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Hay una posibilidad

Carles Puigdemont y Mariano Rajoy.

Odón Elorza

Nos guste o no, el discurso de firmeza del rey, y lo que él representa, debe hacer pensar bien su decisión a Puigdemont. Todavía podemos salir del agujero en el que nos hemos metido y evitar un trágico desenlace de confrontación total, que es lo que percibimos. Porque no tenemos derecho a resignarnos y decir que esto no tiene solución, porque sí la tiene. Basta con que a los gobiernos de España y Catalunya les quede un solo gramo de sensatez.

No quiero que nos tengamos que arrepentir mañana de no haber defendido hoy, con la razón política, la única salida que evite la locura final, cuando todo sea ya imparable. Ahora que no hay muertos, ni un autogobierno suspendido, ni medidas excepcionales, ni la ruptura civil consumada, los dos gobiernos deben entrar en razón. Y los partidos, los medios, los intelectuales y los agentes sociales deben implicarse hasta mancharse.

No es imposible el acuerdo, ni tiene por qué aparecer una de las partes como derrotada. Basta con que la Generalitat respete el Estado de Derecho y la legalidad vigente -que no es inmutable- aunque no renuncie a su objetivo final y lo aplace; tiempo tendrán. Y que La Moncloa acepte que hay una deuda pendiente con el pueblo de Catalunya desde 2010 y su recortado Estatut.

Ya sabemos que nada será como antes y que la herida permanecerá por mucho tiempo. Pero se debe dialogar cumpliendo las anteriores premisas básicas; lo que significa no aprobar una declaración unilateral de independencia y ponerse a debatir cómo reforzar el autogobierno catalán. Y de paso impulsar la celebración de nuevas elecciones autonómicas porque seguro que aportan claridad democrática sobre cuál es la posición de una ciudadanía catalana que tiene ganas de votar.

Pienso que a unos este ejercicio de política les dará pereza porque les pilla desentrenados, que los otros preferirán continuar con sus sueños imposibles y con un enemigo a quien combatir y que ambas partes desconfían del contrario y solo buscan su derrota. Todos han de mentalizarse de una vez sobre su responsabilidad ante la historia.

Seamos claros: quienes conocimos y sufrimos el terrorismo en Euskadi, la kale borroka, el miedo y la profunda división de una sociedad nos sentimos en la obligación de llamar a la responsabilidad a los dos gobiernos. Para exigirles que desarmen sus discursos, dejen de apelar a las emociones, enfrentar banderas y excitar las pasiones identitarias. Es imprescindible para la libertad, poder conservar la paz, reconstruir la convivencia y la cultura de la democracia.

Es cuestión de que la Generalitat no provoque una gran frustración, sea realista y reconozca que no existe en absoluto una mayoría secesionista clara en Catalunya para dar un paso de ruptura irreversible. Ni siquiera en Quebec o en Escocia se realizaron consultas hasta pasados muchos años de tentativas y que cuando se efectuaron fueron legales y pactadas a fondo con el Estado, bajo las condiciones de una Ley Federal de Claridad.

El Gobierno de España sabe que hay un movimiento independentista fuerte en Catalunya, un sentimiento extendido de constituir una nación y un listado de errores en el tratamiento del conflicto. También sabe que es mayoritaria y transversal la demanda de una consulta legal y pactada. Responder a todo ello desde la búsqueda de la cohesión conlleva construir un relato atractivo de convivencia entre España y Catalunya que pasa por reformar la Constitución y someterla a un referéndum.

Seguro que hay quienes prefieren aplicar ya la firmeza de la ley sin dar una oportunidad a la política. Son los mismos que consideran que lo prioritario es propinar un escarmiento a quienes se han burlado de leyes y tribunales. Es una opción que no comparto y les recuerdo que deben reflexionar sobre el hecho de que no nos encontramos ante una guerra y que si lo fuera el Ejército la ganaría solo aparentemente y por un corto espacio de tiempo. La comunidad internacional exige acuerdos de estabilidad y respeto a la legalidad.

Ante tanto análisis sin soluciones y tantos reproches, ante el esfuerzo inútil de medir quien tiene más responsabilidad en esta crisis de Estado, si Puigdemont o Rajoy, insisto en defender ejercicio de la política para buscar el entendimiento desde el diálogo, evitando un estallido final. No es poco salvaguardar una democracia sin tutelas, tratar de reconstruir la convivencia en Catalunya y una reconexión, cuando menos educada, con el resto de los pueblos de esta España plurinacional. Lo cual, en el mejor de los casos, llevará su tiempo.

Mientras, seguirán su curso procedimental las imputaciones a dirigentes políticos por acuerdos y acciones ilegales, las querellas cruzadas en los últimos días, la investigación de las cargas y excesos policiales y las demandas a los mossos por incumplimientos de sus obligaciones. Todo ello llevará su trámite en vía judicial y no pueden convertirse en un impedimento insalvable para alcanzar una solución política que lograda, a buen seguro, incidiría en el curso de algunas causas judiciales.

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