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Nadie niega el derecho al medio ambiente

Imagen del islote de Es Pantaleu, en las Islas Baleares.

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Nadie se atreve a negarnos el derecho al medio ambiente. Ningún país ha osado votar en contra de la resolución de Naciones Unidas que certificó que el derecho a un medio ambiente sano es un derecho humano universal. Solo hubo ocho abstenciones, las esperadas, entre ellas las de Rusia y China, pero ni siquiera estos países, habituados a ejercer su veto en Naciones Unidas, se han querido salir del consenso.

Esta histórica resolución de Naciones Unidas no será solo una declaración. Es, desde ya, una poderosa herramienta en manos de la sociedad civil para pisar el acelerador frente a la emergencia climática y la masiva extinción de especies y espacios naturales que sufrimos y que, como estamos viendo estos días de ola de calor, afecta de lleno a nuestra salud y a nuestra calidad de vida. Primero, porque está señalando a todos los países que todavía no tienen reconocido este derecho en sus constituciones. Y, segundo, porque está exigiendo un cumplimiento efectivo de este derecho a los países que sí lo incluyen en su normativa. Es el caso de la Constitución Española, que fue de las primeras en reconocerlo, eso sí, sin considerarlo un derecho fundamental, lo cual ha rebajado su poder de acción en estos últimos 44 años.

Con esta resolución, esta situación cambia. Naciones Unidas refuerza el sentido del artículo 45 de nuestra Carta Magna. A partir de ahora, el Gobierno central, las comunidades autónomas y los ayuntamientos lo tendrán más difícil si pretenden legislar en contra del medio ambiente. Las empresas y sectores productivos tendrán también más difícil justificar sus beneficios a costa de la naturaleza. Y las juezas y jueces tendrán un argumento reforzado para proteger el derecho al medio ambiente. Dicho de otra manera: Naciones Unidas nos acaba de dar un espaldarazo para que todos los agentes implicados actuemos de manera más coordinada, eficaz y justa para protegernos y proteger al medio ambiente sin dejar a nadie atrás.

Que tengamos un derecho humano universal al medio ambiente pone aún más el foco en aquellas realidades donde, a día de hoy, este derecho no está garantizado. Son muchas, demasiadas. No se está cumpliendo este derecho en cada hogar que no tiene acceso a una energía limpia y accesible para poder soportar una noche a más de 30 grados, en todas las cosechas que se van al traste porque cada vez llueve menos y hay menos agua, en cada pueblo que se queda sin gente que custodie el territorio, en cada incendio incontrolado, en las inundaciones y lluvias torrenciales que seguramente volveremos a ver cuando avance el verano, en el hecho de que nuestros hijos y nietos no verán algunas especies que nosotros sí vimos en nuestra infancia porque ya no están, o que jamás pondrán ver lo que un día fueron espacios como Doñana, el Mar Menor o Las Tablas de Daimiel, en plena pelea por simplemente sobrevivir. Está también en otras realidades más pequeñas, pero no menos importantes como, por ejemplo, en cada plaza sin árboles que den sombra y bajen la temperatura del asfalto.

Pero además, y este es quizá el elemento que mayor alcance tiene, la resolución abre un paraguas de protección para las víctimas de la emergencia ecológica, como es el caso para aquellas personas obligadas a desplazarse como consecuencia del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, o de muchas comunidades indígenas.

Por suerte, estamos avanzando en cambiar estas realidades. Nos ha costado demasiado tiempo en reconocerlo y vamos tarde, pero la buena noticia es que estamos caminando en todos los niveles. La pandemia y, después, la guerra de Ucrania han evidenciado aún más esta necesidad: la única y la mejor salida es ponernos del lado del medio ambiente. Esto tampoco nadie se atreve a negarlo.

La resolución de Naciones Unidas que reconoce el derecho al medio ambiente sano no es, por tanto, un papel mojado. Y no lo será porque la ciudadanía tiene muy claro que necesita un ambiente sano para poder tener salud y calidad de vida. Los intentos de colocar este derecho humano en guerras culturales para justificar recortes presupuestarios, normas difíciles de tragar o decisiones que la realidad demostró equivocadas –tristemente, en España estamos empezando a ver demasiados– se quedan en eso: en intentos que duran lo que se tarda en dar al clic del titular de la polémica para cerrar, justo después, la ventana de la noticia por su escaso interés y porque no contribuyen en nada a mejorar nuestras vidas.

Este reconocimiento ha sido un éxito de la sociedad civil. SEO/BirdLife, junto a 1000 organizaciones, hemos trabajado de forma coordinada para que, en apenas dos años, lo que era una idea haya quedado refrendado por el complejo sistema de Naciones Unidas. Como ciudadanas y ciudadanos, nos tenemos que felicitar. Es nuestro derecho y nadie nos lo va a negar. Corresponde ahora ejercerlo en el campo y en la ciudad.

Naciones Unidas aprobó que el derecho a un medio ambiente sano fuera un derecho humano universal más. A partir de hoy, es nuestro gran deber exigir que así sea.

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