momento inaplazable de cumplir nuestras responsabilidades intergeneracionales. De decir y escribir –ahora que ya podemos expresarnos libremente- el ineludible deber de procurar, juntas las manos y las voces, los cambios radicales que son exigibles.

Estamos ante la transición histórica de la fuerza a la palabra. Como en los versos de Eliane Cevallos (2018), “…daré la vuelta a la esquina del silencio / y escribiré con toda el alma / sintiendo en cada letra / lo que siento”.

Cada ser humano único capaz de crear nuestra esperanza porque, como proclamó el Presidente Kennedy en junio de 1993 y me alivia mucho repetir, “no hay ningún desafío que se sitúe más allá de la facultad creadora distintiva de la especie humana”.

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