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Un pacto por la reconstrucción

Dos trabajadores del primer turno de la factoría de Renault de Sevilla

Javier Pacheco / Joan Carles Gallego / Joan Coscubiela / José Luis López Bulla

Los cuatro últimos secretarios generales de CCOO de Catalunya —

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La pandemia del coronavirus, que tanta muerte y dolor ha provocado y continúa provocando, ha hecho emerger realidades sociales que permanecían ocultas, incluso agazapadas.

La COVID-19 ha actuado como detonante y acelerador de muchos de los desequilibrios que sufre nuestra sociedad y todo apunta que va a tener un efecto destructor de tejido económico y un impacto brutal en las condiciones de vida de muchas personas, con el riesgo cierto de que se agraven aún más las desigualdades sociales.

Por eso la principal prioridad hoy de todas las fuerzas políticas, sociales y económicas debe ser aunar esfuerzos para avanzar en el amplio acuerdo de reconstrucción económica y social que el país necesita.

Este pacto de reconstrucción debería beber de las muchas enseñanzas que nos deja la crisis del coronavirus, en especial la insostenibilidad de un modelo de sociedad construido sobre valores que tienen una gran capacidad autodestructiva y que el sindicalismo confederal, entre otras voces, viene denunciando desde hace años.

Estos días se confirma que la estrategia competitiva de externalizar los costes y los riesgos a terceros comporta, en un mundo globalizado e interdependiente, un aumento de estos riesgos. Lo comprobamos con los procesos de externalización de la producción de bienes básicos en cadenas de valor global, que el confinamiento mundial ha hecho saltar por los aires, dejándonos indefensos ante la grave crisis de salud.

Aunque algunos continúen negándolo, esta crisis ha hecho evidente las nefastas consecuencias de la hegemonía ideológica ultraliberal, que ha convertido a los ciudadanos en clientes y da el tratamiento de meras mercancías a derechos básicos como la salud o la atención a personas dependientes.

El confinamiento ha hecho emerger el papel insustituible de la escuela pública como socializador de niños y adolescentes y equilibrador de las desigualdades que generan las diferencias de capital social de las familias, en función de su formación y de su renta.

Estos son algunos de los muchos ejemplos del papel insustituible del sector público en la protección de bienes comunes, en la cobertura de derechos, en la garantía de ingresos a las personas y también en el rescate de empresas a las que el mercado abandona a su suerte. Liberales de toda la vida se convierten en convencidos keynesianos exigiendo una intervención de los Estados para salvar propiedades privadas, aunque lo hagan para así continuar socializando pérdidas y privatizando beneficios.

Los mismos que llevan años defendiendo eliminar impuestos son los que ahora exigen recursos públicos por doquier para hacer frente a la crisis y se quejan de las escuálidas arcas del Estado. Y de nuevo, como en 2008, aparece el poder que ostenta la deuda como gran disciplinador social y las consecuencias de tener un sistema fiscal cadavérico.

En pleno schock emocional, la sociedad, a la que le habían vendido que la automatización y la robotización suponía el fin del trabajo y hasta de la historia, adquiere consciencia del valor social del trabajo. Nunca hasta hoy el personal de centros sanitarios, de la limpieza, de la alimentación o el comercio habían estado tan valorados socialmente, aunque sus condiciones de trabajo y de salarios lo desmientan.

Descubrimos lo difícil que es conciliar el empleo y el trabajo de cuidados sin morir en el intento, algo que las mujeres llevan denunciando desde hace años. En resumen descubrimos que el trabajo, los trabajos, tienen una centralidad social que la política niega en muchas ocasiones.

En este contexto la sociedad debería tomar nota del papel que está jugando el sindicalismo confederal para responder a las consecuencias sociales del coronavirus. Diariamente los medios de comunicación se hacen eco de múltiples iniciativas solidarias. Desde nuestra trayectoria y experiencia sindical nos atrevemos a decir que la mayor ola de solidaridad, entendida como cooperación interesada, se está produciendo a partir del trabajo organizado del sindicalismo confederal.

Si en condiciones ordinarias muchos trabajadores encuentran en la afiliación la manera de auto-organizarse para sindicar sus intereses, en situaciones extremas como esta las personas buscan la protección del “sindicalismo del último recurso” que se convierte en vital para muchas personas, especialmente las mas vulnerables.

Un ejemplo de esa inmensa movilización de solidaridad es el trabajo realizado por CCOO de Catalunya, con la intervención en 2.217 Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) que afectan a 337.968 trabajadores y el asesoramiento a cerca de 20.000 personas entre el 15 de marzo y el 14 de abril.

Muchas de estas personas se encuentran en situación de gran vulnerabilidad, especialmente mujeres que trabajan en tareas domésticas y de cuidados que en muchas ocasiones ni tan siquiera tienen reconocida su condición de trabajadoras. A ellas el sindicalismo confederal está dedicando estos días una buena parte de sus esfuerzos en colaboración con entidades en las que estas mujeres se han auto-organizado. También a los trabajadores de las llamadas empresas de plataforma a los que se les niega la relación laboral y los derechos inherentes.

A pesar de lo importante que es para todas estas personas sentirse protegidas, acompañadas, hoy lo más urgente es dibujar un escenario de salida a esta gran crisis a partir de un amplio pacto político y social. Un pacto con dos grandes objetivos que son complementarios, proteger el máximo a las personas y al mismo tiempo reconstruir un tejido productivo que puede quedar maltrecho, especialmente en algunos sectores y territorios. Una reconstrucción que no debe ser sobre las mismas bases productivas. Tenemos ante nosotros el reto de intentar aprovechar esta crisis para reequilibrar nuestra estructura productiva, haciéndola menos dependiente de sectores muy frágiles, al tiempo que reindustrializamos la economía, rescatando partes de las cadenas de valor que se han externalizado. Y sin duda abordar los costes de transición que se van a producir ante la necesidad de políticas de mayor sostenibilidad ambiental.

Cómo cualquier pacto su contenido debe ser equilibrado. Las muchas enseñanzas que estamos recibiendo de esta crisis nos aportan los mimbres necesarios para intentar un amplio Pacto de Reconstrucción de nuestro país.

Esta es hoy la principal tarea a la que todas las fuerzas políticas y las organizaciones sindicales y empresariales deberían abocar sus esfuerzos. Estamos convencidos que, como siempre a lo largo de nuestra historia, el sindicalismo confederal puede y ha de jugar un papel crucial.

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