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Más allá de las palabras

Aprobación en el Congreso de la reforma de la Constitución que eliminó el término "disminuidos".

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Recuerdo el día en que empecé a cuestionar el lenguaje que utilizaba cotidianamente. Aquella tarde, mientras conversaba con amigas y amigos, me di cuenta de cómo nuestras palabras podían excluir a ciertos grupos de personas sin que siquiera lo notáramos. Fue un momento revelador que me impulsó a reflexionar sobre el poder del lenguaje y su impacto en la inclusión. 

El lenguaje inclusivo se ha convertido en un tema central en los últimos años, generando un intenso debate en la sociedad. Su propósito fundamental es eliminar la discriminación y promover la igualdad, especialmente en contextos donde las mujeres han sido históricamente marginadas. Sin embargo, es esencial comprender que el lenguaje inclusivo no beneficia solo a un género; su alcance es más amplio y abarca a todas las identidades. 

La modificación del artículo 49 de la Constitución Española que se refería a las personas con discapacidad como “disminuidos” es un claro ejemplo de cómo las palabras pueden influir en la percepción y el tratamiento que reciben ciertos grupos. Usar un lenguaje más respetuoso y equitativo demuestra la importancia de adaptar nuestras normas y leyes para construir una sociedad más justa y consciente. 

Reflexionar sobre la importancia del uso del lenguaje inclusivo nos lleva a reconocer que las palabras no son simplemente herramientas comunicativas, sino instrumentos poderosos que moldean nuestras ideas y creencias. Utilizar un lenguaje inclusivo no solo es un acto de respeto hacia las diferentes identidades, sino también una forma de construir un entorno donde se reconozca la diversidad de nuestra sociedad.  

Sin embargo, la Real Academia Española (RAE) a menudo se presenta como un obstáculo en el camino hacia un lenguaje más inclusivo. La lentitud y reticencia de la Academia para reconocer cambios lingüísticos reflejan una desconexión con la realidad social. Ejemplos como la resistencia a aceptar el uso del pronombre “elle” o la demora en reconocer la validez de ciertas palabras demuestran la brecha entre la institución y las demandas de una sociedad en evolución. Según la RAE, hasta 2018 las mujeres fáciles éramos “aquellas que nos prestábamos sin problemas a mantener relaciones sexuales”. Un estereotipo absolutamente machista que parecía incontestable, pero que en realidad solo era una ficción escrita en un libro.

La sociedad avanza más rápida que las instituciones. Las voces se levantan, las palabras cambian y las identidades se redefinen. Es esencial visualizar hacia dónde nos queremos dirigir. Las mujeres, en particular, buscan un futuro donde el lenguaje no sea una barrera, sino un puente hacia la igualdad. Es una llamada a la acción y al compromiso colectivo, reconociendo que el cambio comienza con cada palabra que elegimos utilizar. 

No se trata simplemente una cuestión gramatical; es un acto revolucionario que busca transformar la manera en la que nos relacionamos y entendemos el mundo. Al adoptar un enfoque consciente y comprometido hacia el lenguaje inclusivo, contribuimos a construir un futuro donde cada voz tenga su lugar y cada palabra tenga el poder de unir en lugar de excluir. 

El lenguaje inclusivo también es un símbolo de respeto, un paso hacia un futuro donde todas las personas se sientan reconocidas y valoradas. Mientras despedimos las palabras que excluyen, damos la bienvenida a una narrativa más comprensiva y diversa. En nuestra travesía hacia una sociedad más justa, el lenguaje inclusivo no es solo un cambio superficial; es un acto de empoderamiento y un testimonio de nuestra determinación de construir un mundo donde cada voz importe y sea escuchada.

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